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Un Cuento Sin Nombre...









En aquellos días, en la época de los vestidos inflados y las sombrillas con elegantes colguijos, una mujer de carácter irascible e intolerante, reprimía como su rutina lo indicaba a su delgado y ignorante lacayo. Llevaba en sus ropas diversas manchas que al parecer eran de leche seca. Gritaba una y otra vez al hombrecillo su nombre y sus acciones equívocas, pero en este cuento no me voy a tomar la molestia de contarles ni nombres, ni lugares, no me gusta hacer referencias de personas que quizá nunca existieron o lugares que no conozco así que solo les llamare Sra. X y Sr. Y, el elegante pequeño pueblo en el que vivían lo llamare W y vivirán en el tiempo que todos conocimos alguna vez.

- Sr. Y, ha vuelto a olvidar tomar mi monedero! Cuando aprenderá? Rufián!

El Sr. Y era un hombre maduro de mediana estatura y delgado porte, tan callado como el polvo y tan humilde como su andar lo indicaba. Llevaba en sus manos una bolsa de cuero remendado, en el había un pedazo de pan y un trozo envuelto de jamón, unas cuantas monedas y lo que se entendía era un espacio vacío, donde según la Sra. X debía estar el monedero.

- Lo siento… - decía el Sr. Y agachando la cabeza,- lo siento.- repetía.
- No Digas más, ve a la casa, tráeme mi monedero de inmediato.

Apresuro el paso apretando en sus manecillas el tirante de la bolsa, murmuraba cosas indecibles. Se perdía entre la multitud de ese lluvioso día de noviembre, mientras lo veía alejarse la Sra. X, aunque cabe mencionar que en W era normal que lloviera la mayor parte del año. Habiendo desaparecido la silueta del Sr. Y, la Sra. X entro en lo que se entiende una posada fina, repleta tanto de pasteles y aroma a hierbas hervidas como de mujeres estiradas y lacayos fantoches.

Debo hacer una pausa aquí en esta introducción a mi cuento, ya que con tanto alboroto de la Sra. X y su rabieta, no me di tiempo de presentarla debidamente. La Sra. X, una mujer no muy joven de firme y dura mirada, había llevado una vida ligeramente cómoda, propiciada por su difunto marido, el cual le había heredado suficiente para alimentar a 2 familias de 3 lacayos en una vida. El difunto Coronel X había sido un militante político de alto nivel y como era de acostumbrarse en esos días, la milicia siempre era bien remunerada por la alta sociedad. En fin, era la clásica viuda atractiva que daba mayor impresión de reprender que de apreciar. Pero sigamos con este cuento.

Entrando a aquel local, los vestidos de color pastel y los zapatos finos podían confundir a simple vista una persona de otra. A los lados del salón se mantenían de pie los lacayos de cada una d esas personas de alta alcurnia. Camino entre las personas pareciendo mezclarse en un solo ser de diversos colores de tonos azul, amarillo y rosa pastel. Y en aquella mesita de la esquina, sentada junto la ventana, se hallaban una jovencita de fina figura y tímida mirada, y una señora mayor muy maquillada, la que se veía contenta con el simple hecho de estar en ese lugar. Fumaba un cigarrillo largo mientras parloteaba con otra señora de la mesa de junto.

- Mira martina, ahí esta esa triste señora de la casa que esta en las afueras de W, que pena me da.
- Es aquella viuda del Coronel X? que triste es su historia, mira que haberse casado tan joven y quedarse viuda al cabo de solo 2 años.
- Es triste Martina, es muy triste.
- Porque lo dices Antonia? Que no se quedo con toda la basta fortuna del Coronel? Con tanto dinero nadie podría ser tan triste.
- Si Martina, ninguna persona común llegaría a ser triste tanto tiempo, sin embargo ya ha pasado mas de 1 año y pareciere que no se da consuelo. Aun cuando su matrimonio fue arreglado por la familia de ella.
- Su familia arreglo la boda?...

