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45 Segundos

1, 2, 3….va muy deprisa, no me dará tiempo. Mañana no estaré preparado todavía.
1, 2, 3, 4….es imposible, nunca lo conseguiré.
1, 2, 3, 4, “¡ y cinco!” Terminó de decir aquel niño que todos los días estaba allí y que me ayudaba a contar. Su madre me había dado las gracias en varias ocasiones por enseñar los números a su pequeño. Nos habíamos hecho amigos a base de contar segundos…, segundos de vidas, segundos de prisas, segundos de tiempos perdidos..., por lo menos alguien hablaba conmigo durante mi angustiosa melodía de contar hasta 45 todos los días, los 45 pasos que daba el muñequito verde del semáforo y que yo era incapaz de imitar.
“¿Te duele? Me preguntó un día el niño. ¡Pobrecito! Yo miraba su dedo mientras él apretaba con todas sus fuerzas mi insensible muslo.
“¿Te duele ya?”. “No, todavía soy un Súper Héroe y no siento el dolor”.
“¿No puedes caminar?”.
“No se me da muy bien”.
“¿Y cómo vuelves a tu casa?”.
“Volando, porque soy un Súper Héroe”.
Aquel juego se había convertido en uno de los mejores indicadores de mi mejoría.
Le había pedido que me tocara la pierna después de que su cara de pánico casi me hiciera reír. Pero claro, aquellos clavos, y aquellos hierros por fuera del pantalón no eran, ni discretos ni normales. Con lo cual, la cara de asombro del chaval era más que comprensible. Yo estaba acostumbrado. Todo el mundo me miraba. Pero aquel niño me había mirado diferente, y ver aquella cara de asombro, y aquellos ojos como platos, pero aquella seriedad y respeto, me habían enternecido. Nunca se rió de mí, nunca me sentí observado, sino más bien, agradecía aquella mirada inocente y tierna que me despertaba a la vida, y que me miraba como si yo fuera normal. Para él era así, y punto.
Él era mi mejor medicina, y mi mejor ayuda.
“Un día me acompañarás al colegio. Está nada más cruzar el semáforo”, me dijo.
Y yo lo intentaba, de verdad que lo hacía, pero siempre terminaba viendo cómo la manita del niño me despedía desde el otro lado de la carretera, y veía cómo su mochila se alejaba dándome la espalda. Nunca sería capaz de atravesar aquella carretera. El semáforo se pondría en rojo cuando estuviera por la mitad. Los coches empezarían a pitar, me pondría nervioso, perdería las fuerzas y seguro que me caería al suelo, y una vez allí, sólo, no podría levantarme. Se formaría una muchedumbre de gente a mi alrededor que no sabría que hacer, me mirarían diciendo: pobrecito, y cosas así, y me llevarían en volandas a la acera. Si esto sucediera, por favor, que me llevaran a la parte de la acera de la que había salido, que era donde estaba mi casa, porque si me llevaban a la acera de enfrente, aunque era mi meta, sería mi triste final. Estaría en el lugar deseado, pero en el momento equivocado. ¡Uf!, sólo de pensarlo me entraron escalofríos. Me dí la vuelta, y regresé a mi casa apoyado en mis fieles muletas, que era mi forma particular de “volar” como un súper héroe. No os diré cuánto tardé en llegar a la paz de mi sofá. ¡Menos mal que sólo los semáforos tienen cuenta-segundos!
Yo seguía contando segundos, día tras día, con mi pequeño amigo. Pero me seguía pareciendo que el tiempo pasaba muy deprisa, demasiado deprisa. Nunca tendría suficiente tiempo para atravesar al otro lado de la carretera. Y así era. Me refiero al transcurrir del tiempo. Pasé gran parte de mi vida contando cómo se me escapaba el tiempo entre las manos. Mi pequeño amigo dejó de ser tan pequeño, y su madre ya no le acompañaba por las mañanas
“El año que viene ya no iré a ese colegio”, me dijo un día mi amigo. Aquella frase retumbó en mis oídos y me dejó paralizado, bueno, más aún de lo que ya estaba. No podía seguir así, tenía que acompañar a mi amigo al colegio alguna vez, tenía que demostrarle que era capaz de hacerlo y que todo había sido gracias a su ayuda.
“Mañana te acompañaré al colegio”.
“¿Y por qué no hoy?”.
“Porque no estoy preparado”.
“Yo creo que sí. Llevas mucho tiempo entrenando”.
Me agarró la muleta con su mano y me dijo. “Confía en mí, no te soltaré”.
Los nervios se apoderaron de mí, pero tenía razón, había entrenado muy duro.
“Está bien, pero no me sueltes”.
Me guiñó un ojo y el semáforo se puso en verde: “1, 2, 3…”, contábamos a la vez. Mi paso no era precisamente el de un elegante caballero, pero yo me sentía como en un desfile de modelos, en la pasarela que me separaba de mi lado de la acera. “¡y 45!”. Dos pasos más y hemos llegado.¡ Ni un claxon!!!
“¡Bien! ¡ ¡Bien! ¡Bien!”
Mi amigo saltaba de emoción, su sonrisa hizo que todo el esfuerzo hubiera merecido la pena. Yo no saltaba porque evidentemente no podía, pero todo era cuestión de ensayar….
“Ahora tengo que entrar al colegio” “¡Lo has hecho genial!” Me dio un abrazo y se fue.
“Te esperaré aquí para volver a casa” Le grité.
“Pero voy a tardar”.
“No te preocupes, iré entrenando: 1, 2, 3…”.
Regresó y me apretó el muslo con su dedo y yo dije: “¡ay, que duele!”.
“Perfecto, ahora tendrás que volver a casa caminando, ya no eres un Súper Héroe”.
Uca22 de abril de 2008

8 Comentarios

  • Fu

    jajaja ke bonito :)

    22/04/08 11:04

  • Shadow

    Extraordinario relato, y desde el punto de vista literario es (para mí) el mejor que has subido. Me gustó mucho, disfruté leyéndolo.

    02/05/08 01:05

  • Uca

    Gracias Fu, gracias Shadow. Llegar del trababjo y veros ahí es sin duda una grata recompensa.
    Gracias de nuevo.

    02/05/08 04:05

  • Adriel

    Creí que había comentado este cuento... Bue, no habré apretado el botón.
    Es uno de tus mejores textos (por lo menos de los que leí). Muy bueno, me atrapó.
    Saludos.

    02/05/08 04:05

  • Uca

    Gracias Adriel, de verdad que me sonrojo....

    02/05/08 04:05

  • Franco

    la verdad no lo iba a leer,los comentarios me despertaron intriga...lo lei y me gusto!!

    02/05/08 06:05

  • Uca

    Gracias Franco, un placer saber que te ha gustado.

    02/05/08 09:05

  • Issei

    No importa el tiempo, todos podemos lograr nuestras metas, ya sean grandes o peque?as?
    Que hermosa manera de demostrarlo, me encanto?

    02/01/09 08:01

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