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El Portal de Las Estrellas

Prólogo:
La Fuerza de los Elementos.

Agua
El frío la abrazaba con fuerza, haciéndola sentir viva, sonrojando sus mejillas y su nariz. Nunca había sentido un frío como aquel, acostumbrada a climas más cálidos, conseguía meterse dentro del cuerpo y te entumecía poco a poco, aferrándose a ti. La nieve caía a su alrededor, cubriéndolo todo por completo, como un manto blanco y mullido. El viento agitaba sus cabellos y se dejaba mecer liso y morado. Caminaba apoyada en su cayado y dejando tras de sí pequeñas huellas que no tardaban en ser cubiertas de nuevo por la nieve, no estaba muy lejos de su destino, ya podía oler el agua.
Había venido desde muy lejos por aquella agua y nada iba a impedir que se sumergiera en ella. Su peregrinación la había llevado por caminos peligrosos que había superado con creces, luchando por hacerse paso, por cumplir con su destino. Un destino que estaba escrito desde hacía siglos, que solo podían cumplir unos pocos. Un destino que cambiaría el mundo como se conocía.
Había nacido hacía ya veinte otoños, y desde la primera vez que había tocado el agua, se había obrado magia entre los dos. Podía manipular el agua a su antojo y respirar bajo ella, era algo increíble que a muchos había aterrorizado, pero ella, dócil e inocente, se había ganado sus corazones y habían aprendido a amarla a ella y a su don.
Por fin llegó a su destino.
Frente a ella, imponente y congelado, se encontraba el Lago Myr. Un lago, contaba la leyenda, donde se habían obrado milagros durante la Gran Epidemia. Sus aguas eran capaces de curar cualquier enfermedad y tenían propiedades mágicas, como saciarte el hambre además de la sed. Pero ella no estaba allí por aquello. Necesitaba la pureza de aquellas aguas oscuras y heladas.
Se deshizo de su abrigo, de las botas, de los guantes, las calzas y el cómodo vestido de algodón que la protegía del frío. Descalza caminó, no sin soltar alguna maldición por el frío de la nieve que pisaba, hacia el lago, donde con su cayado atizó con fuerza el hielo hasta romperlo y hacer un agujero para sumergirse. Dejó el cayado sobre la nieve, que fue enterrándose poco a poco cubierto por la nieve que seguía cayendo, ahora más despacio, como si supiera lo que instantes después estaba a punto de empezar.
Niko sumergió un pie en el agua y la impresión le arrebató la respiración como si la hubieran golpeado en el pecho. Bufó, pero no se amedrentó y se sumergió hasta las pantorrillas, abrazándose los pechos inconscientemente con el frío viento que se había levantado. Con el tiempo acabó por sumergirse hasta el cuello, entumecida, sin apenas moverse por el frío y el hielo que la rodeaba. Tomó aire, más para infundirse valentía que para sumergirse por necesidad, y sumergió su cabeza y nadó hacia el fondo, notando como la oscuridad iba abrazándola en las heladas aguas.
Cuando hubo entrado en calor, cerró sus ojos castaños y esperó a que ocurriera el milagro…
No tardó en que un aura de luz la envolviera y la calentara por dentro, haciéndola olvidar que estaba en agua profundas y heladas. La envolvió un poder acuático, el poder acuático que estaba buscando, y sintió el poder recorriéndole las venas, como la sangre…

Despertó por los rayos del sol del nuevo amanecer, estaba tendida en la nieve, desnuda, y se apresuró a coger su ropa. Ya sabía a donde tenía que dirigirse y en el dorso de su nívea mano había aparecido un triángulo invertido de color azul. Lo tocó, estaba frío y brilló con su contacto.



