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El Elefante.

Entró en la casa. Las ventanas abiertas. Olor a sal. El sonido del mar besándo las rocas del acantilado. Dejó el hall atrás, luego el corredor y pasó al salón vestido de plantas y flores. Una jungla domésticada. A un lado su gran mesa de bambú, donde pasaba los años sentado, rebosante de libros, recortes, cuadernos y sueños. Lola echó en falta la máquina de escribir. Que raro, quizás mamá la hubiese regalado, o donado, o empeñado. A saber.
En el suelo, la alfombra negra de toda la vida abrigando las frias lozas. Y, junto al enorme acuario sin agua ni peces, TA CHÁN, el enorme sofá con forma de elefante siestesado. La de veces que se había quedado dormida en brazos del viejo en ese elefante.

Cruzó el salón. Unas hojas secas en la terraza. Se asomó al vacío. Casi desprendiendo toda su carne, soltándose. Todo azul y profundo. Todo el acantilado húmedo. Igual. Como siempre. Sólo ella había cambiado. El resto y los restos, no.

Se quedó quieta. Un buen rato. Gaviotas. Mirándo al mar. Secó sus lágrimas y se puso a cantar.
Soulka16 de febrero de 2008

1 Comentarios

  • Mejorana

    ¿Cómo no te había descubierto antes?
    Es porque somos muchos y no hay tiempo de leernos a todos y escribir.
    Me ha gustado mucho.

    08/03/08 07:03

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