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El Cuento Más Largo Del Mundo: El de José

Como casi siempre suelo hacer, estuve en mi casa una noche escuchando la radio, y allí permanecí, pues afuera llovía torrencialemente. Era una de esas típicas tormentas con relámpagos y truenos, pero calurosísimas. No corría por el aire un solo soplo de viento, y las gruesas gotas que caían del cielo dibujaban líneas rectas que se convertían en barro al chocar contra la tierra seca del campo.
Mi casa estaba muy lejana al lujo y le faltaba aún otro poco para poder llamarla cómoda, así que no es de extrañarse que parte de mi pequeño hogar se llenara de charcos, y otra sirviera de refugio a los sapos. El sonido de la lluvia aumentaba a cada instante y apagué la radio en busca de más tranquilidad y así, sentado como estaba, cerré pesadamente los ojos y me dispuse a dormir, bajo el suave influjo que producía en mí el bello ruido de los golpecitos del agua sobre el techo, que tanto me gustaba.
A pesar de contar ya con una edad avanzada, debo decir que no soy de aquellos hombres que logran conciliar el sueño con facilidad, de modo que me encontré a oscuras por un rato mientras diversos recuerdos se apiñaban en mi cabeza. No tenía la voluntad de decidir en qué pensar y en qué no; diferentes vivencias pasadas se agolpaban en mi mente y, buenas o malas, me generaban reflecciones. Y ya, en la última de mis visiones, cuando lograba por fin adentrarme en sueños sentí – o me había parecido sentir- entre el ruido de la lluvia, un par de leves golpecitos a mi puerta. Me incorporé de un salto. Casi nunca recibía visitas y siempre eran para navidad. Esperé unos minutos parado en la penumbra con los ojos abiertos de par en par, tratando de escuchar. Lluvia, nada más.
Por espacio de media hora permanecí, como antes, sentado y pensando; cuando de repente -y clarísimamente- , esta vez con seguridad, oí un golpe en la entrada. Llegué rápidamente a la conclusión: efectivamente, antes había sentido a alguien a mi puerta y allí permanecía, bajo la lluvia, esperando respuesta. Corrí hacia la alli, totalmente despreocupado de que se tratase de un ladrón, y me disculpaba en voz alta.
-Disculpe, por favor. Es que me disponía a dormir y tocó usted mi puerta con tanta timidez que dudé, al principio de que realmente hubiese alguien…
Pero al abrir al puerta, más no pudo ser mi sorpresa cuando, en lugar de un rostro, ví un par de anchas rodillas frente a mí. Al advertir la puerta abierta delante de sí, las rodillas retrocedieron un par de pasos, dejándome ver a media persona- ¿Por qué no llamarla así? – y yo, levemente espantado, me atreví a salir unos pasos para verlo completo.
Supe luego por él mismo que su nombre era José y por una extraña enfermedad congénita que había afectado su crecimiento, llegó a alzarse a casi cinco metros del suelo. Por un rató me quedé observándolo, perplejo, sin decir una palabra, mas luego me arrepentí y dirigí una mirada piadosa al triste rostro mojado.
Le pregunté (¡y fui tan torpe al hacerlo!):
-Caballero, ¿le gustaría entrar?
Sonriose el caballero tímidamente y entendí en su mirada que aquello era imposible.
-¡Cuánto lo siento!... – dije casi en un murmullo- vea… tengo detrás unos árboles enormes… ciertamente son muy grandes. Acompáñeme, va a ver cómo ni una gota más vuelve a mojarlo.
Y sin saber exactamente por qué me mostraba tan cordial con un desconocido, y de tan extrañas características como las de mi amigo, lo conduje entre la oscuridad hacia la parte trasera de mi propiedad, más humilde que otra cosa.

Lo que le pasó a José esa noche, o a la mañana siguiente, no tengo idea. Sé que lo dejé durmiendo bajo los árboles. Lo recuerdo porque fue muy trabajoso acomodarlo. También sé que él no quería que lo dejara solo; a esto último lo tengo por cosa segura, porque dejó caer un par de lagrimones cuando me fui. Pude apreciar perfectamente a sus extremidades de dimensiones catastróficas acurrucándose bajo el velo de hojas que apenas dejaba filtar gotitas como de llovizna. Cada tanto, aplastaba algún insecto que paseara por él. ¡Pobre chico! No volví a verlo más. Al despertarme, me dirigía a llevarle un tarro entero de galletitas, cuando vi a los árboles muertos en el suelo. Le habrá resultado complicado salir... Como sea, estoy seguro de que alguien cuidará de él; es muy grande como para perderse. Puede que algún día regrese, y confiezo que eso me agradaría. Voy a guardarle las galletitas.
Puter6329 de mayo de 2010

3 Comentarios

  • Juanmjuanm

    ohhhhhh puter.................... ay dios ¬¬ el final con las galletitas esta re buenoo por que no perdio la sencilles de ser una anecdota... y me gusta todo el ultimo renglon... donde dice:
    ..."alguien cuidará de él; es muy grande como para perderse. Puede que algún día regrese, y confiezo que eso me agradaría. Voy a guardarle las galletitas."

    Bienvenida a la pagina... ahh :P que se hacia jaaaa

    29/05/10 07:05

  • Tigredenieve

    Como si se ubiera quedado dormido con el ruido de la lluvia y todo fuera un sueño, un relato corto que resaltas muy bien. me gusta el final.

    30/05/10 05:05

  • Hellem

    EL MIEDO A LO DESCONOCIDO Y DIFERENTE NOS HACE TENER ACTITUDES PERPLEJAS HASTA PARA NOSOTROS MISMOS...MUY INGENIOSO..ME GUSTA.

    27/06/10 06:06

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