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Efecto: Sapo de Otro Pozo

Ritual de sábado, fieras enloquecidas, fieras confundidas entre el veneno y el antídoto. (Y así arranca el capítulo que se le escapó a Discovery Channel).

“Se respira noche de cacería”, dicen los sabios. Noche que se traduce en el idioma ceceoso de sus bocas derramando baba, y colmillos afilándose al son de una ilusión. Noche de cacería murmuran los cuerpos bosquejados frente al espejo, pintados y recubiertos con pieles de espejismos, cuerpos conteniendo el perfume de la destrucción, perfume que se libera en el momento indicado, que envuelve y atrapa a otros cuerpos en el limbo del descontrol. Noche de cacería huelen los mercaderes, y de a poco van preparando el campo pactado para la batalla, atrayendo a las bestias con arenas plateadas y mil luces de colores girando sobre sus cabezas. Los optimistas anticipan una sangrienta lucha. Noche de cacería, las estrategias redundan y los rugidos empiezan a escucharse a la lejanía, las garras van rayando el aire, las feromonas colapsan el lugar, donde machos y hembras se entregan a las manos del instinto, quién ya se ha autoproclamado titiritero de las eternidades.

Viejos luchadores los ven pasar arrastrando sus suertes y sus voluntades, saben que algunos volverán con la sangre entre sus manos, con el rabo entre las piernas, con la pena del hambre rasgando la espera de otra semana. Por eso los senderos se ven plagados de alimañas y los carruajes plagados de inconsciencia, atravesando matorrales, escondiéndose en la plenitud de la noche, como si llegar vivos fuera parte de una tarea imposible.
Y allá me encontraba, a las puertas de una sensación de finitud, entre animales de agrietados rostros, entre desconocidos GPSeando a su presa, entre seres angustiados por lo incierto, y poseedores de un brillo que los delata y hacen vislumbrar la posibilidad de una masacre.
A veces creo que deberían enjaular a la fiera más bonita, o al menos, enjaular sus ojos cuando te atraviesan el alma con una puñalada certera, que no deja margen para una mínima posibilidad de defensa o resistencia.

Vidriera, cruel vidriera.

Animales danzando al ritmo de tambores que los deja en un trance parecido al de los hippies de los 60', del cual parecería que no van a despertar jamás. Se mezclan, se alejan, se huelen, se estudian, se orinan, se vigilan, marcan su territorios, sudan el pecado y van mordiendo de a pedazos el cuero de la victoria, hasta que sus flechas son lanzadas al abismo y esperan en el silencio… la respuesta... (La guerra ha comenzado).
No hay espectadores. Donde mire se están matando y no hay árbitros que detengan la contienda, solo hay un idiota gritando y pretendiendo avivar las llamas de lo que ya está ardiendo. Levantan sus manos una y otra vez, como diciendo: “aquí estoy”; como diciendo: “auxilio”; como diciendo: “adiós”. Y veneno, mucho veneno, que llegue al cerebro y confunda el andar cotidiano, desoriente su libre albedrío hasta matar las neuronas de lo civilizado y se revelen en el animal idiotizado que hemos sido siempre.

Y ahí estaba, tratando de recordar cuando fui parte de todo eso, cuando contribuí con toda esa locura y cuando mis garras se retrajeron ante otros cueros. Estaba demasiado humanizado como para caer en la magia, pero ahí estaba, viendo ir y venir a la musa de otros cuentos, la razón por la cual no me fui antes a mi cueva a pensar un remate para esta historia de nunca acabar. En ese momento, parecía superado por los efectos del “sapo de otro pozo”, efecto que te arranca del oxigeno de la jungla y evita que te consumas en el canibalismo de su perdición...

(Me parece que el letargo, a veces, suele ser poco saludable)


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Ram08410 de abril de 2013

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