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Espacio para Dormir

Finalmente había llegado el día que había esperado por más de dos meses. En pocas horas ascendería hasta los mismos firmamentos, cruzaría la atmósfera y se posaría en una de las estrellas del espacio exterior a contemplar la Tierra. Sí, pronto podría admirarlo todo como siempre lo había deseado desde que era un pequeñuelo obsesionado con Buzz Light Year. La emoción que lo invadía era sencillamente indescriptible, era algo parecido a Crazy Dips en la boca junto con el chicle más ácido que existiera y las mariposas del primer amor de colegio. Sólo debía aguardar un poco de tiempo.

Se sentó en la silla frente al computador y vio quien estaba en línea, creyendo que tal vez podría distraerse con una vana conversación cibernética, así el tiempo pasaría más rápido y cuando se diera cuenta ya sería la hora de su partida a las estrellas. Diez de sus contactos estaban conectados, y solo con dos de ellos le provocaba hablar, sin embargo el único tema que quería discutir en aquellos instantes era su viaje espacial; lamentablemente era algo que no podía hacer ya que había prometido mantenerlo en secreto, sin contar que obviamente nadie le creería.

Él mismo no lo había creído hasta que voló por unos minutos sobre el techo de su casa con la ayuda de las píldoras marcianas de su mejor amigo extranjero Leri. Lástima que el efecto fuera tan corto. Él le había advertido que por el momento no podría exponerse por mucho a ellas hasta que su cuerpo no se acostumbrara a volar. Afortunadamente la excursión al espacio exterior la realizarían en la nave que su padre le había obsequiado por motivo de su graduación.

No encontrando actividad en que pasar las horas por lo que decidió probar con soñar con los ojos cerrados pero con la mente despierta. Se acostó en la cama y empezó a divagar en la oscuridad de sus párpados. Imaginó que flotaba en la nada y era feliz como nunca lo había sido. De tanto imaginar, pronto se quedó dormido, y soñó de verdad. Soñó con el vacío y solo con eso. Su cuerpo se sumergió en el descanso infinito que añoraba desde hacía rato. Se olvidó por completo de su travesía y se limitó a dormir. Para cuando despertó, eran casi las cuatro de la mañana.

Se levantó alarmado a asomar la cabeza por la ventana de su habitación. No, no podía ser. Se suponía que hace una hora debía haber estado en el techo esperando a Leri. Se maldijo a sí mismo y salió corriendo hasta el acordado lugar de encuentro. Al llegar notó que había una nota en la que Leri le explicaba que lo había esperado y al no aparecer había asumido que se había arrepentido. Volvió a maldecir mientras pateaba las tejas. No, no podía resignarse. Tendría que alcanzarlo. Sí, tomaría las píldoras marcianas que guardaba en el cajón de su velador y volaría lo más alto que pudiera. Llegó lo más rápido que sus pies le permitieron a su aposento y tragó seis pequeñas pastillas rojas.

No sintió nada extraño hasta un minuto después en que cuerpo empezó a elevarse. Se dirigió hasta el agujero por donde escaparía. Se elevó y se elevó, y mientras más altura ganaba más sentía que le faltaba el aire, no obstante decidió ignorar aquella sensación ya que se encontraba demasiado maravillado.

Finalmente se sentía libre, moviéndose en todas direcciones, con los brazos extendidos, disfrutando del viento en el rostro y la gran vista de la ciudad. Siguió subiendo y subiendo, entonces creyó ver la nave de Leri. Con los pies trató de impulsarse. Pronto se dio cuenta que no dependía de él los movimientos que hiciera, ni la altura que alcanzara, simplemente era como un globo de helio que volaba y volaba, que subía y subía. Fue cuando sintió miedo, y aun más cuando el oxígeno que llegaba a sus pulmones se hacía más escaso cada vez. Trató con todas sus fuerzas de llamar la atención de su amigo extranjero que parecía haberse quedado suspendido en su nave por encima de las nubes y por encima de todo lo visible para el ojo humano, pero no pudo emitir sonido.

Continuó escalando, apenas respiraba. El pecho parecía comprimírsele junto con la garganta. Su aventura parecía haber acabado. Cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos se llevó una gran sorpresa. No se hallaba en la Tierra más. Lo rodeaban estrellas y más estrellas. Todo era tan hermoso y brillante. Brillante y fútil. Lástima que en el espacio no se puede respirar. Lástima que todo es tan brillante que te llega a cegar.
Cerró sus ojos, y se durmió para siempre. Feliz porque había visto todo lo que había imaginado y más. Y flotó así, ciego, por el espacio de sus sueños.
Verotwenty17 de junio de 2009

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