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El Juego de Las Miradas

Salió de casa con su mochila al hombro, hoy abandonaba ese infierno en el que había vivido durante diecisiete años, sentía un peso en el estómago de no saber lo que va a pasar pero no le dio importancia, una vez escoges tu camino, no hay vuelta atrás.

Cruzó la puerta del jardín delantero.
Sus miradas se volvieron a cruzar, ninguno dejó de mirar al otro, siempre era así, un juego de miradas que empezó tres años atrás, cuando llegaron los nuevos vecinos al vecindario y que parecía que no se iría a terminar jamás pero que hoy llegaba a su final.
Por primera vez en esos tres años, apartó la mirada, se iba para no regresar y no la volvería a ver, perdía algo que ni siquiera había llegado a tener y sentía un pequeño vacío por ello pero también estaba ese aroma y esa sensación. Eran el aroma y la sensación de la libertad, lo que siempre había deseado y no lo dejaría escapar.


Los siguientes diez años pasaron lentos, primero vivió en casa de un amigo, luego consiguió un trabajo haciendo de repartidor de pizzas, mientras estudiaba derecho.
Tuvo que conseguir dos trabajos, para salir de la casa de su amigo, no quería ser un gorrón, llevaba dos años y medio apalancado en su casa y aunque decían que no tenía importancia, no pensaba ser un estorbo.
Lentamente, aunque cuando llegó, pareció que los últimos seis años, hubiesen pasado de la noche a la mañana, consiguió un buen puesto en un bufete de Londres y hoy tenía su propio piso, recién comprado, la sensación de felicidad y de trabajo bien echo le inundaba las fosas nasales y pensó que no podría ser más feliz, porque era independiente y había salido adelante.

Posó una caja debajo de la ventana, mientras sus amigos subían las otras cosas para su mudanza, miró las “maravillosas” vistas al patio, donde algunas personas colgaban la ropa en los tendederos.

Entonces la vecina de enfrente se asomó a la ventana, estaba colgando la ropa y al principio no lo vio, él se la había quedado mirando y la chica alzó la cabeza, dándose cuenta de que la observaban.

No pudo evitar sonreír con cara de idiota, lo sabía pero no la podía borrar, nada más ver esos ojos negros, supo quien era y ella debió reconocerlo, porque sonrió de la misma forma que lo hacia él.
Y se corrigió, al pensar que apenas unos momentos antes, pensaba que no podía ser más feliz.

Y así fue señoras y señores, negro contra azul, como élego de las miradas regresó, para que sus dos participantes, volviesen a jugar, aunque solo fuese una vez más pero solo para que pudiesen comenzar a hablar.
Sunbathe24 de agosto de 2008

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