Es como si me hubiesen pegado un golpe seco justo en mitad del tórax o como si algo desde lo más profundo de mi estuviese tirando de todo hacia dentro.
Como si una mano hubiese traspasado mi pecho agarrando mi corazón, retorciéndolo, aplastándolo, arrancándolo y arrojándolo contra el suelo para pisarlo; y a mí se me hubiese quedado un vació en ese hueco, como un aire ausente que no duele pero tampoco siente, que quiere querer y no puede, que quiere odiar y no le sale, que quiere desaparecer y no sabe.
Es como si ya no tuviese nada que buscar, nada en que creer, nada que sentir. Como si todo hubiese acabado y solo me quedase polvo y humo por dentro. Como si mi corazón estuviese tragándose cada sonrisa y cada suspiro antes de que llegasen a mis labios. Como si el aire que respiro estuviese contaminado de angustia y, al expulsarlo, se sustituyese por las ganas que, de tanto irse, casi se me han agotado.
Es como si la única risa que oyese fuese de las carcajadas ante mi próximo fracaso. Como si el pasado me impidiese desprenderme de él y tuviese un exceso de acumulación en mi cuerpo. Como si mi conciencia o mi superstición gritaran y el eco de su voz retumbase en las paredes de mi interior. Como si hubiesen explotado las lágrimas reprimidas de estas últimas noches y hubiesen dejado todo inundado. Como si mi corazón hubiese sido rodeado con cadenas y pesase tanto que devalúase todo de mi: mi ánimo, mi fuerza, mi alegría. Como si mi sangre se hubiese helado o incluso condensado.
Es como si por dentro estuviese llena de piedras y desde fuera me hubiese aplastado el peso del remordimiento, de la culpa o de lo que se espera de mí. 17-11-16
