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Sombra - Parte Tercera

Parte Tercera; Sombra de acero

Estaba ya bien entrada la mañana, cuando la multitud congregada a la entrada del camino a la abadía divisó una figura que bajaba del monte a trompicones, arrastrando con ella un fardo desgarrado y abultado. El nerviosismo hizo acto de presencia. Por increíble que pareciera, el Viajero volvía de su epopeya nocturna. Y más aun, ¡traía algo consigo!

Todos esperaban el júbilo de la victoria cuando el hombre que a duras penas arrastraba a su presa llegó hasta la multitud, pero el que debía ser el héroe triunfante de sonrisa deslumbrante no era más que una sombra del hombre que habían visto partir la noche anterior. Estaba demacrado, como si diez años lo hubieran asaltado en una noche. Encorvado, traía la espada de las águilas medio colgada del cinto y la melena oscura llena de mugre. Despedía un olor desagradable, y el miedo se reflejaba con toda sinceridad en sus ojos. Un miedo que se mezclaba con una locura incurable, causada por el mal.

La multitud se apartó un poco cuando llegó, y el Viajero lanzó el fardo de tela oscura en medio de la plaza, abriéndose éste y desvelando un esqueleto que olía a muerte como si en vez de llevar siglos en el monte, llevara un par de días muerto.

-Aquí esta vuestra Sombra - dijo, con una voz que parecía salir de una cueva- Y aquí, su némesis.
Lanzó la espada sobre el cuerpo. Después, se apartó un poco, como temiendo algo, para después volver a hablar:

-Lo que yo he visto no os lo aconsejo a ninguno de vosotros. Si dentro de un año el Demonio vuelve a subir desde los infiernos, es que nadie puede libraros de él. Este pueblo estará maldito por los siglos de los siglos. Debería arder, con todos sus habitantes dentro, por ser testigos del mal.- Sentenció, lanzando después una risa digna del más demencial de los maniacos, que encogió a todos los aldeanos.- Y ahora me voy, voy a por mí caballo y me voy de este maldito lugar.

Empezó a dirigirse a trompicones hacia la taberna, como lo haría un borracho en busca de más alcohol, mientras la multitud lo observaba entre aterrada y anonadada. El que iba a ser su héroe iba dando tumbos demenciales de un lado a otro de la calle. A ratos se reía solo, y a otros lloraba sin sentido alguno. Sin embargo, el brote de locura que más inquietó a la multitud fue cuando de pronto se puso a gritar horrorizado y corrió a esconderse, diciendo que veía demonios que le seguían y lo atormentaban. Estuvo un rato llorando aterrorizado contra una pared y gritando cosas sobre el infierno, el diablo, y otras cosas que nadie comprendió.

Cuando aquel loco desapareció de la vista de los campesinos, alguien dijo algo sobre lo que se debía hacer con el cuerpo.

-¡Tirarlo en algún barranco y olvidarnos de esa abominación!-sugirió alguien

-¡Quemadlo!-le respondieron algunos.

Pronto estalló la algarabía, hasta que el cura se impuso chillando y consiguió callar a la multitud:

-¡Callaos!-Gritó- Se que vuestras intenciones son buenas, hermanos, pero de nada sirven si no las organizamos. Vayamos a la iglesia y deliberemos allí.

La multitud estaba de acuerdo y se dirigió en tropel a la iglesia. Todos excepto uno de los gemelos, que miraba con curiosidad el cuerpo, y más aun la espada. Las águilas eran bonitas. Y la hoja parecía buena. Se acerco y la agarró del mango, poniéndola a la altura de sus ojos. Parecía hecha a su medida. Aunque no sabía manejarla, ya aprendería. Si, ¿Por qué no? ¿Alguien la quería? Su dueño estaba loco y la había abandonado. No pasaba nada, no era nada malo. Absolutamente nada.

La decisión de quemar el cuerpo estaba ya tomada cuando la multitud salió de la Iglesia media hora más tarde. Y la espada debía ser fundida y sus restos escondidos en la Iglesia pues no debía albergar nada bueno. Pero cuando los hijos del herrero se acercaron al bulto que suponía la manta negra con su contenido, solo encontraron el cuerpo. La espada no estaba, y nadie fue capaz de encontrarla en lo que restaba de día.

Ya estaba bien entrada la medianoche, pero el gemelo que al mediodía robó la espada, aun estaba despierto acariciando la hoja. Había conseguido esconderla todo el día, y nadie, ni siquiera su hermano, había sospechado algo. Eso estaba bien, si. Se la quedaría.

Con esos pensamientos se quedó dormido, mientras la luz de la luna que se colaba por las gritas de las paredes de madera de su casa le relevaban en la tarea de acariciar su tesoro. Rayos que revelaron con su fulgor la verdadera naturaleza de la espada, tornando la plata en un metal negro, y las águilas en cuervos. Y en ese momento, algo sacudió al joven ingenuo que creyó que la espada podía ser suya…y no del revés…

Eso es todo. Supongo que habrá despertado tu interés y que si estuvieras aquí ya habrías salido a hacer investigaciones. Por eso mismo, decidí no molestarte y salí a hacer trabajo de campo. Ayer mismo subí al monte y encontré unos restos entre la maleza, piedras procentes de algún tipo de edificio (La abadía, presumiblemente). Y no es todo, excavando un poco al pie de las ruinas (apenas quedaba un muro y un par de columnas en pie, y algunas piedras esparcidas por la zona), encontré algunos huesos. Los llevaré de vuelta, para confirmar si son humanos.


Tu amigo, a la espera de que se cure esa pierna tuya.


P.D: He enviado también una copia del manuscrito a nuestro contacto. Espero que se interese por nuestros hallazgos.
Themagikjoker19 de julio de 2012

1 Comentarios

  • Nemo

    Que bien!... Me ha gustado como mezclaste esos tiempos y la forma en que lo narras nos pones enmedio.
    Seguimos por aquí...
    Saludos muchos!

    21/07/12 12:07

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