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El Enemigo de Bagdad - Capítulo 6

Yassâd Muntassir el mercader observó a su proverbial compañero de ruta, Yin Ziao, que marchaba unos metros delante suyo, inclinado en forma insistente, tirando con empecinamiento de sus seis camellos. Hacía un par de horas que dejaran atrás del horizonte la visión del oasis, ahora solamente se divisaba arena por donde quiera se mirase. Pero incluso aunque persistía con cierta levedad el rastro que la lejana caravana dejara a su paso, no era eso necesario, conocían muy bien su camino la posición del sol, las estrellas, quien sabía dónde debía estar cada cosa en este mundo no tenía cómo perderse. Le pareció notar cierta llamativa dificultad en el caminar de Ziao, es cierto que tiraba de seis animales, pero los mismos estaban colaborando bastante. Tal vez se lo estuviera imaginando, claro. El sol estaba comenzando su ascenso hacia lo alto del mundo, y su luz bañaba cada vez más las dunas, produciendo reflejos y pequeños destellos que solían perturbar los ojos no acostumbrados de algún viajero de otras tierras. Tal vez eso fuese lo que le sucedía al oriental, pensó. Recordó que en una de sus alforjas traía entre otras cosas un ungüento que aliviaba muchas dolencias de un cuerpo cansado y castigado por la dureza de los viajes constantes, pero todavía necesitó considerar si interesarse por las molestias o penas de aquél desconocido era en verdad asunto que le concerniese, o más aún, que le conviniese. Miró hacia el sol, por la altura supo que era la hora del primer salat del día, pero su instinto le decía que debía ignorarlo, no iba a rezar y desprotegerse ante la presencia de un extraño, seguramente Alá lo habría de entender. Pero entonces vio trastabillar al oriental y caer de rodillas sobre la arena. Detuvo a sus tres camellos y se dirigió hacia el hombre, que continuaba de rodillas, con las manos casi hundidas en la arena.
- ¿Se siente usted mal? ¿Qué le ocurre? – preguntó al llegar junto a él.
El oriental lo miró y entonces Muntassir pudo notar la expresión de dolor que desdibujaba su rostro.
- Perdona, viajero.... – dijo con evidente esfuerzo – no deseo detener la marcha.... pero tengo una dolencia vieja, en ocasiones molesta bastante. Pasará pronto, pero puedes continuar si lo deseas.
Yassâd Muntassir miró en derredor, no había trazas de nada que pudiera perturbarlos, así que le dijo al oriental que descansarían un rato, sentándose cerca de él. Pensó entonces que el ungüento seguramente no le serviría de mucho, pero otra cosa que traía en sus alforjas tal vez sí. Interiormente hubo una lucha otra vez, el mercader a ultranza que era luchaba con el hombre tentado en ocasiones a ser piadoso, y a menudo el mercader llevaba las de triunfar, pero en esa ocasión bien podría ceder un poco. Fue hasta una de sus alforjas y regresó con un pequeño frasco de vidrio labrado conteniendo un líquido transparente.
- Esto se llama agua de Zamzam, bebe un poco, sólo un poco y te hará sentir mejor, ya verás. – le dijo acercando la botellita a su rostro.
Ziao no discutió, o bien creyó en las palabras de Muntassir o bien consideró que tan mal como se sentía nada perdía con probar suerte.
- ¿Agua de Zamzam? – dijo observando la botellita tras ingerir un poco – No he oído de ella antes.
- Oh entonces no has viajado mucho por estas tierras, extranjero, - respondió Muntassir – pues en verdad es conocida. Claro que es valiosa y escasa en muchas partes. Proviene de un pozo cerca de La Meca, se dice que el pozo fue abierto por el ángel Gabriel para salvar de una muerte en el desierto a una mujer y su hijo. Cura o cuando menos alivia muchas cosas, de ello doy fe.
Yin Ziao se puso una mano sobre su vientre y acto seguido se irguió, mostrando que efectivamente, el ramalazo de dolor había pasado.
- Pues a tu ángel Gabriel, y a ti, mercader, les agradezco profundamente. – dijo visiblemente aliviado – Este viejo ya se siente mejor, creo que podemos continuar camino, no deseo retrasarnos más.
Instantes más tarde ambos mercaderes retomaban la marcha, el oriental lucía recuperado, tanto así que ahora no sólo marchaba delante sin necesidad de inclinarse tirando de las riendas sino que parecía estar sacándole mas y mas distancia a Muntassir.


