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El Agobio



Los pasos los iba dando como si tuviera que hacer un gran esfuerzo. Venía hastiado, totalmente agobiado tras su rutinaria visita a las librerías de la ciudad. Era tanto el desasosiego, que una sensación de asco amenazaba convertirse en vómito.

Le interesaban prácticamente todos los libros que aparecían en los escaparates y sufría lo indecible, porque sabía que no tendría el tiempo real de leerlos. Era apenas un humano. Cuanto más se empeñaba en imaginar lo que decían aquellos mundos extraños e infinitamente cotidianos de las novelas, que devoraba como un loco, mayor agobio le apretaba el pecho. Y mientras estuviera leyendo una novela, ¿cuántas otras estarían siendo impresas? Si le parecía estar oyendo el rumor de las impresoras rotativas. Le parecía oír también el rumor de los teclados e, incluso, el susurro del bolígrafo sobre la superficie del papel.

A cada paso, intentaba memorizar grandes líneas leídas en sus textos. Intentaba retener la idea central de las novelas leídas durante tantos años. Intentaba recrear la belleza excelsa conseguida por grandes e inspirados escritores. Pero al hacerlo sufría, porque lo único que quedaba era la evidencia de su pequeñez. Era un ser acotado a los límites de su temporalidad.

No podía leer más rápido de lo que ya había conseguido y su destreza ya era bastante buena. Tanto que era capaz de leer una novela durante el desayuno. Sin embargo, en el último tiempo, cada vez que estaba leyendo, comenzaba a confundirse. Su concentración era punzada por una idea que le iba rondando. Más que una idea, era una pregunta pérfida, insidiosa, intrínsecamente malévola: ¿qué dirán los libros que no puedes leer en estos momentos?

Mientras dormía, soñaba siempre lo mismo: se veía en medio de una biblioteca de extensiones interminables que, como un universo en permanente expansión, iba ampliándose a si mismo hasta lo infinito. Mientras esto sucedía, él iba convirtiéndose en un punto minúsculo, cada vez más pequeño. Se sentía un átomo cada vez más insignificante, en medio de esta magnífica biblioteca que contenía todos los ejemplares de lo escrito por la mente humana. Él se veía perdido en medio de miles y miles de estrechos pasajes que formaban las estanterías. Entonces increpaba a lo alto, pero su grito se ahogaba en tanta pequeñez.

Toda esta divagación terminó de pronto, con el pitazo del tren que alertó su cercanía y lo devolvió violentamente a su realidad agobiante y cotidiana, violentamente finita. Contra toda certidumbre, contra toda obviedad él sonrió y un extraño brillo iluminó sus ojos. Por su cabeza había cruzado, como una salida concreta, la forma de escapar a esta finitud que le apretaba el alma.

FIN
Unsilencioquenocalla07 de diciembre de 2008

1 Comentarios

  • Mejorana

    Hermoso texto Silencio.

    07/12/08 10:12

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