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Ella y Él

Lloraba.
Lágrimas resbalaban por sus mejillas y se estrellaban contra el entarimado, haciéndose mil pedazos, lo mismo que la pequeña cajita de porcelana china.
Ella acariciaba los pedazos con desmedida tristeza.
Ella lloraba y no había consuelo en el mundo para su dolor.



Era el día de San Valentín. Habían quedado por la tarde en casa de Ella.
Y allí estaban.
Ella, la romántica, con un bonito regalo.
Él, el escéptico, con las manos vacías.
La cajita dorada contenía un precioso reloj. Además, Ella había reservado mesa en un lujoso restaurante. A Él se le cayó el alma a los pies y, tras dar una precipitada explicación acerca del regalo olvidado en casa, salió corriendo en busca de algo que regalar, quedando en encontrarse con ella en el restaurante a la hora de cenar.
Recorrió el centro de la ciudad sin encontrar nada abierto. Era muy tarde y un profundo sentimiento de culpa comenzó a retorcerle las entrañas. No podía soportar defraudarla.
Tras media hora de deambular sin sentido, encontró una pequeña tienda de regalos en una pequeña callejuela. Entró temeroso de no encontrar nada comparable al reloj que ahora lucía en su muñeca izquierda.
Salió de la tienda con un pequeño paquete, envuelto en un feo papel decorado con ositos verdes y gatos azules. Sin embargo en su rostro se adivinaba una honda satisfacción.

Ella le esperaba impaciente a la puerta del restaurante, el retraso por parte de Él era ya de media hora. Finalmente llegó, cargado de disculpas por su tardanza. En el bolsillo derecho de su chaqueta se ocultaba el regalo.
La cena transcurrió tranquila, demasiado. La desilusión hacía mella en Ella que veía cada vez más improbable que el día acabase bien. Él estaba sumido en un cúmulo de sentimientos. Ya no estaba tan confiado acerca de su regalo y veía probable que Ella acabase decepcionada. Al llegar el postre, hizo acopio de valor y sacó de la chaqueta el regalo, menor que un puño. Ella lanzó una sonrisa forzada al ver el feo papel y ésta no escapó a los ojos de Él. Ambos deseaban que la tierra se los tragase.
Ella desenvolvió el regalo con delicadeza y desapareció la triste sonrisa dando paso a un gesto de extrañeza. Era una cajita de porcelana, azul y dorada, con un cierre también dorado.
- ¿Qué es?- Esperaba que ese no fuese el regalo. Ella no había querido un gran regalo, solo una muestra de cariño. Pero no entendía que propósito romántico podría tener esa cajita. Así que desencajó el cierre para ver si había algo dentro. Él alargó el brazo rápidamente y le impidió hacerlo.
- No la abras. No la abras nunca... - Era el momento de la verdad, se jugaba el todo por el todo.- No la abras o dejarás escapar todos los besos que aún no te he dado.
"Las promesas que aún no he cumplido."
"Los sueños que aún no hemos compartido."
"Los instantes que me quedan a tu lado."



Y ahora, la cajita estaba rota. Sus pedazos contenían tanto...Pero la esencia del regalo se había perdido, se había desvanecido.
Tras recoger casi todos los pedazos para después tratar de unirlos, se tumbó para alcanzar los que se habían ocultado bajo la cómoda.
Encontró entre ellos una alianza de oro blanco y una nota de papel.



Dos días después de la cena volvieron a quedar en casa de Ella. Como de costumbre, Él llegaba tarde y caminaba por la acera a toda prisa. Pasó por delante de una joyería y se detuvo a observar el escaparate. Sabiendo que ya nada le salvaría de la reprimenda, entró. Compró una alianza de oro blanco e hizo grabar sus nombres.
Tal y como adivinaba sus excusas no sirvieron de nada. Resistió con estoicidad y aprovechó un momento en que Ella iba al baño para introducir en la cajita de porcelana la alianza y una nota de papel.



Ella desdoblaba la nota con sus finos dedos. No sabía si podría soportar más dolor. Dos horas antes se había enterado de que Él acababa de morir en un accidente de tráfico. La rabia corrompió su corazón y le odió. Le odió por haberla dejado sola, por hacerse tan necesario.En un acceso de ira estrelló contra el suelo la cajita de las promesas. Y un segundo después, cayó al suelo gimoteando, tratando de recordar su aroma.
Leyó con los ojos anegados en lágrimas.



"Cuando abras la caja, recibirás todos los besos que no te he dado aún.
Te prometeré aquello que quieras que te prometa.
Cumpliré tus sueños, uno a uno.
Te daré toda mi vida, llena de instantes.
A tu lado.
Si aceptas casarte conmigo, sonríe."

Y Ella, se colocó el anillo. Y a pesar de todo el dolor, no pudo negarle una sonrisa.
Ruger06 de enero de 2008

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