Sin embargo uno se cree
el Rey de la Creación
y no puede regresar a su antigua condición
de sencillez,
al efímero segundo en que fue paria y lupanar.
Considera que es el rey y el consejero
al mismo tiempo.
Se refugia del fracaso y del emplume
en el punto cenital del ostracismo
convirtiéndose en un cínico serial.
Siembra y cosecha cizaña y redención,
descorcha el vino de la Mesa del Señor
y se embriaga con vinagre de mala reputación.
Mientras tanto
se le agranda la parcela que lo espera
con la lápida a su nombre
y la arena se le escapa hacia el cuello del reloj.
Y al final
uno negocia sin desdén y sin rubor
con el tiempo, con el mal y con el bien,
con el llanto de las moscas y la sección policial,
con el macroecosistema,
las candelas y la puta sociedad,
su rendición.