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Ahora Soy una Cocinera

Ahora soy una cocinera, aquí hay otra patata para pelar. Nunca se acaban y nunca se acaban los hambrientos que quieren comerlas.

Pero cuando estaba allá en el norte de Grecia con Pete, era otra vida. Habíamos llegado recién a un pueblo, estábamos explorando, descubriendo que todos los pueblos están hechos más o menos de la misma manera, habíamos comido un pescado griego con el que las cocineras han tenido milenios para experimentar, echándoles todos los ingredientes que les llegaban o les contaban o se les aparecían en sueños, y el resultado es refinado, refinado, magnífico, y estábamos ahitos de cocaína y retsina y bailábamos con esa típica música griega, tomados de los hombros, mirando al sol, mirando al mar, cantando, silbando, y aunque yo soy una mujer y él es un hombre, nos vestíamos iguales, y para los griegos que nos rodeaban y nos aplaudían al compás éramos iguales.

Sobre todo las patatas fritas. La cumbre gastronómica, la cima del deseo cuando llega la hora de llenarse la panza.
Y se la llenan. No están enfermos.
Cuando caen enfermos les cae un jote encima. El jote los controla controlándoles la comida. Controlarles la dieta es controlarles la vida, el alma.
Antes de eso les gusta el chocolate, puro amor derretido. El queso caliente y todo lo frito y graso caliente, porque la grasa realza los sabores y el calor les digiere la comida.

Y tienen razón, joder. El cuerpo quiere esas cosas, no lo crudo e insulso. Si se enferman es porque los mercaderes de comida los enferman de ignorancia. Yo no, nosotros no.

Con Pete pusimos un restorán que se llama LA COCINA PÚBLICA. Las mesas están muy separadas una de otra y tienen el tamaño y el número de sillas exactos según los comensales; está prohibido sentarse en una mesa para más personas de las que vienen con uno. No se sirve alcohol y no se toca música. Todas las mesas tienen vista al vivero/jardín/huerto interior/exterior. En las paredes hay carteles explicando por qué se cocina, la máxima de Hipócrates “cúrate con lo que comes”, informaciones científicas de verdad, etc. Les enseñamos que al comer bien se casan con los espíritus de muchos seres y que para eso primero tienen que pedirle permiso a las familias de ellos.

La parra del jardín es la vida de la casa. la acacia, con sus brotes comestibles como de helecho. La higuera, magnífica, misteriosa. El cerezo, declarando las primaveras. Y el musgo... los hongos... la avena y su flor, el trébol y su flor. Te vas haciendo de tus especies favoritas.

Luego estuvimos en la India. Fuimos a una playa donde hacen fiestas y esperamos la noche puliéndonos los pies en la arena y salmuera, siguiendo a los hados del aire multicolor, y la noche vino con los elefantes brillantes del bosque, con DJs y tornamesas y varas luminosas. Habíamos venido al gran evento, la fiesta definitiva, el punto de arranque de una nueva cultura en el planeta. Y todo lo que encontré fue que bailaban en parejas fumando tabaco y que miraban raro a la mujer que se expresaba bailando con un nivel tan alto de energía como un hombre.

Eso es todo lo que tengo que decir. Nuestra música es ahora el ritmo de los pies cuando caminamos. Las canciones todavía están por escribirse, así que tarareamos con la boca cerrada. La abrimos para comer y cobrar la cuenta.
Pomeraniawarchild06 de enero de 2008

3 Comentarios

  • Encuentador

    Sigue contando. Ayuda a abrir las mentes. ¿Qué personajes visitan el restorán? ¿Cúal fue la última composición?...

    06/01/08 03:01

  • Barandica

    ¿Un restorán sin música? Deleitar el estómago sin endulzar el oído. ¡Qué experimento tan interesante!

    08/01/08 01:01

  • Briseida

    Muy interesante. Sin embargo teneis un parra en el jardín y no le sacais el jugo. Yo sin vino no como. Por lo demás estupendo el relato, muy atrevido y original.

    07/02/08 09:02

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