Interrumpiendo con un ronco sonido ahogaron sus palabras en un saludo efusivo y aparentemente complaciente a la Sra. X que recién llegaba a la mesa de la Sra. Antonia y la jovencita. La Señora Martina continuó con sus chismes con los de su mesa.

- No tiene que disimular Sra. Antonia, sé muy bien que hablaban de mí con la Sra. Martina.
- No, no. No digas eso…
- Si lo hacían, y le voy a ser honesta como espero que usted también lo siga siendo Sra. Antonia, no me molesta de ninguna manera.
- Querida X, como puede no molestarte que la gente hable a tus espaldas. No es algo propio de una persona normal.
- No me molesta en absoluto- la continuaba interrumpiendo- no tengo ni un problema con eso, si la gente quiere hablar de mi que lo haga.

Se mantuvo un breve silencio en la mesa, en la mesa de junto, en un par de mesas mas, al parecer la Sra. X era tan testaruda en sus acciones que no le importaba que los demás escucharan sus extrañamente no molestas palabras.

- Pero bueno yo he venido porque usted me ha mandado un telegrama, he llegado un poco tarde por mi incompetente lacayo.
- Si, si, le he mandado ese telegrama porque me gustaría hacer un buen negocio con usted. Pero antes déjeme presentarle a mi sobrina querida, Antonieta, ella es la hija mas pequeña de mi hermano menor. Ha venido desde España para casarse con el hijo del alcalde Parada.

Al decir esto, la jovencita Antonieta parecía sonrojarse curiosamente solo en sus mejillas, dando la apariencia de ser una muñeca de porcelana. Aunque la Sra. X era una mujer dura, no podía dejar de emocionarse por una noticia de una boda ajena, incluso mas que la suya. Siempre ha tenido una extraña debilidad por la felicidad de los demás.

- Felicidades Antonieta, - decía sonriente la Sra. X.
- Y sabes que el hijo del alcalde parada es doctor?, es muy rico también! - gritaba la vieja Antonia, como si tratase de que todos en la posada escucharan la noticia.
- Pero bueno, dígame Sra. Antonia, de qué clase de buen negocio me hablaba usted?
- De uno muy importante y de suma conveniencia para ambos lados, estoy complacida con mi astucia, muy complacida.

Sin embargo la Sra. X no prestaba mucha atención a las pretenciosas palabras de la Sra. Antonia, solo veía curiosamente la ceniza del cigarrillo que parecía durar una eternidad sin caer. Miraba la inocente e inexperta mirada de Antonieta fijada en los pasteles de chocolate y limón perfectamente colocados en mesitas de centro con cubiertas de cristal delgado.

Aunque no lo parecía, la Sra. X no era una persona que perdiera el tiempo en trivialidades comunes de gente normal, según ella, eran pura pérdida de tiempo. Prefería no inmiscuirse en eventos sociales y solo ser una figura más. O evitaba las quermeses para no participar. “Si no es mi asunto, no es mi problema” resolvía siempre la señora X al señor Y cuando este le informaba su convocación a dichos eventos. Algo llamó su atención abruptamente, unas palabras que le hicieron sentir un pesar incomprensible en su interior. Como si alguien la insultara a lo lejos con un mal saludo.

- Perdón, como dijo?! – volvía en si la Sra. X.
- Al Sr. Y, le decía que se lo cambiaba por Laureano, es joven y puede realizar tareas mas propias de una casa tan grande como la suya.
- Cambiar al Sr. Y me dice?
- Si, si! Ya esta algo viejo y a Antonieta le serviría alguien con mas experiencia con trato a sirvientes españoles.
- Traerá sirvientes españoles?
- Claro que no!, - soltando una risilla- ella vivirá con su futuro esposo en España.

Tales palabras hicieron sentir un incomodo frío recorriendo la espalda de la Sra. X, era buen negocio, el Joven Laureano era conocido por ser diestro en las tareas de establo y era muy bueno recordando detalles, al contrario de Y, que olvidaba diario una que otra cosa. Era un buen negocio para cualquiera, para ambas era una opción muy apreciable. Se visualizaba los siguientes días con el joven Laureano, llevando sus maletas o corriendo para servir a su ama. Pero no se explicaba porque a pesar de tanta comodidad presentada, seguía sintiendo que no era el modo correcto.

