TusTextos

la Loca Linda Del 4°c

Vivía junto a una loca linda.
Se había mudado hace un par de meses. El día que llegó la ayudé con unas cajas (algunas de ellas traían grandes discos de rock que nos llevaron a nuestras primeras charlas), venía envuelta en ropas muy parecidas a las de las hippies de los 60 (solo le faltaba una florcita en el pelo para ser parecida a la que alguna vez soñé, la recuerdo porque apenas desperté, la dibujé) más una mascota que ronroneaba oculta en algún lugar de su bolso. No dije nada, y con su mirada, lo agradeció.
Bastaron unos días para saber que no pasaría desapercibida en el edificio. En la primera semana ya escuché a las primeras vecinas del piso quejarse por su "música estridente". Lo de estridente era exagerado, ella solía cada ciertos días inciertos cantar canciones con letras que escapaban a la poesía tradicional, con detalles que fueron llamando mucho mi atención. Lo que me parecían artistas desconocidos con el tiempo fui comprendiendo que no era más que la sincera expresión de sus más íntimos estados de ánimos hasta llegar a resúmenes sin filtro de su rutina. Su propia vida, como un diario personal, una bitácora informal o tal vez como una forma de catarsis efectiva, la cuestión es que perfumó de curiosidad mis ratos libres convirtiéndome en un simpatizante expectante de su locura. La escuché con ternura hablar de sus malvones y geranios en la ventana, con ironía sobre las tostadas que se le quemaban por seguir el vuelo de las moscas, con rabia sobre quién creía era el amor de su vida, con nostalgia de aquellas discusiones seguidas de sexo para reconciliar, con picardía de los lunares en su cuerpo, con dolor de los colores en los recuerdos de tiempos felices que ya no volverán, con llanto sobre el momento en que otra vez volvieron a romperle el corazón.
(Nota aparte: su versión borracha cargada de ofensivas rimas de: "te deseo que te paguen con la misma moneda en la cabeza", fue genial, un poquito más ATP que la de: "te voy a romper las ventanas de tu casa y sobretodo las de tu puto auto").
Sus melodías viraban hacia el lugar menos pensado, hacia caminos plagados de ritmos que fui descubriendo cuando improvisaba popurríes con las noticias del diario, o las odas a sus miedos de siempre, o la lista de insultos que podía encerrar dentro de la melodía del payaso plin plin, que me mantenían prácticamente abrazado a mi lado de la pared.
No tenía televisor, apenas una vieja radio (regalo de mi abuelo) que funcionaba solo para los partidos de Boca y noches de insomnio, y la poca tecnología que me rodeaba, se desconectaba apenas cruzaba la puerta. Pues el silencio debía ser el único invitado a mis días magros. Silencio que fui abandonando cada vez que sentía las primeras teclas o cuerdas sonar, llevando mi cuerpo a arrinconarse al lugar más tibio de la habitación con mate en mano y el oído atento a la inspiración momentánea de mi vecina, que a veces parecían acompañadas de una sonrisa, otras veces, no. Para ser más especifico, en guitarra sonaban las alegres, en piano las tristes. Era como un pasaje a otra dimensión. Mis segundos favoritos. Lindos microsegundos.

En las reuniones de consorcio solían quejarse de estas actitudes "muy pocas empáticas" de la nueva inquilina del 4°C. Los reclamos se acumulaban, la barra de doñas ofuscadas aportaban su grito al asunto y que de a poco lo fueron llevando en coros a la formalidad de un futuro desalojo. Ella en cambio, nunca pisó las reuniones, nunca se justificó, nunca quiso ser parte del circo, pero el encargado juraba tener largas y batalladas charlas que en realidad no pasaban de un breve, delicado y porfavorsiado pedido a bajarle el volumen a sus costumbres musicales.

Nos encontramos un par de veces fumando en los balcones y han sido oportunidades para hablar de muchas cosas del universo. En una de esas nubes de confianza, me dijo que el cantar solo era un pasatiempo para descargar el ruido de la ciudad y desenchufarse de las frustraciones que la acechaban.
La he visto sonreír y hablar del arco iris como paraíso soñado. Solo una vez me animé a elogiarle su voz y algunas de sus composiciones que había "escuchado sin querer a la pasada". Y fue ahí, justamente allí que sus labios se curvaron para sacudirme el corazón. Unas horas después, cantó sobre el muchacho raro al otro lado de la montaña, de tonada indescifrable al hablar, algo tímido, que baja su mirada cuando lo miran fijo a los ojos y hace figuras con el humo del cigarrillo. Golpeé a su puerta y entre agradecimientos y risas terminamos revueltos en la espuma de una cerveza fría, escarbándanos el pasado con la banda sonora más aburrida de la urbe que nos agobiaba.
Todo marchaba viento en popa, las banderas desplegadas y el pecho apuntando al sol, y para cuando vi venir al simpático destino, ya estaba del otro lado de la pared siendo parte de los hilos que tejían sus letras y santas notas.
Hace una semana, la doña del 4° A acompañada por una manada de agitadores embravecidos de pasos crujientes, desfilaron por el pasillo hasta el ascensor con el ultimátum de una respuesta inevitable para el único responsable capaz de ponerle punto final al asunto.

Como les decía, vivía junto a una loca linda.
Ahora, a kilómetros de ese lugar sordo a las historias de pentagrama, me abrazo a ella mientras canta parte de su melodía infinita...

... en guitarra.


ram
Ram08422 de octubre de 2014

Más de Ram084

Chat