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Un Prólogo que Parece un Epílogo

Hace un tiempo me dio por escribir un libro. Apenas llevo tres capítulos y es una estupidez, pero es entretenido esícribirlo. Podéis leer el prólogo aquí: https://docs.google.com/document/d/1BmYLymQVLfLV70VHbDtpFx9gKDsPb_mLVOgkMW2SM18/edit
O aquí debajo:

Era el típico día en la planicie de la Pesadilla. Los rayos del sol caían como afiladas dagas ardientes, calentando cada fibra, cada bolita de algodón dentro de los presentes. El cielo tenía un color sangriento, y el aire olía a dolor y muerte. Las nubes, negras como el tizón, se paseaban soltando destellos continuos. El suelo tenía el color rojizo de la arcilla, y el paisaje en conjunto era el punto más parecido al Infierno sobre la faz de la Tierra.

Y en medio de todo ese sufrimiento, gritos y gemidos atrapados en la atmósfera, los héroes se levantaron. Cinco valientes animales de peluche capitaneando una tropa de decenas más, preparados para morir y matar en la que había de ser la última y definitiva de sus batallas. Habían luchado durante toda su vida, habían pasado por infinidad de tormentos y calvarios para llegar hasta ahí.
“Allí donde la Tierra había de ser liberada del Mal, y la Primera Etapa tocaría a su fin.”

-Por fin habéis venido, os estaba esperándo. -Dijo una voz que nadie supo identificar. Entonces, una figura apareció en medio de la nada. Poco a poco cobró forma humanoide, y un color negro tan intenso que oscurecía todo a su alrededor. El miedo podía leerse en los rostros. Miedo a verse cara a cara con la muerte, miedo a algo superior, invencible.
-¿Qué eres? - La voz de Delfi Delfín, el capitán, rompió el murmullo general.
-Soy el Diablo.- Respondió el extraordinario ser, cambiando su forma a la de un enorme reptil.
-¿Cuál es tu nombre? -Preguntó de nuevo el líder peluchal.
-No tengo nombre.
-¿Quién eres, pues?
El ser tomó la forma del propio Delfi, pero en su color ónice característico.
-Y soy el que soy. Soy el mal, soy el diablo y soy la muerte.
-Entonces te hemos encontrado.
-¿Qué queréis de mí?
-Hemos venido a matarte.
-Adelante pues -cambió de forma, adaptando la de un enorme dragón-, mas os advierto que yo no estoy sujeto a las leyes de la física, no tengo bondad ni compasión. No tengo miedo a la muerte. No tengo nada, yo simplemente soy.
-¡Pues dejarás de serlo! -empezó Delfi con una arenga a su tropa- ¡Acabemos con esto de una vez por todas! ¡Acabemos con este sufrimiento, con este dolor, y liberémonos del yugo de la maldad! -los soldados, armados con espadas y arcos, contestaban a cada frase con un grito-. Seremos libes, hermanos. Seremos libres y grandes. Por la Tierra que nos ha parido, ¡CARGAAAAD!

El temible ser oscuro tomó un tamaño medio, y la forma de un ángel. Acto seguido, batiendo sus alas, se elevó, empuñó una espada en cada mano, y bajó en picado sobre los primeros soldados. Fue una masacre. Con cada golpe de su espada, cortaba tres cabezas. Los pocos que esquivaban su mandoble, lo hacían para caer al siguiente embite, y los que intentaban parar su acometida, veían su espada rota, su esperanza muerta y su cabeza degollada pocos segundos después. Ni qué decir que ninguno consiguió golpear a aquel ser rápido como el mejor atleta y hábil como el mejor espadista, con un plus en forma de alas.

Cuando todos los soldados habían caído, los cincuenta peluches allí congregados empezaron su ataque. Éstas criaturas excepcionales eran muy poderosas y longevas, por lo que muy rara vez perecían en combate. Habitualmente, tras recibir suficiente número de golpes se desmayaban, y cuanto más dura hubiese sido la derrota, mayor el tiempo de letargo. El combate no tuvo nada que ver con el anterior. Cada uno de estos singulares guerreros tenía sus propios poderes y características. En su mayoría eran únicos, salvo algunos casos de hermanos gemelos. El ser maligno tuvo que emplearse a fondo en esta refriega, puesto que no tenía tiempo ni energía para darles muerte. Ellos lo sabían, y afrontaban la batalla con mucho menos miedo que los frágiles soldados humanos. Poco a poco quedaban menos en pie, pero la malvada criatura había recibido ya varias estocadas y multitud de ataques indirectos.

Cuando ya ninguno del resto se sostenía sobre sus piernas (o equivalente), sólo Los Cinco elegidos quedaban frente al maligno. Y la más épica de las tres batallas empezó. Atenas, el oso de fuego, se abalanzó sobre su enemigo, ahora convertido en un monstruo de cuatro brazos, con otras tantas afiladas espadas. Durante largo rato estuvieron batallando ambos, y Atenas impactó una bola de fuego blanco en toda la tripa de su rival, que tambaleó, y en un ataque de furia lo empujó por los aires varios metros hacia atrás.

