Allí te veo, erguida en el penacho de mis sueños, sentada en la cumbre de un deseo secreto, tan profundo como el mar y visible como el cielo azul que estruja mi espacio. Ansío la libertad de no desearte, pero qué cadenas, qué grilletes de infinita necesidad de ti, de tu tacto, del calor inocente y desentendido de tu piel que no alcanza a imaginar el violento apetito de un corazón que grita a pálpitos: mirame! No estimo tu tolerancia, no acepto tus ya usadas fraternidades, no las menosprecio pero las odio, me convierten en el niño ageno de tu sentimiento. Desde mis adentros salto, grito, lloro, como aquel náufrago que a golpe de esperanza se esfuerza con la fe de ser advertido. Reina de mis anhelos, Diosa incomparable de mi oración de amor, atiende a la sola súplica de un alma delgada de tu cariño, quemada por tu deseo, sería yo como quien encuentra el sentido al saberme dentro de tu pecho, dibujado en tu pensamiento... Tengo tu firma en cada centímetro de mi cuerpo y no lo has hecho, mis horas se fabrican sobre la ambiciosa pasión de tu vívida compañía, ya no más gritandote en silencio, ya no mas soñando con los ojos abiertos, sé mi dueña y permíteme gozar del ateísmo de tu rechazo, sólo quiereme y déjame enseñarte el amor del que hablan las quimeras, el que narran los mitos, el que inspira poemas, el que vive en mí y hoy te ofrezco, al final serás mi eterna enamorada, te lo prometo.

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