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La Zona (parte 3)

- ¡Eh tíos! -gritó una voz lejana- Ya han vuelto, ¡venid a ver! ¡Algo ha pasado!

Aquello nos pilló a todos por sorpresa. Mis improvisados escuchantes macarras se levantaron inmediatamente y se perdieron entre las casuchas que nos rodeaban. Mientras tanto yo permanecía quieto donde estaba, observando su marcha con mera inquietud.

- Joder, -dijo uno- qué rápido. No les habrá dado tiempo a cazar una mierda.
- Pffff... Ya te digo, -respondió otro- cada día los hacen más vagos. Debe ser por culpa de la radiación.

No podía quedarme parado ante tal situación, así que decidí ir en pos de ellos manteniendo cierta distancia prudencial, no sea que me volviesen a mostrar otro revólver por vaya usted a saber qué coño esta vez.
Tras sortear varios obstáculos -porque casas no parecían- pude apreciar, a pocos metros, una pequeña masa de gente expectante. Por el camino del poblacho venían dos hombres jadeantes, uno de ellos llevaba un tercero a cuestas, y entonces el aire se llenó de murmullos inquietos, de tacos y blasfemias varias. Todos lo vimos, cada uno de los ojos y cada una de las bocas que allí malvivían se abrieron ante el espectáculo dantesco que se acercaba, porque lo que aquel desafortunado llevaba sobre sí no era un hombre, sino la mitad de un cuerpo brutalmente lacerado por un horror desconocido. Mi garganta se secó en cuestión de segundos, noté ese tirón de vejiga que se produce cuando el miedo supera el autocontrol, y los pantalones se humedecen con el chorro de la propia orina. En mi caso no pude mearme, llevaba días sin comer, pero fue como si lo sintiera de forma implacable.

- ¡Apartáos! -dijo el que cargaba con el fiambre- Dejad sitio y llamad a "Necro", hay que enterrar a Lvov.

Se paró allí mismo y dejó el cadáver en el suelo. El cuerpo había sido arrancado a jirones de cintura para abajo, las tripas que sobresalían estaban en parte carbonizadas, como si hubieran sido quemadas por un fuego fatuo tras tamaño accidente. Ya se estaba empezando a formar un charco de sangre.

- ¿Qué coño ha pasado? -preguntó alguien entre el gentío- ¿Dónde os habéis metido?
- Íbamos detrás de una manada de "Carnes" cuando el chico pisó un puto "Trampolín". No lo vimos, esa mierda estaba entre las matas de unos arbustos y él iba primero. Pobre chaval, lo pisó de lleno.
- ¿Es que no llevábais los tornillos?
- ¡A la mierda los tornillos! -espetó- ¡A la mierda la Zona y a la mierda todos! Estoy ya... De todo esto...

Y entonces se derrumbó. Cayó al suelo junto a los restos triturados de su amigo, llorando desesperadamente, sintiendo el recuerdo de la muerte y el peso de una naturaleza cruel que no guarda aprecio alguno por la vida. Sus ojos manifestaban la ardiente visión de alguien que desea sucidarse. El otro muchacho que los acompañaba agachó la cabeza y comenzó a toser violentamente. Eran los únicos sonidos que rompían el reinado macabro del silencio fúnebre, pues el resto de la gente callaba, no por ira, ni por pena, sino por miedo; el mismo temor viejo que sentí en aquellos ojos cansados que antes me observaron.
Ruru22 de marzo de 2009

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