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El Desconocido


A ese tipo desconocido lo venía mirando desde hacía bastante rato. Estaba justo en frente mío y viajaba seguramente como yo, rumbo al trabajo. Cuando me fijé en sus detalles, me di cuenta que era un hombre absolutamente extraño para mí, aunque algo me decía que lo había conocido en algún tiempo. Algo envejecido y de pelo cano, se notaba que su energía juvenil se había ido ya hacía bastante tiempo, como gotas de aceite rancio que se escapan de una botella volcada tras sufrir el accidente de estar vivo. Él me llevaría una delantera de unos quince años. Pensé que debía ser un anónimo oficinista, aplastado y exprimido lentamente por el peso de la rutina. Su rostro no mostraba más que el abatimiento de una vida sin pretensiones. Entonces, sonaron los altavoces, se abrieron las puertas del tren subterráneo y se apareció ante mí la larga escalera que me comunicaba con la transitada calle. Abajo, sólo el zumbido sordo del tren en la amplia estación, era tragado por la siempre hambrienta boca del túnel. Arriba, el bullicio, las luces y la pléyade de rostros desconocidos. Arriba también me esperaban largos listados de clientes y balances que cuadrar, lo que haría rápido, con la vitalidad que había logrado defender. Respiré casi sin darme cuenta y avancé arrastrado por una manada de funcionarios tristes. El desconocido se había quedado pegado en la superficie del vidrio de la puerta del vagón y, por suerte, la escalera mecánica estaba funcionando.

FIN
Unsilencioquenocalla08 de diciembre de 2008

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