- Es un buen trato Sra. Antonia, permítame hablar con el Sr. Y esta tarde y mañana le enviaré con usted. Mande temprano al Joven Laureano, le presentaré con los sirvientes de la casa.- decía dudosa la Sra. X.
- Muy bien. Entonces, está de acuerdo?
- Como dije, es un buen trato, aunque debo advertidle, el Sr. Y es algo olvidadizo, podría decir que torpe en sus modales.
- No lo sabía, yo siempre creí que era una persona muy diestra.
- Oh si, es incluso holgazán en las mañanas. Siempre es culpa de el que llegue tarde a mis compromisos.
- Bueno, pero he escuchado que sabe otros dos idiomas, no es así? Ha viajado por Francia y los países del norte.
- Solo sabe saludos y groserías de tabernas, que por solo le han servido por suerte en un par de ocasiones cuando hemos viajado.
- Bueno, su experiencia es legendaria. Dicen que ha estado con usted desde antes que su esposo.
- Difunto esposo- repuso la Sra. X.- y si ha venido conmigo desde antes de casarme, trabajaba en la misma casa donde yo nací.
- Perdone, es la costumbre. Bueno yo siempre le he tenido buena fe por eso. No es un lacayo parlanchín como los de mi casa o como el caso de Juliso. Que chacharea todo el tiempo con mis cocineras.

Irrumpiendo precipitadamente, llega Y por fin al salón de pastel. Empapado completamente desde los zapatos, hasta los oscuros y gruesos cabellos que cubrían parte de su frente. Al parecer había corrido todo el tiempo bajo la lluvia camino a casa. Su repentina aparición causo una leve conmoción en los asistentes y en el acto tanto los murmullos en el salón como los pensamientos de la Sra. X eran de esperarse. Cómo un lacayo tan experimentado había conseguido conservar su torpeza y brusquedad tanto tiempo? La Sra. X había vivido con Y desde que él tenía solo doce años, y era el mozo del establo, sus palabras jamás se habían cruzado mas de dos veces en su niñez y aún así él había logrado conocerle mas que nadie, habían desarrollado una especie de vínculo que entre los suyos definirían mas bien como familiar o de ambivalencia. En su adolescencia su relación se había llegado a considerar aun más que lacayo-ama, una pilluela y su secuaz. Ella una mente criminal y el victima conjunta de sus castigos y reprimendas. Aquella vez del esguince inventado para no ir a la iglesia, cuando él la llevó a cuestas a la casa, en el camino cayeron a un lodazal por el poco balance de Y. la ocasión que ella le culpo de haber comido todo el pay de la Tía Fermina. Incluso pensó en todos los días que él estuvo ahí, callado detrás de ella, desde sus días de escuela, hasta los paseos con su difunto esposo el Coronel X.

Su difunto esposo, ya había pasado un par de meses sin haber siquiera pensado en él, sus labores hogareñas y sus tareas heredadas de administración en sus tierras y sus negocios familiares le habían mantenido distraída del hecho de que estaba sola, “sola” reparó, “sola con Y”, como siempre había estado, toda su vida. Incluso en ese momento, cuando volvía a pensar en su difunto esposo por un instante, los recuerdos de Y interrumpían con pesadez. No había estado sola un solo momento de necesidad, en los momentos mas difíciles y en los de gozo.

Sintió un terrible remordimiento cuando se dio cuenta de que sino hubiera sido por Y, la muerte del Coronel hubiera sido mas dura. No obstante la señora Antonia, pudo percatarse de la mirada de melancolía que se forjaba en el delgado rostro de la Sra. X. La señora Antonia que era una persona que no consideraba mas que su conveniencia propia, interrumpió su hipnosis.

- Bueno, ya está anocheciendo y el camino es largo. Hablaremos el siguiente lunes, Laureano estará en tu casa a primera hora.
- S-si… - se distrajo de haberse sumergido en la contemplación de Y tratando de secarse inútilmente sus pantalones.