La princesa Nasila, siempre bajo la nerviosa mirada de su ama de doncellas se acercó al salón en donde su padre el califa Yâsid Abdel Alim departía animadamente con sus invitados mientras ultimaban preparativos para su salida de cacería por los terrenos detrás del palacio, un pequeño bosque plantado allí para el solaz del monarca, quien amaba esas partidas. A un lado del salón pudo ver que se hallaba su hermana mayor Salihah, quien observaba el ruidoso ir y venir de los hombres con gesto atribulado, Nasila sabía muy bien que ella no se sentía a gusto en ambientes ruidosos.
- ¿Qué haces tu aquí, hermana? – le preguntó, acercándose a ella – No me irás a sorprender uniéndote a esa partida de caza ¿verdad?
- Oh no, hermana ¿cómo se te ocurre eso? – replicó Salihah, con mejillas coloradas. – Esos despliegues no están hechos para mi, pero tú si que podrías intervenir.
- No no no no, - rechazó Nasila agitando un dedo frente a su hermana – no me interesan esas tontas partidas en un bosquecillo para atrapar a un pobre animal con todas las de perder. No, yo deseo otras cosas. Y de eso quiero hablarte, hermana.
Salihah frunció el entrecejo, sabía desde siempre de los anhelos de aventura de su hermana menor, de sus ensueños, pero el tono de su voz esa mañana le resultaba llamativo y nuevo.
- ¿Qué planeas, hermana? – preguntó curiosa. – Te conozco, hay cosas en tu cabeza revuelta....
Nasila se paró enfrente de su hermana y tomó su rostro con ambas manos.
- Hermana mía, sabes que te amo, pero hay cosas que debo hacer, cosas que necesito hacer. Tú me conoces mejor que nadie, sabes que si dejo pasar mi vida dentro de estos muros me marchitaré como una flor sin agua. Te amo, pero he de ausentarme por un largo tiempo, y pido tu bendición, ya que sé que nuestro padre ni en mil lunas me la otorgaría.
Salihah la veía casi con espanto, era terrible para ella considerar el quedarse sola en el palacio, y decididamente no podía siquiera considerar el acompañarla.
- ¿De qué estás hablando, Nasila? Me asustas.... y sabes que eso no es bueno para mi salud....
- Salihah, querida.... no eres tan endeble como padre y los médicos te hacen creer, temen tanto por ti que para no temer más de la cuenta prefieren conservarte entre almohadones y sedas. Sólo será por un tiempo, hermana, verás que pronto regresaré y todo será como antes, o mejor aún.
Entonces ambas hermanas percibieron que el bullicio aumentaba en derredor, y vieron a su padre el califa caminar a grandes zancadas hacia el salón contiguo, seguido de cerca por algunos de sus invitados. Nasila y Salihah fueon tras ellos y vieron que su padre se reunía con el visir, y unos instantes después el califa regresó y se dirigió a voz en cuello a los presentes.
- ¡Señores! ¿Pueden prestarme su atención? Gracias.... parece que el azar viene a favorecer nuestras intenciones. Me ha notificado mi visir que unos delincuentes extremadamente peligrosos han huido del control de mis soldados y al parecer fueron vistos dirigiéndose en esta dirección. Jamás nadie ha demostrado semejante osadía, y eso prueba la peligrosidad de estos reos, de manera que saldremos de cacería, sólo que esta vez las presas son dos, y de naturaleza diferente. ¿Quién me acompaña?
El griterío generalizado, plagado de vítores y exaltadas arengas fue la mejor de las respuestas para el califa. En pocos minutos todos los hombres estaban listos y marcharon tras su anfitrión, dispuestos a intervenir en aquélla inesperada ofrenda del destino. Nasila y Salihah observaron con ojos bien abiertos todo aquél despliegue hasta que el último hombre abandonó el lugar, momento en que un par de soldados se acercó a las hermanas.
- Princesas, - dijo el que venía delante – nuestro señor el califa ha dejado órdenes de que regresen a sus habitaciones y esperen allí hasta nuevo aviso.
- ¿Encerrarme en mi habitación como un pajarillo? – dijo Nasila con expresión enojada y desafiante - ¡No voy a hacer tal cosa, soldado! Por el contrario, iré a la terraza principal y veré todo desde allí.
El soldado fue a abrir la boca para volver a expresar los deseos del califa pero Nasila se adelantó, sacudiendo con energía un dedo frente a su rostro.
- No te atrevas a ponerme un solo dedo encima, soldado, porque te lo he de cortar. – Entonces se giró hacia su hermana - ¿Vienes conmigo?
