En una playa junto al mar, había una familia recostada en la arena. Los que serían los padres se encontraban cómodos leyendo el diario, tomando sol y mirando de reojo lo que hacían los niños. Los niños, inquietos y sonrientes, sostenían en sus manos el caparazón de un caracol con el cuál se comunicaban con niños de un mundo a 300 millones de años luz. Tal descubrimiento podría haber sido compartido con los adultos, solo que la comunicación era de una distancia tan lejana, que se habían convencido de que sus padres no querrían pagar ni un minuto por esa llamada.