Camino a la casa, ella no dejaba de pensar en su vida con Laureano, en la torpeza de Y, en el pasado que ella nunca apreció. Como era costumbre de Y, no había dicho palabra alguna desde que salieron del salón de pastel. Caminando la vereda floreada hacia la entrada principal, el sol iluminaba ya con un tenue amarillo los campos perfectamente cortados. Ella se detuvo haciendo de nuevo que Y perdiera su balance. Y tropezara con ella una vez más. El momento era perfecto para contarle a Y, pero una vez mas fué victima de su torpeza, la Sra. X que se disponía para reprenderle miró como por primera vez los ojos tristes y negros de Y, su cara iluminada por el dulce sol de tarde le daban un aspecto que ella no había conseguido notar antes.

-Eres un inútil! Un Rufián! - Dijo alto, como esperando callar sus pensamientos y las emociones que no esperaba encontrar en esa vereda a su entrada principal. – y es por eso que mañana mismo te vas a casa de la Sra. Antonia, te irás con su sobrina a España! Donde no me puedas causar mas molestias! – entró a la casa azotando la puerta.

Y se mantuvo sumamente desconcertado unos minutos en esa vereda, se sentó en la entrada y durante el anochecer a la media noche, Y meditó…





Era la primera hora de la mañana, Y se mantuvo sin poder conciliar el sueño en su cama dura en el cuarto de servicio junto a la cocina, la casa era tan grande que la cocina podía ocupar suficiente espacio para preparar todo un festín sin problema alguno. Aun siendo tan temprano, como siempre pensaba él, podía escuchar los pasos del cocinero Rufino y su esposa. Se sentó en su cama dura y observó sus ropas acomodadas en sus cajoneras sin tapas, sus zapatos de trabajo junto sus botas de invierno y sus zapatos de gala. No era una persona de gustos materiales. Sus colegas solían encontrarle seguido contemplando el andar de los gatos, el volar de las hojas en otoño, sonreír al escuchar una buena noticia al igual que perder en un juego de cartas. En conclusión, era una persona feliz con lo que tenía, jamás necesitó más.

Terminó de arreglar una vieja maleta pequeña y Salió a desayunar con Rufino y su esposa. Como era su costumbre, después de escuchar una conversación completa sin decir una palabra se levantó y comenzó sus tareas de rutina, acicaló un par de caballos, pulió un par de hebillas y dió un par de indicaciones a las sirvientas generales y se paró en la puerta de la Sra. X con su desayuno en las manos.

En la puerta principal, como se había echo el convenio con la Sra. Antonia, estaba parado el Joven Laureano, con una maleta de mano derecha y una hoja de papel perfumado, doblada en 3 partes en su mano izquierda. Era joven y vivaz y tal como había dicho su antigua ama, sería perfecto para las tareas en el campo. “será perfecto para el trabajo” continuaba repitiéndose la Sra. X una y otra vez hasta que fue interrumpida por el golpeteo a la puerta de su habitación, era Y y había llevado, como era su tarea de rutina, el desayuno. Ella, sentada en su enorme cama con su cabello enmarañado rozándole sus mejillas y cubriendo unos ojos llenos de alivio convirtiéndose en desesperación mientras veía a Y caminar a través de la habitación. “A donde llegará este estupido rufián?, cuanta gente conocerá? Cómo envejecerá? Se enamorará, Se casará? claro que no! Nadie querría casarse con un torpe como él!”

- Buenos días Sra., solo traigo su desayuno.
- Ya hiciste tus arreglos para irte? – dijo.
- Terminé desde temprano, el joven Laureano recién llegó, me ha explicado todo con más claridad. Los arreglos se han hecho ya, me iré en un momento, solo quise tomarme la libertad de despedirme de usted. – diciendo esto, hubo un silencio incomodo con el cual se expresaron mas de una docena de despedidas y abrazos. Jamás he logrado visualizar un silencio tan expresado como este. Un momento de quietud entre ambos desenlazó una especie de mirada profunda, ella en sus ojos mantenía melancolía y desesperanza, mientras él los llenaba de incomprensión y tristeza.
- Bueno, que pase buen día Sra., le enviaré sus saludos a la Sra. Antonia…
- Espera!... - interrumpió - no… no olvides decirle al Joven Laureano los desperfectos de la casa.
- No señora. – bajó su mirada.