Salihah tosió levemente un par de veces y negó con la cabeza.
- No, sabes que me pongo nerviosa con estas cosas militares, será mejor que me retire a mi habitación.
- Como quieras, querida hermana. Cuídate.
Esto último lo dijo con tristeza en la voz, sabía que por un largo tiempo no volvería a verla, pero era preciso, debía forzar que las cosas ocurrieran o no ocurrirían jamás. Y aquélla mañana era el momento indicado, aún más que el día anterior cuando iba a concretar sus planes y fuera detenida por su ama de doncellas. Dirigió sus pasos hacia la terraza principal donde detrás de los amplios cortinajes aún le aguardaba el rollo de soga con el cual pensaba abandonar el palacio, ya que pretender salir por las puertas sería imposible. Comprobó fastidiada que el soldado que había quedado para su custodia marchaba persistentemente detrás de ella, lo cual no favorecía en absoluto sus planes. Debía deshacerse de él si pretendía descolgarse por aquélla soga y marchar hacia un horizonte que la llamaba desde hacía mucho tiempo. Llegó a la terraza y pudo ver desde allí a la partida encabezada por su padre el califa abandonar el palacio e internarse por el costado del bosque en dirección a donde se decía habían sido avistados los fugitivos. Miró nerviosamente hacia atrás y vio allí parado al soldado, si no lograba deshacerse de él le sería imposible salir.
- Soldado, tengo la boca seca, necesito agua. Debes traérmela.
- Princesa, lo haría, pero las órdenes de su padre el califa fueron terminantes, no dejarla sola ni un instante. Y debería usted estar en sus habitaciones, como su hermana, no aquí. – respondió el soldado, algo turbado.
Nasila volvió la vista al bosque, fastidiada, aquél soldado iba a estropearlo todo. Abajo, entonces, se oyó un pronunciado bullicio cuya causa no pudo determinar, entonces el soldado se acercó a ella.
- Princesa Nasila, ha de marchar a sus habitaciones, es posible que esos criminales hayan tenido la audacia de dirigirse hasta palacio, y podría usted correr peligro. Por favor, venga usted.
- Al menos pasaría algo si así fuera. – masculló ella, abatida por la decepción de ver arruinados sus planes.
No tenía forma de salir de la situación, y el soldado no pararía de fastidiarla, así que con paso desganado bajó la breve escalinata y comenzó el camino hacia sus aposentos. Mas entonces, lo inesperado ocurrió, se comenzaron a ver algunas corridas dentro de los pasillos del palacio, algunos gritos contenidos, era evidente que algo inusual estaba ocurriendo. El soldado la detuvo de un brazo y se colocó delante, diciéndole:
- Camine detrás de mí, princesa, yo cuidaré que nada malo le ocurra. Es posible que esos criminales hayan penetrado en palacio. Cuando los atrapen comprenderán lo grande de su error. Suerte que estamos cerca de sus habitaciones, venga usted por aquí, prin.....
El soldado enmudeció al voltear hacia atrás donde suponía que venía la muchacha, pero allí no había nadie.
- ¿Dónde...? ¡Pero...! – balbuceó, desconcertado.
Nasila, por su parte, se había apartado del camino hacía algunos metros atrás, tomando por un pasillo lateral. No podía regresar a la terraza, el soldado sin duda iría allí a buscarla, debía hallar otra vía de escape. Continuó por el pasillo cuando de pronto oyó el rumor de gente aproximándose, y ya que estaba junto a unas puertas rápidamente se introdujo por ellas, cerrando tras de sí. Enseguida pudo darse cuenta que aquéllas no eran habitaciones comunes y corrientes. Bueno, en el palacio en realidad no había habitaciones “comunes”, pero aquélla a todas luces no lo era en absoluto. Pronto por algunos detalles pudo comprender que se encontraba nada menos que en las habitaciones del visir, lo cual la llenó de aprehensión, aquél hombre tenía una mirada que jamás le había agradado, y estar en sus aposentos de seguro no representaba la mejor opción para concretar sus planes. Pudo ver la ventana del amplio balcón abierta, y aún se podía oír el coro de voces dando alarmas allá afuera. Entonces sin que pudiera siquiera presentirlo, alguien la tomó por detrás, sujetándole y tapando su boca con una mano.
- Shhhh muchacha, no hagas escándalo, mantente en silencio y no te haré daño. – le dijo Akim, casi en un susurro.



Continuará..........
Trenton16 de agosto de 2013

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