Tierra
Erial solo tenía que dar dos pasos más para adentrarse en el Bosque Eterno, de donde muy pocos habían conseguido volver con vida, y si volvían, regresaban infestados por una locura peligrosa, que jugaba con sus mentes y les hacía atacar indiscriminadamente a sus familias y amigos, para luego acabar con sus pobres vidas por desesperación. Todo un lugar turístico…
Tomó aire, se pasó una de sus sudorosas manos por su cabello anaranjado y se envalentó a dar dos pasos, tras los cuales se encogió esperando el primer golpe. Pero como su parte racional le decía, no ocurrió nada así que siguió caminando, adentrándose en el espeso, profundo y oscuro bosque.
Los árboles que iba dejando atrás parecían hacerle una reverencia, como si el viento los meciera, pero no hacía viento, apenas unas pequeñas brisas lograban colarse por entre las copas de las ramas. No, los árboles reverenciaban el poder que llevaba dentro, un poder que le permitía manejar a su antojo lo que crecía en la tierra, la naturaleza. Por aquella razón estaba allí, siguiendo una vieja profecía que había hablado de él siglos atrás y le había dirigido a uno de los lugares más remotos y peligroso del continente.
Desde que era pequeño y sus padres le habían dejado jugando al sol en el jardín, atraía a las platas hacia él, cuando cantaba, crecían y maduraban los frutos, cuando estaba triste o enfadado, se marchitaban. Era un don que su pueblo no dudó en utilizar en su beneficio para no pasar hambre durante los fríos inviernos que padecían.
No todo era bonito, muchos habían luchado buscando la guerra para arrebatarle sus poderes o simplemente a él para utilizarlo en su beneficio y él, desconfiado gracias a ellos, había luchado y protegido a su pueblo ayudado por su don. Había perdido familiares y amigos, y aquello le había hecho ser melancólico a ratos, y meditaba más que disfrutaba del tiempo con sus seres queridos, siempre atento por si alguien les atacaba.
Pero ahora se había acabado aquello, ahora tenía que cumplir una profecía, y para ello debía encontrar un poder que solo podía localizarlo allí.
Cuando hubo caminado por un serpenteante camino hasta el mismísimo centro del Bosque Eterno, se sentó sobre una gran roca y cerró los ojos, esperando absorber la energía del lugar. Pero no sucedió nada, arrugando el ceño suspiró y a regañadientes, se desnudó, algo que había leído en el pergamino que le habían entregado apenas dos lunas atrás. No pensaba seguirlo al pie de la letra, pero en fin… donde vayas, haz lo que vieras.
Una vez desnudo, se sentó de nuevo en la fría y dura piedra y no tardó en que un aura le envolviera por completo, soltó un gemido por la intensidad del poder que le recorría desde las puntas de los dedos de los pies hasta su cabeza…

Cuando abrió los ojos era ya de noche cerrada, y sabía, mientras se vestía con parsimonia, que a la mañana siguiente emprendería un camino que le había sido revelado. Cuando se vestía se dio cuenta de que en el dorso de su mano había un símbolo extraño, un triángulo invertido con una raya en medio de color verde.

Viento
Niall solo conocía el exterior de su torre por los barrotes de la ventana de su habitación. Había visto ese mismo paisaje durante todos los días de su vida desde que estaba allí encerrado. Una vista oscura y triste, nada de tierras y prados, u océanos o ríos. Solo nubes hermosas por compañía. Enormes nubes grises amenazando con la tormenta más grande de todos los tiempos, pero que nunca rompía a llover, que nunca dejaba caer una sola gota.
Oh, no.
Solo había llovido en tres ocasiones, las tenía contadas y sentía los latigazos en su espalda recordándole el dolor áspero y su sangre goteándole por la espalda. Cerró los ojos con un escalofrío. A golpes había aprendido lo que las palabras no habían podido, a no intentar escapar, a no desobedecer a sus carceleros. No habría cambio para su situación, solo esperar a que todo por fin acabase con su dulce muerte.
Se recostó en el catre, suspirando y mirándose las uñas negras de las manos. Negras y heridas de intentar, en vano, salir de aquella cárcel de ladrillo, paja y hedor. Los harapos que llevaba puestos a modo de ropa hacían que su piel sucia le picara. Nunca pensó que desearía con tanto ardor un baño.
El aburrimiento hostigaba su vida desde que era muy pequeño, añoraba el tiempo que estuvo libre, pues no había sabido disfrutarlo como debía y, ahora falto de él, lo ansiaba con cada poro de su ser. Su estómago vacío gruñó, pues sabía que pronto le traería un escueto almuerzo, ¿o sería el desayuno? Apenas podía presentir la hora, no digamos ya el día o el mes. Pero seguro que hacía años que estaba allí encerrado, pues las ropas que le habían dado impolutas y de una talla ligeramente más grande de la que necesitaba, le habían quedado cortas de brazos y piernas. Lo rellenaba porque para no perder la cabeza o algo peor se había esforzado en ejercitarse el cuerpo.
Volvió a fijar su oscura mirada por la ventana, en el memorizado paisaje, hastiado, aburrido de vivir. Sin darse cuenta, sus manos se movieron y un trozo de tela hizo un movimiento leve en el suelo lleno de paja. Apenas un salto y aterrizaje. El atisbo de un poder inigualable. Quizá, en otra vida, hubiera podido hacer más, pero encerrado allí con la única compañía de las grises y tristes nubes, su soledad y el silencio, poco había podido aprender, a descubrir. Lo único que había aprendido era el miedo, el miedo a usar sus habilidades.
Oyó la llave en el cerrojo de la puerta y a los segundos se abrió para dejar ver a uno de sus carceleros, este apenas le miró, como siempre, vestido con su hábito de monje y la capucha puesta, dejó la bandeja con la comida en el suelo y recogió la de la comida anterior y el cubo con sus deposiciones. Cuando se hubo cerrado la puerta una vez más, Niall se levantó, muerto de hambre, y recogió la bandeja.
Unas gachas frías, pan duro y un vaso de zumo aguado para él eran un manjar. Cogió un pedazo de pan para untar y se percató de que bajo todo lo de la bandeja, había un pergamino sucio y roído. Sin entender qué estaba pasando se apresuró a cogerlo y leerlo.
Lo que el andrajoso pergamino le revelaba no era fácil de digerir, aparte de una antigua y extraña profecía, su nombre estaba garabateado por todos lados, junto a un símbolo extraño: un triángulo con un raya horizontal.