Con un ademán y una expresión de cortesía de despidieron los antiguos compañeros, su despedida era inminente. Caminó el torpe Sr. Y por esa vereda floreada por última vez, caminó con la frescura del rocío junto el árbol que lo vio crecer. Se inclinó y tomo una pequeña piedra del piso empedrado, la observó fijamente como llevando un recuerdo y la metió a su bolsa de cuero remendado. Había vivido cerca de tres años en esa casa desde el matrimonio de la Sra. X y el Coronel, pero nunca se sintió tan feliz como en otro hogar. Ese tiempo había llegado a su fin. Siguió su camino sin regresar la mirada, sintiendo su destierro como un mal sueño, pero no fue así.



En una fría tarde de noviembre, en una mansión de lujos limitados pero de buen gusto se hallaba una joven pareja conversando temas de familia mientras dos niños pequeños jugueteaban un balero de madera pintado en azul y verde frente la chimenea. En ese momento entrando por la puerta principal un personaje que curiosamente nos parece familiar, llevaba una ropa más elegante, cabello rizado pero perfectamente domado y demostraba mucha mayor elegancia que la acostumbrada por el mismo.

- y bien? Hombre, que te dijo? – Dijo el esposo.
- Me pidió que le dijera que gustosos asistirán a la cena.
- Excelente! Habéis visto mi amor? Nadie se rehúsa a una fiesta hecha por vos.
- Enhorabuena querido, Y podrías llevar a los niños a dormir? Ya casi es su hora de descanso.

Con un fino movimiento de su mano derecha, indicó la orden a la niñera, quien tomó al mas pequeño en sus brazos mientras el mayor de tres años los seguía. Y continuaba parado a un lado de la habitación, observando los carros pasar en la calle empedrada. La ciudad donde ahora vivía era muy diferente a W, no era un pueblo de caballos y arado, era una ciudad de edificios y carruajes. Su habitación había sido cambiada de ser un cuarto al lado de la cocina a una habitación completa en la parte más alta de la mansión. Sus modales habían sido refinados a petición del Dr., su nuevo amo. Había encontrado tiempo para una que otra actividad de recreación, cosa que nunca hubiera obtenido viviendo en W. Incluso podríamos afirmar que era feliz, sino fuera por un dejo de soledad que denotaba su rostro. El cual se había hecho habitual para sus nuevos amos.

- Oh vamos hombre! Tu cara cada vez esta mas larga, que ya empieza a hacer agujeros en el techo!
- Perdón Sr.
- Oh que no te disculpes! Mejor sonríe anda, que voy a tener que considerar pagarte extra por hacerlo.
- Ya no lo molestes querido, sabes que no va a cambiar, desde que la primera vez que lo vi, siempre ha sido el mismo ánimo, no es su culpa.
- Bromeo, bromeo, y el lo sabe bien, no es así Y?
- Si Señor.
- Ven, acompáñame a mi oficina. – abandonaron juntos la habitación, dejando a la Sra. Antonieta sentada frente al fuego, leyendo una novela de romances ligeros.

Como he tratado de hacer con todos los personajes de este cuento, haré una descripción breve pero explícita del aspecto del Doctor Parada, el esposo de la Sra. Antonieta: Un Joven Regordete, de amable carácter, de cálido y educado corazón pero firme y frío de pensamiento. Amaba a su esposa tanto como a sus hijos y le gustaba ver por el bien de los que le rodeaban. Acostumbraba sentarse en las mañanas de domingo, en una mecedora de madera de ciprés que le había obsequiado un colega italiano que había conocido en una convención de doctores hacia ya 1 año. En sí, era una persona de gustos simples y felicidad envidiable.

