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Relatos de una Batahola

"¡Ya basta, damos asco de cursis!", le dijo un poema a otro. Y así comenzó una disputa de lineas cruzadas hasta transformarse en una batalla de versos arrancándose las letras a mordiscos.
Caníbales unos de otros: combinándose, arrugándose, desintegrándose, borrándose, rearmándose hasta caldear el aire perfumado a papel antiguo. Acentos por aquí, puntos por allá, las metáforas no
pudiéndose tocar por lo abstracto de sus golpes, eran salpicadas por insultos y rimas de otras estrofas virulentas, por lo que tuvieron que correr a refugiarse lejos de las sombras que generaban todas esas verdades incoherentes. El caos inundó los tomos de pé a pá y las ediciones únicas olvidaban su rango para trenzarse en grescas pandilleras con las historias taquilleras de nuevos autores. Capítulos enteros destrozando frontispicios, prólogos patoteros pateando biografías indefensas, títulos desconocidos pisoteando el nombre de los autores a sus pies, nadie parecía estar exento, pues rápidamente se fue expandiendo como una brava tormenta. Para entonces, el trueno ya se había escuchado en toda la biblioteca.
Números impertinentes y fórmulas chismosas acudían presurosas a contemplar la batahola. Cada quién tomaba partido por los contendientes, se levantaban apuestas y se sentenciaban destinos, todo bajo la atenta mirada de las reflexiones y salmos que temblaban absortos, ni hablar de las oraciones y santos textos que se abrazaban por lo inevitable. Se creyeron espectadores y fueron consumidos por la bola de nieve que contemplaban.

El día asomaba, pronto las puertas se correrían para dar paso a los eruditos que desnudaban sus cuerpos y los quemaban con las lupas de sus anteojos, inconscientemente.
Remigio giró la llave como todas las mañanas, y al cruzar el umbral, el aire contaminado de algo que no podía explicar lo ahogó al instante. Llamó a seguridad pensando que alguien había osado ingresar al recinto. Luego de reiteradas inspecciones y constatar a simple vista que todos los libros estaban en su lugar, la muchedumbre impaciente accedió al limbo de palabras heridas desparramadas en los suelos agrietados. Ellos no lo sabían, el contenido que hasta ayer se vislumbraba cierto ya no serían los mismos jamás. Habían perdido su esencia. La esencia que solo da la pureza del momento inspirado que ya se fue y que se creía, era inmortal.
Al terminar el día, Don Remigio seguía con el olfato adulterado, algo no estuvo bien en toda la jornada y no quería irse sin descubrirlo. Buscó tres veces más en el lugar. Los cuadros, los adornos, las maderas, las luces y los relieves, todo se mantenía en su encuadre perfecto. Hasta que se le dió por revisar el tacho de basura. Y allí estaba. El best seller de: "Tips para escribir buena poesía" de Froselco Manner abierto por la mitad, junto a un lápiz quebrado y tres bollos de papel con algunas frases sueltas que susurraban el amor a una tal Florencia. Fuera quién fuera el responsable de la lectura, siempre supo que ese libro era un canto a la guerra por sus aires de querer vender alas que ya se trae en el corazón.



ram
Ram08420 de septiembre de 2014

5 Comentarios

  • Amiaire

    Batalla epica, haber si tomamos ejemplo,al menos esta guerra,tiene fines eticos...Me ha gustado muchisimo,Un saludo!

    20/09/14 12:09

  • Loquillo

    Por eso estaban los zapatos de Dorothy en la torre oscura de Stephen king.

    20/09/14 04:09

  • Indigo

    Muy buena tu ficción, ingeniosa.
    saludos.

    21/09/14 02:09

  • Ram084

    Muchas gracias por leer, saludos!!!

    21/09/14 10:09

  • Loquillo

    Gracias a ti por compartirlo es buenisimo texto. Saludos¡¡¡

    21/09/14 02:09

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