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Alvarito

De mayor quería ser sapo. Lo tenía muy claro. Ni médico, ni policía, ni futbolista. Estaba harto de repetirlo. Pero nadie le prestaba atención, es más, todo el mundo se reía cuando lo decía, y, sinceramente, no entendía la razón de tantas burlas. Cada uno sueña con lo que quiere ser, ¿no?, pues él lo tenía decidido: quería ser sapo. Otra cuestión era cómo hacerlo, pero bueno, todavía era joven y tenía tiempo, o eso esperaba, para descubrir cómo lograr tan ambicioso proyecto. El caso era que ya estaba cansado de que todo el mundo se riera de sus gruesas gafas, de sus dientes encarcelados por aquellos odiosos hierros, de esas orejas con las que podría cobijar a cientos de gnomos en una tarde de lluvia, de esa naricilla respingona por la que se les escurrían las ya nombradas gruesas gafas, sin las que no podía ver más allá de su redonda sombra. Menos mal que si algo le caracterizaba era su gran sentido del humor. Una armadura que había sabido construir sabiamente para evitar que las heridas le llegaran a su sensible corazón. Un corazón que parecía inexistente a los ojos de la gente, que día tras día le regalaba un pedacito de maldad adornado con un gran lazo de regalo en forma de falsa sonrisa. Lo sabía, no era el niño más agraciado del mundo, pero, ¿acaso él tenía la culpa de tener tan dispares atributos? ¿Había algún culpable de que fuera como era? Él estaba convencido que no había condenado y que él tampoco había elegido ser así, pero por desgracia, o suerte en su caso, sólo había una vida, por lo menos que él conociera hasta entonces, y él tenía el mismo derecho que cualquier otro a ser feliz y a vivir. Por eso, pensando cómo podría ser su futuro, había decidido ser sapo, y la razón era obvia y sencilla. Según los cuentos, habitual refugio de su disfrazada tristeza, los sapos, aunque en un principio no le agradan a mucha gente, eran besados por bellas princesas y se convertían en jóvenes y apuestos príncipes, que se casaban con las hermosas princesas y eran felices para siempre y comían perdices. Las perdices las podría cambiar por ternera, pero si en el cuento en el que le tocara convertirse en príncipe, esto no era posible, comería perdices con la mayor sonrisa de su vida y sin rechistar. Todo fuera por casarse con la guapa princesa y perder su castigado aspecto. En este empeño gastó el pequeño Alvarito gran parte de su vida. Por más vueltas que le daba al asunto en cuestión, no encontraba la forma de convertirse en sapo. Ya estaba a punto de tirar la toalla, cuando una tarde de frío invierno, sentado en el rincón más escondido de la cafetería a la que acudía todos los días para intentar descubrir los secretos de su complicado plan, junto al gran ventanal por el que veía el mundo, y lejos de las miradas del resto de los clientes, Marian, la camarera de la sonrisa bonita, como él la llamaba, se sentó a su lado, y sin decir una palabra, depositó un dulce beso en su naricilla respingona. Por un momento él no supo qué hacer, porque se le nubló la vista en el mismo momento en el que Marian se sentó a su lado. Cuando abrió los ojos, vió su imagen reflejada en el ventanal y supo, sin saber cómo, que sus deseos se habían hecho realidad. El caso es que el gran misterio se había resuelto de la forma más sencilla que jamás pudo imaginar. ¡Cómo iba a encontrar la solución a su problema, si el problema en cuestión ya estaba resuelto desde el principio! Lo vio todo claro. Enfrente de él se encontraba un apuesto príncipe, el que siempre había soñado ser. Y la solución a su enigma era que él siempre había sido un sapo, ¡el sapo en el que se quería convertir día tras día! Aquel día de invierno, Alvarito supo lo que era el calor de una mano en la suya, y supo lo que era perderse en los ojos de una hermosa princesa.
Lo que nunca supo es que en realidad, él no había sido, ni lo sería alguna vez, un sapo. Pero el tiempo todo lo cura, o eso dicen, y en este caso, el tiempo se encargó de limar sus peculiares características morfológicas, y poco a poco, se fue convirtiendo en un chico de apariencia “normal”, pero él estaba tan ocupado en descubrir la forma de convertirse en sapo, que no se percató de estos cambios, hasta que apareció la princesa de su cuento, que sí había sido consciente del notable cambio.

Y así fue como el sapo Alvarito se convirtió en un bello príncipe, y aquella tarde, junto con la hermosa princesa Marian, comieron chocolate con churros (este fue un cambio del cuento, al fin y al cabo, los cuentos también evolucionan, ¿no?), y fueron felices para siempre.

Uca04 de agosto de 2008

7 Comentarios

  • Mejorana

    Bello y original cuento querida Uca.
    Te felicito.

    05/08/08 02:08

  • Zinico

    uca, me da gusto saber que no estoy loco, por que a mi se me ha ocurrido un cuento de un sapo que no queria ser sapo, y siempre quiso ser otra cosa, murio sin saber que lo mejor de haber vivido era haber sido presisamente un sapo, y tomar a un personaje que pudiera causar rechazo por su aspecto como los sapos y saber que no saoy el unico que ha fijado su vista en los sapos me da la confianza de saber que no estoy loco...! gracias.

    05/08/08 03:08

  • Uca

    Grarcias Mejorana, vuelvo por unos d?as con vosotros, y da gusto ver que t? nunca te vas.
    Zinico, es maravilloso hacer locuras con las palabras, as? que, si estamos locos por eso, ?viva la locura! ;)
    Besines a los dosy gracias por venir.

    05/08/08 06:08

  • Diesel

    S?. Estamos locos, Uca. Es verdad. Pero es que la vida son cuentos como el que t? has escrito. Lo dem?s solo es mentira.

    06/08/08 06:08

  • Depresivomonocromatico

    jajaja!! quiero ser sapo en disneylandia aunque ultimamente las princesas ya no acostumbrar a besar sapos :( linda historia UCA y de hecho me quedo con los churros ;)

    19/08/08 10:08

  • Gabrielfalconi

    buenisimo
    yo tambien quisiera sr un sapo.... asi al menos tengo una rana

    04/03/10 06:03

  • Gabrielfalconi

    buenisimo
    yo tambien quisiera sr un sapo.... asi al menos tengo una rana

    04/03/10 06:03

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