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Diario de un Panda (iii)

Un día me levanté por la mañana con ganas de sonreír, de pensar siempre que lo mejor estaba por llegar, que simplemente hay que sonreírle a la vida y esperar que ocurran cosas maravillosas.

Tengo en mi cabeza ese momento, fue un día soleado, de un sol que derretiría la porción más consistente del polo norte, los pájaros entonaban su melodía diaria y me levanté para hacer lo que siempre solía hacer en esos días, una buena ducha, un buen desayuno para empezar el día, algo de música para entonar lo que iba a ser mi día, pero en todos esos momentos había algo en común, una sonrisa que hacía mucho tiempo no aparecía en mi rostro.

Una sonrisa que hizo dejar en el cajón del olvido el llanto, que olvidara, que la gran mayoría de los problemas los generaba yo, por darle vueltas a cosas que no tenían más importancia de la que en aquel momento le daba, por disparar y después preguntar.

Y te conocí, sin quererlo ni beberlo, emergiste de las cenizas de lo que en aquel entonces estaba enterrado, quemado y olvidado.

Fuiste mi rayito de luz, aquel que sin saber porque sabía que ibas a ser la esencia que hiciese distinto mi día a día. En muy poco tiempo me transmitiste una ternura desigual, dichosa, y poco común.
Hiciste que volviera a mirar el reloj, hiciste que volviese a estar pendiente del tiempo, de cuanto faltaba para poder descubrir una parte nueva sobre ti, partes de ti que me embelesaban cada vez más.

Eras esas ganas de destapar el misterio que me dejaba pasmado. Y el gran día llegó, hiciste que todos esos sentimientos insólitos en mí, volvieran a despertar cuando te vi.

En aquella estación tal vez habría decenas de personas, pero solo había una que brillaba con luz propia, y es que supe que serías mía en el momento en que vi esa sonrisa que tanto deseaba que me mostrarás y cuentan las lenguas que, de esa sonrisa, salió una cadena, intangible, imperceptible para el ojo humano, escrito en el lenguaje de los que sueñan, de los que luchan por un propósito, de los que están dispuestos a darlo todo para no recibir nada y me atrapó cual cazador que atrapa a su presa, cual niño que cierra el puño fuertemente para no perder el caramelo que lleva en la mano.

Hiciste que esa tarde, fuese especial, diferente a todas las expectativas que me había hecho, porque de nuevo, las superaste, y llegó el momento que llevaba días esperando.

Ese momento en el que clavaste tu mirada en mí, con el sol de testigo y una brisa que invitaba a ese momento que no tardaría en llegar.

Con un beso, rompiste todos los muros que había construido, derrumbaste todas las columnas y todas las cosas que me habían hecho, traspasaste mi armadura construida por miedos, inseguridades y desconfianza.

Y fue un beso tan profundo, que tuve que cerrar los ojos y abrir el corazón.
Tiempoaltiempo24 de enero de 2017

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