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Alegre y Saltarín


En verdad, Pablo se sorprendió con el fuerte pitazo que taladró el vacío y astilló el silencio en medio del campo oscuro. Al girar la cabeza a la derecha, vio como se aproximaba velozmente el tren y no necesitó intuir nada, porque su adrenalina ya le comenzaba a mover cada una de las fibras de su cuerpo.

Entonces giró desesperadamente la llave del vehículo pero éste no respondió. Supo de inmediato que no tendría tiempo de soltar su cinturón de seguridad, ni de abrir la puerta, ni saltar. Sólo atinó a cerrar los ojos y a encomendarse a Dios, pidiendo en un segundo, como nunca había pedido antes, que lo salvara.

En la breve eternidad que pareció un instante congelado, el tren destrozó su auto, le fracturó algunas costillas y le cortó una pierna. Entonces, cuando ya todo acabó y mientras el traqueteo del metalero se perdía sobre los rieles devolviendo el silencio arrebatado, como pudo, mientras llegaba la ambulancia, se sentó y levantó sus dos puños al cielo. Victorioso, agradeciendo a Dios, feliz por no haber muerto...

Unsilencioquenocalla26 de abril de 2009

4 Comentarios

  • Exequiel

    me dejaste tiriton, con tu cuento, por suerte se salvo.bueno.

    26/04/09 05:04

  • Voltereta

    Un buen momento para encontrarse con Dios, espero no tener que llamarle nunca para no sentirme decepcionado, pensando que es su d?a de descanso.

    Un texto para meditar.

    Un saludo.

    26/04/09 12:04

  • Migue

    buen cuento...
    siempre pedimos a dios
    cuando estamos en una situacion complicada

    muy bueno silencio

    26/04/09 08:04

  • Unsilencioquenocalla

    Se agradecen sus palabras. A todos.

    27/04/09 01:04

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