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El Secreto


Él llega a hacerse cargo de los negocios mafiosos del padre después de quince años de ausencia. Encuentra de inmediato a la sirvienta, cuyos pechos provocan nuevamente los mismos sentimientos que incitaron su temprana y verrionda adolescencia, y a pesar de que el tiempo y la gravedad ya los han magullado, aún conservan algo del donaire y la turgencia de otros tiempos. ¿Lo habrá amamantado alguna vez?, piensa. No lo recuerda, pero intuye el sabor.
Él era el último hijo de Doménico Calabressi, un capo respetado por muchos. Los que no, aún retuercen sus huesos a tres metros bajo tierra.
Sus dos hermanos habían sido mucho mayores y ya había muerto en reyertas estériles y alcohólicas. Más de 20 años los habían separado y, a ciencia cierta, cada vez que lo preguntó, nadie pudo responderle cómo su madre lo parió teniendo más de 50 años.
Franco llegó orgulloso y altanero como todo un Calabressi. Era el fiel reflejo del padre.
Esa actitud desafiaba la humildad de la empleada, la última de todas las sirvientas y criados que había en la casa familiar. Tampoco se imaginaba por qué su padre no había despedido nunca a esa mujer, bastante lenta para los trabajos domésticos y quien se desenvolvía por la casa, como transportando a hurtadillas un desafiante secreto ominoso.
Él la llamó y sintiéndose todopoderoso comenzó a acosarla. Ella retrocedió roja de vergüenza y salió corriendo del despacho principal. Él la llamó con más fuerza y le dijo que la quería en su cama esa noche. Pero esa noche, él durmió solo.
A la mañana siguiente recibió una descarga de preguntas, nuevas exigencias y amenazas. “No, no puede ser”, fue toda la respuesta que recibió Calabressi. “A mí nadie me rechaza”, sentenció él, seguro como un dios. “Prefiero la muerte”, sollozó ella, encogida en su humildad, mientras intentaba disimular el temblor de sus manos con un pañuelo. “Será”, pensó él, achicando sus gélidos ojos felinos.
A los tres días, la mucama fue sepultada en un pequeño cementerio a las afueras de la villa, sin fiestas ni lágrimas.

FIN
Unsilencioquenocalla05 de octubre de 2009

5 Comentarios

  • Mejorana

    Es una historia muy dura.
    Pero que tal vez puede que sea cierta.
    Cada ser humano, lleva escondido dentro de sí, un monstruo abominable.
    Pero era terca las mucama.
    Vaya si era terca.

    05/10/09 07:10

  • Jesusmiguel888

    Hola. Me gustó bastante la historia. Refleja bien el mensaje que quieres hacer llegar. Gracias

    06/10/09 01:10

  • Unsilencioquenocalla

    En este caso, lo abominable es tan evidente, la historia es tan fuerte, que se sustenta en esa misma fortaleza y no son necesarios requiebros ni figuras literarias.

    06/10/09 03:10

  • Nigth14

    tus relatos siempre me han llamado la atención, porque son cortos y muy intensos.

    eres de esos que no necesitan un palabrerío para impactar al lector y así transmitirle con fiel devoción el sentimiento que quieres plasmar.

    me gustó tu relato, corto, preciso y sentido.

    me lo llevo a favoritos!!

    saludos :)

    07/10/09 06:10

  • Unsilencioquenocalla

    Gracias Night14 por tus palabras. Creo que la literatura en este tiempo, debe perseguir precisamente eso: ser conciso e intenso, ya que cada vez los lectores tendrán menos tiempo para leer.

    08/10/09 08:10

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