Cruzaron toda la casa caminando uno detrás de otro, mientras el doctor continuaba haciendo bromas al aire, a las que Y no comprendía en su totalidad debido al exagerado acento de este. Y solo sonreía con una mueca torcida mientras pensaba “otro chiste de esos y…”

- Dime Y, te gustaría regresar a W?

Las palabras del Dr. Parada le dieron un salpicón de sorpresa y confort, no había escuchado palabras tan reconfortantes desde hace 3 años, juraba para sí mismo que regresar a W ya no era una posibilidad existente. Por un instante recorrió con la mente los verdes campos de W, aquellos árboles a los alrededores que creaban una barrera especial, como si protegieran a todo de los acontecimientos del mundo manteniendo al pueblo a salvo de las desdichas vecinas. Recordó los campos de su antigua casa. “regresar a casa…” pensó. Después de todo, le habían arrancado de su rutina diaria y su estilo de vida fue modificado por completo y aunque había sido para bien, él seguía sintiendo que su corazón aún se mantenía en W.

- Dentro de poco haremos un viaje, al parecer le otorgaron un buen título a mi padre, y hemos hecho planes para ir a visitarlo. Me gustaría que nos acompañases ya que tu conoces mucho mas el protocolo para esos viajes al extranjero.
- Si señor.
- Bien, ve haciendo los preparativos, nos iremos en dos días.
- Dos días señor?
- Si, dos, porqué Y tienes algún pendiente?
- No señor, comenzaré los preparativos en el acto.

En realidad lo que pasaba por la mente de Y era la emoción de regresar a W, aunque por lo menos su visita durara unos cuantos días. Esa misma tarde comenzó los preparativos. Durante los siguientes dos días dejó las tareas pendientes a los demás sirvientes, transcribió algunos telegramas del Dr. e hizo los arreglos para el transporte del viaje.
Durante el viaje Y se mantuvo pendiente de los hijos del Dr. y la Sra. Antonia, ensayaba en su mente el diálogo que tendría con sus antiguos amigos, sus compañeros de trabajo, con la señora X, la que había sido su ama durante casi 3 décadas de su vida desde el momento que ella nació.

Había pasado poco tiempo de el nacimiento de la Sra. X cuando Y comenzó a hablarle con Respeto y a tratarla como su gobernante. El había sido educado así, no conocía otra manera, al contrario de ella que siempre se refería a él con un sinfín de insultos y títulos chuscos. Desde “el tonto de Y” hasta “Rufián Torpe” que era el que mas recordaba, siempre hallaba una manera diferente para reprenderlo, aún si este no lo mereciere. El nunca se había quejado de ella, o al menos no en su cara. Al principio era por respeto, luego simplemente se acostumbró a ello.

Correteaba tras el hijo menor de los Parada a través de la cubierta del barco, cuando vio a una dama joven de buen aspecto secándose algunas lágrimas de su blanco rostro con un pañuelo de lino. Similar a una ocasión cuando la Sra. X. había usado para enjuagar sus lágrimas en el velorio de su difunto esposo, o cuando le rompió el corazón el joven Octavio en sus días de escuela, incluso cuando lo uso para coquetear con aquel capitán del equipo de equitación.

Se acercó con pasos ligeros a la señorita pero en ese momento apareció un joven que parecía ser el pretendiente de ella. La abrazo con brazos y ella comenzó a llorar con más fuerza. Atónito, Y solo dió media vuelta y continuó con su tarea de cazar al pequeño, pero en su mente quedaba aquello recién presenciado. Qué ocurrió ahí? Qué fue lo que él le dijo al oído que hizo que ella lo abrazara y llorara con mas fuerza?, habría sido algo bueno? Algo malo? “Qué complicadas son las relaciones de los ricos!”, pensaba Y.