La siguiente en cargar contra la criatura fue Cohete Rojo, la ardiente oveja voladora, que enfurecida por el fracaso de su hijo arremetió con fuerza, y ambos se enzarzaron en una batalla de puñetazos ardientes y patadas giratorias de dolorosos resultados. Tras ello, se elevaron en el aire y se sumieron en toda una refriega aérea. Cohete Rojo agarró al maligno y lo estampó contra el suelo. La criatura, enfurecida de nuevo, se levantó y propinó a Cohete Rojo un terrible gancho con dos de sus brazos que la dejó fuera de combate.

El maligno ser tomó ahora la forma de un hombre de tamaño medio cubierto por una capa negra con capucha que impedía ver su rostro. Tigre fue esta vez el que se lanzó sobre la bestia, sumiéndose en un combate que más que eso parecía un espectáculo audiovisual. El médium felino usó todos sus trucos y artimañas para confundir a su rival, pero sin demasiado éxito. La lucha continuó hasta que ambos efectuaron sendos ataques que impactaron en el aire, provocando una explosión que los repelió hacia atrás. La bestia se levantó, pero Tigre ya no tuvo más fuerzas para continuar la refriega.

Escama miró a Delfi y le hizo una señal que entendió perfectamente. Sin más dilación, el delfín capitán de la Armada peluchal blandió su espada y se acercó hacia el ser maligno, que esperaba impaciente. Sus espadas chocaron una y cientos de veces en el asalto más épico entre los dos mejores espadistas del mundo. Mientras peleaban con la espada, también lanzaban multitud de ataques indirectos. Delfi llegó a congelar al malvado hasta en dos ocasiones con su famosa técnica del Frigidarium, que crea alrededor de su objetivo una esfera de hielo rellena de Helio en estado líquido, a una temperatura cercana al cero absoluto. Usando su inconmensurable poder, la criatura consiguió escapar en ambas ocasiones antes de que el filo letal del arma de Delfi segara su negro cuello. Tras esto, los contrincantes dieron por acabada la lucha armada y se dispusieron a pelear con una enorme suerte de ataques. De la boca de Delfi emanaban rayos de agua y hielo, pero pocos impactaron al ser maligno, que contraatacaba lanzando bolas negras que se deshacían en una explosión de rayos al llegar a su objetivo, o impactar en el suelo. Seguían enzarzados en la pelea, cuando de pronto Delfi impactó de lleno una bola de hielo en su rival, y aprovechando el mínimo instante de congelación posterior al impacto, le propinó un Coletazo Helado que lo mandó por los aires. La criatura permanecía inmóvil en el suelo, pero justo cuando Delfi alzaba su espada para rematarlo, rodó por el suelo y con un grito inhumano cambió su forma a la de una voraz serpiente. Delfi aguantó lo que pudo, pero el poder de su enemigo era sobrehumano y no parecía cansarse de lanzar ataques contra él. Al poco, una bola oscura impactó en la aleta izquierda de Delfi, que se quedó paralizado un instante por el efecto eléctrico. Ese instante, esa fracción de segundo de duda, fue todo lo que la horripilante sierpe necesitó para propinar a Delfi un fortísimo coletazo que lo impulsó hacia atrás, cayendo finalmente en el suelo con tal violencia que se la mitad de uno de sus ojos se partió y salió disparada. Tosió, e intentó levantarse, pero no fue capaz de alzarse de nuevo.

El Capitán de la tropa había caído, y sólo Escama, probablemente el peluche más poderoso del mundo, quedaba en pie. El voraz lagarto permaneció quieto, inmóvil, contemplando a la que había de ser la última de sus presas.
-Por fin. Llevo años deseando que llegue este momento -dijo
-Entonces, ¿deseas la muerte? -replicó el ser maligno
-Si así podré dártela a ti, bienvenida sea.
Y se lanzaron el uno contra el otro. El ser maligno blandió su espada, pero las cortas patas de Escama hacían que no le gustase nada el combate armado, y sin pensárselo mucho, agarró la espada de su rival por el filo y la lanzó al otro lado de la planicie.
-¿Cómo has podido? -Le espetó la criatura- ¿Qué eres? No, no puedes hacer eso.
-Yo soy el que soy. Soy Escama y he venido a hacerte pagar por tus actos sobre mí. Ahora muere, cerdo.
Y de nuevo se enzarzaron en una batalla de golpes, proyectiles y demás. Las uñas de Escama y su cresta dorsal estaban compuestas de un material que resultaba extremadamente dañino para el ser maligno, que poco a poco se fue debilitando. Continuaron la lucha, y a medida que la criatura perdía fuerzas, escama parecía ganarlas, y atacaba con intensidad creciente. Cuando el ser malvado parecía estar a punto de desplomarse, se echó unos pasos hacia atrás, se elevó unos metros en el aire, y con un enorme estruendo, empezó a drenar energía de su alrededor, a alimentarse de la maldad de la atmósfera. El grito que emitió la bestia despertó de su letargo a los otros cuatro peluches caídos, que ahora, siendo más en número y poder, se abalanzaron contra él. A pesar de que el maligno había renovado sus fuerzas, el poder en conjunto de los peluches pudo con él.
Con un último aliento, la criatura gritó:
-No me habéis derrotado, criaturas. No habéis ganado la guerra. Ni siquiera una batalla. Si aquí sois superiores, ¡vendréis conmigo al infierno!
Y una gran explosión negra absorbió a todos los presentes. Los pocos que ya se habían despertado contemplaron, atónitos, como sus héroes desaparecían, junto a la bestia, en un oscuro vórtice que se cerró tras ellos.
Schlange03 de junio de 2012

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