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Ojitos de Gato



Ella lo presintió en cuanto se supo reflejada en la retina de esos verdes ojos felinos. En medio de la fiesta, él no le había sacado los ojos de encima y a ella le excitaba pensar que él la estaba desnudando con la vista.

Ella sabía que esa noche sería diferente, que algo importante pasaría en su rutinaria vida. Sabía que algo, impensado y loco, arrebataría su tranquilidad y sosiego desde que lo vio.

Ella no estaba con un hombre desde hacía unos tres meses y él la tenía verdaderamente embobada desde hacía rato.

“Es que esos ojitos de gato, me obligaban a mirarlo”, pretendía argumentar posteriormente, como buscando una salida impune, por si su carne era débil y cedía a esos encantos felinos. Se había movido como impulsado por una fiebre, sacudido por unos espasmos pélvicos verdaderamente crueles, sin dejar de mirarla, hacía poco menos de cuatro minutos. Era evidente, él había bailado para ella.

En un momento en que la música pasó del rock al soul, y la luz ambiente bajó aún más su intensidad, él se dejó escabullir entre la multitud, atravesando con un breve zigzag el ancho living. Había recogido dos tragos de Martini con sendas aceitunas verdes.

Ella se mojó los labios con la punta de su lengua deseosa y trató de controlar su loco corazón que le desbordaba, impúdico, por lo que pensaba que en cualquier momento le saltaría, dando tumbos en medio de la sala, a través de su generoso escote.

Él era un felino en toda la extensión de la palabra, y le hacía honor a este mote, tanto que actuó como un leopardo cuando se acercó ronroneando y le arrimó la copa; tanto que actuó como una pantera cuando una de sus manos se escabullía sigilosa entre las sombras para penetrar en su cartera; tanto que actuó como un gato montés, huyendo por la puerta hacia las sombras del jardín, con la billetera en su poder…


FIN
Unsilencioquenocalla08 de diciembre de 2008

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