El día de arribar había llegado. En el muelle estaba la señora Antonia junto con tres lacayos de aspecto mas humilde que el de Y, que había decidido usar sus ropas de gala para no hacer quedar mal al Dr. y a su esposa, había conseguido tenerles mucha empatía por tanto buen trato que le habían dado, así que no dejaría que por su culpa ellos se vieran mal en ningún aspecto.

- Queridos míos! Qué gusto me da verlos!
- Gracias tía!. – respondía la Sra. Antonia.
- Mira que niños tan hermosos, tan rollizos y saludables! este se parece a mi.

La expresión del Dr. cambió drásticamente.

- Vengan, vengan! Vayamos a casa. Los niños dormirán en la habitación junto a la mía – casi interrumpiéndose a si misma, - Oh por dios! Si este es Y? mírate nada más! Que elegante, que fino! se ve que te ha hecho bien el estar en el extranjero estos años. Ya lo decía bien mi difunto esposo. “Ese muchacho sería un buen paje de alta sociedad” con tanto porte, solo te hacia falta pulirte, no es así Y?
- Si señora.
- Tía, tía, vayamos a casa ya que los niños ya deben comer algo.
- Claro, claro! Vamos, vamos!

El sol obligaba a Y cerrar sus ojos durante el viaje en carro, se forzaba a abrirlos para no perderse ni un momento de su recorrido por las calles de W el pueblo que lo vio nacer. La antigua pastelería, la biblioteca que en ese entonces era nueva, los niños ya crecidos correteando por el parque. Las señoras que visitaban todo los días la iglesia. Todo parecía haberse mantenido de igual manera que el día cuando se fue.

Solo habiendo visitado la casa de la Sra. Antonia en una ocasión, Y había aprendido el orden de los cuartos y uno que otro nombre de los empleados de esa casa, era muy bueno recordando nombres.

Ya habiéndose establecido en sus respectivos cuartos, la visita al padre del doctor se planeaba para el siguiente día. Durante la cena, la Sra. Antonia había mandado preparar unos manjares típicos de W, en la cual se sentaban según el orden sugerido por ella. La sra. Antonia en la cabecera, a su derecha el Dr. Parada y a su izquierda la sra. Antonieta, seguido de los niños y una viejecita de canas mas blancas que las perlas que siempre usaba la sra. Antonia. Detrás de cada uno se hallaba un paje o un lacayo atento a cualquier petición de los comensales, entre ellos se mantenía Y, ensimismado en su pensamiento como siempre se encontraba. Lo que solía hacerle tan lento en su reacción que daba la impresión que era torpe en sus tareas, aunque esto solo ocurría cuando trabajaba con la Sra. X, se sumergía en un mar de pensamientos y diálogos cuando estaba con ella, justo como en ese momento. Una parte de la conversación de la señora Antonia llamo su atención bruscamente…

- … y renunció! Así, sin mas, sin aviso alguno, de un día para otro, ya no estaba en su habitación, dicen las malas lenguas que se fugo con la hija del cocinero Rufino. Otros dicen que se harto del mal trato de la señora X, se robó unas joyas y se fue al extranjero buscando fama.
- Pobre tía X, si no fuera por ella, Y no estaría con nosotros hoy en día,
- Eso es cierto, - interrumpía el doctor – nunca en mi familia había tenido un empleado tan fiel y tan atento a nuestras necesidades como Y.
- Pero dicen que se casó otra vez, no?

Ahogando un grito Y, no podía dejar de sentirse incomodo con las ultimas palabras de su ama Antonieta. “Cómo era posible? Cómo llego a pasar? Con quién se habrá casado? Sería cierto? Sería feliz?...” Los pensamientos de Y se hacían cada vez mas fuertes lo que empezó a llamar la atención tanto de los demás sirvientes como de los comensales.

- Te encuentras bien Y? te ves algo pálido. – decía con una voz de comprensión el Dr. Parada.

