No sé qué tienes. No te conozco. Solo me puedo imaginar cómo eres o como imagino que serías. A veces pienso, que sí algún día me tomo ese café contigo, seguro que me decepcionas, no tienes conversación, no nos reímos, y la historia queda ahí. Otras veces, nos imagino de la mano por la calle mientras la gente comenta lo guapo que eres pero lo mayor que eres para mí. Y por último, hay otras que me imagino en tu cocina en ropa interior, preparándote el café después de una de las pocas noches que pasaremos juntos. Pero es que parece que no voy a atreverme nunca a decirte nada y aunque no lo parezca, lo intento, muchas veces. Lo único que me pregunto es por qué, por qué me gusta tanto alguien que no conozco. Por qué me pones tan nerviosa. Por qué no puedo ser yo misma cuando tú estás cerca. Por qué cuido mis movimientos y me pongo nerviosa cuando te veo por cualquier pasillo. Por qué, por qué, por qué. Por qué me revolucionas tanto, por qué no pasa un día sin que quiera lanzarme encima tuya. Mírame y dime qué lo haremos. Me encantaría que lo hiciéramos. Y no me refiero a hacerlo, que si me permites confesártelo, me muero de ganas. Me refiero a tomar algo juntos. Simplemente eso. Quizás una parte de mí solo quiera descubrir que no eres más que una sonrisa bonita, que no me vas a hacer reír, ni me vas a dar esa confianza que necesito para soltarme contigo. Si me dices que sí, lo dejo todo. No tengo nada que dejar ahora mismo, y tú tampoco. Lo podíamos llamar destino. No quiero que pase más tiempo. No quiero seguir muriéndome por ti sin llegar a saber cómo eres, sin llegar a saber que no eres para tanto, que ojalá no lo seas. Solo un poquito de ti. Un poquito de ti. Permíteme decirte al menos, que me encantan tus camisas, tus pulseras, tu moreno en noviembre, tu barba, y tu sin barba, tu forma de andar y tu maldita sonrisa, creo que me gusta hasta cuando te enfadas y te pones borde.

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