Fuego
Aquello a Freya no le gustaba nada, pero debía hacerlo pese a que se lo ordenase un pergamino apolillado y viejo. Así que bien entrada la mañana, comenzó el ascenso al Monte Drakus, el volcán más antiguo y activo de todo el continente.
El camino era pedregoso y muy peligroso, y pocos eran los valientes que se atrevían a aventurarse su ascenso a pie y sin ayuda de una mula de carga. Pero ella debía hacer esa subida a pie y calzada con unas buenas botas de cuero se disponía a cumplir con su destino. Un destino poco halagüeño, puestos a comentar, porque… ¿quién demonios iba a sobrevivir tirándose a un volcán? Era de locos…
Pero ahí estaba ella, con su cabello rubio desigual, largo por delante y corto por detrás, subiendo a la cima de un volcán activo donde debía arrojarse a la lava, donde se suponía que conseguiría que su poder de fuego, el que tantos problemas le había dado, aumentara para cumplir una profecía de cuatro locos que se aburrían.
-Yupi…
Pero ya no podía dar marcha atrás, debía hacerlo, más por orgullo que por lógica, no quería volver a su pueblo y que se rieran de ella porque había sido incapaz de tirarse a un volcán, por muy tonto que pareciera.
Al rato se cansó de la empinada subida y sus piedras que más de una vez la habían hecho tropezar o caer. Pero no se paró a descansar, bebió de su cantimplora agua fresca que le alivio la sed y continuó tarareando una canción de taberna. El calor era insoportable y sudaba a mares, solía aguantarlo bien gracias a su don, pero parecía que cuanto más se acercaba al volcán más calor hacía y su cuerpo no tenía tiempo de reaccionar.
Con el cabello empapado ya por el calor se quitó la túnica, quedándose en una fina camisa de lino, y se la ató a la cintura para proseguir con su camino. Las manos le sudaban dentro de los guantes de cuero que llevaba por protección, pues no contralaba bien el calor que salía de ella.
Por fin tras dos horas de ascenso llegó al ardiente cráter.
Tragó saliva, nerviosa, no estaba preparada para aquello. Negó con la cabeza y echó a correr hacia abajo, pero tropezó por la pendiente y rodó, golpeándose en la cabeza con fuerza. Tras unos momentos de seminconsciencia se levantó, se llevó una mano a la cabeza y al volver a mirarla encontró sangre en los guantes. Bufó, arisca, se desprendió de la ropa y las botas arrojándolas con furia al suelo, y se arrancó los guantes con la boca. Estaba decidida, caminó hacia atrás para coger carrerilla y emprendió a la carrera de nuevo hacia arriba pero antes de llegar al cráter paró de súbito muerta de miedo. ¿Y si ella no era la elegida?
No se lo pensó más y saltó a la lava ardiente…
El calor la abrasó, la quemó y gritó con todas sus fuerzas. Chapoteó intentando salir de allí, aterrorizada, pero antes de caer en la inconsciencia por el dolor de las quemaduras, un aura de luz le rodeó, envolviéndola y aliviándole las quemaduras…

La despertó el hambre y la sed, se palpó el cuerpo desnudo y aliviada porque no estaba chamuscada sonrió. Pero algo sí había cambiado en ella, su pelo rubio, ahora era rojo como el fuego. No la desagradó. Cogió su ropa y comió un poco antes de partir, ya sabía a donde se tenía que dirigir…
No tardó en percatarse de la extraña marca que le había salido en el dorso de la mano cuando se estaba enfundando los guantes, era un triángulo de color rojo, sorprendida lo tocó y notó el calor creciente dentro de ella.





Sil_rock9129 de octubre de 2020

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