Cuanto más la tocaba mas eran las ganas que ella tenía. Sus gemidos se intensificaban, sus manos se sujetaban fuertemente a las sábanas y pedía cada vez más cuando mi lengua jugaba en sus partes íntimas. Mis labios jugaban en su clítoris, mientras mis dedos se sumergían en su interior. Primero uno solo, muy lentamente, a lo que ella accedía levantando su cadera para que entrara lo más profundo posible. Luego metí un segundo dedo, introduciéndolo hasta su interior lo más lejos que podía, llegando a ese lugar, a ese punto exacto que la dejaba sin respiración, perdiendo por completo la noción del tiempo y el lugar.
Tomando mi cabeza entre sus manos y hundiendo mi cara en su interior llego al clímax, con sus piernas temblando y sin parar de jadear.
Segundos después se abalanzó sobre mí volteándome sobre la cama, besándome efusivamente pero al mismo tiempo despojándome de mi ropa.
Era como una fiera salvaje y yo su comida. No había chances de que no quisiera devorarme.
Una vez que mi ropa quedo en suelo, los segundos se hicieron eternos. Ella solo me contemplaba, como si fuera el monumento más bello sobre la tierra. Me sentía desnuda, no solo porque nada cubría mi cuerpo, sino porque podía ver y sentir lo que su ser provocaba en mí.
Se acerco muy lentamente, como una bestia tanteando el terreno, moviéndose sigilosamente, para luego atrapar a su presa.

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