Nadie me enseñó a soñar, no puse límites a que anidasen en lo más profundo de mi pecho. Sólo fue más tarde cuando de mis ojos brotaron lágrimas secas de desesperación incontenida. Siempre corremos el riesgo de extraviar nuestra propia identidad que termina quedando presa en los sueños no cumplidos, en las promesas incompletas que van arañando nuestra esperanza pacientemente.
Tu preciosa identidad sigue intacta, estás en el maravilloso proceso de descubrirla. Saludos Solaris. Gracias por recordarme que nadie nos enseña a soñar.