Con las dulces palabras escuchadas, Y se sintió obligado a verle a los ojos La mirada del doctor, una mirada de calidez y tristeza, tratando de decirle con ella tantas cosas, o mas bien una sola cosa, una cosa que Y comprendió en ese momento, algo que había estado frente a él todo ese tiempo y que solo él no había comprendido. Ese sentimiento, esa causa de tanta divagación. “yo…”

- Ven, acompáñame Y, iremos a comprar vino al local de Don Julio.- se apresuró a decir el doctor Parada.
- Pero si esta soplando muy fuerte el viento – decía la sra. Antonia algo irritada por la imprudencia del doctor.
- Si, si, pero en una noche así no se me podría apetecer mas un buen vino del local de Don Julio.
- Lleva tu abrigo nuevo querido.
- Si, mi amor.

Salieron los dos apresuradamente del comedor, tomaron sus abrigos y se encaminaron por las oscuras calles de W. era evidente para ellos que si mantenían mas su estancia en ese comedor la señora Antonia solo les daría información de mala calidad y al final se referiría a todas sus explicaciones como especulaciones. Lo que desconcertaría mas a Y y al doctor. Pero aun así, si era un solo rumor podría llegar a tener un solo gramo de verdad. Aunque sea una mentira vuelta realidad por los chismosos, sabía bien Y que toda mentira nace de una verdad. Y esa verdad era la que el esperaba descubrir. Descubrir si en realidad la Sra. X se volvió a casar, y con quien. Y se quemaba por dentro de angustia por saber que había pasado en realidad y al fin poder aclarar ese sentimiento que había logrado liberar esa misma noche.

- Vamos rápido Y, pide un carro, yo iré contigo.

Y se había quedado mudo por un momento y justo cuando se encontraron sentados en el asiento trasero del carro Y dijo lo único que podía formular en palabras en ese momento.

- Gracias…


El viento era mas fuerte en esa parte de W, ya que los campos arados de la hacienda dejaban que las corrientes fueran mas agresivas que en el resto del pueblo. Llegando a una velocidad descomunal para un carro que parecía desbaratarse pieza por pieza en la carrera, descargaron mientras Y se apresuraba a entrar por la vereda…

- Espera Y, - lo detuvo el doctor – qué plan tienes? No puedes entrar así como así, que le dirás? Qué harás? Ven, vamos juntos, te estaré apoyando por cualquier situación pero debes tener en mente que lo que tu sientes por ella puede no ser lo mismo que ella por ti…

Las palabras del doctor una vez mas perturbaron a Y, tenia razón que podría decirle a la mujer que estuvo junto a él toda su vida y jamás había notado el sentimiento que había crecido en el al igual que una enredadera en su cuerpo. Tenía él algo para ofrecerle?, podría hacer algo si ella llegase a estar casada como había dicho? qué podría hacer?

En ese momento ante los dos personajes de este cuento, se abrió la puerta de la entrada de la puerta principal de la casa en el campo en las afueras de W. Una luz los mantenía deslumbrados pero más aun lo que apareció en ese momento fue aun más deslumbrante que el sol, y más perturbador que su fuerza.

- buenas noches caballeros, puedo ayudarles en algo? – dijo un señor maduro en la entrada de la casa.
- B-buenas noches señor, soy el Dr. Parada, hijo del Alcalde, disculpe la molestia podría indicarme donde vive la Sra. X? es una vieja amiga y me gustaría saludarla, he viajado desde muy lejos y no me gustaría desaprovechar la ocasión.
- Claro, claro! Pasen, pasen, aún no es tarde, ella debe estar leyendo en la sala común. Es mi esposa…

El doctor sabia que la ligera mueca de seriedad en el rostro de Y no era mas que pura tristeza, inclusive podía leer en su rostro el arrepentimiento que tenia de haber llegado hasta ahí.

- Quién es, Fausto?
- Unos caballeros que dicen que te conocen querida. Pasen, pasen. Ella esta en la sala siguiente.

La sorpresa de Y no era de buenaventura. Era mas aun un desplomo desgarrante en su corazón. Era ella X, vistiendo un camisón con una bata elegante que podría confundirse como un vestido de día. Entre sus brazos sostenía lo que evidentemente era el producto de el matrimonio con este personaje Fausto.

- Perdone, no lo recuerdo, señor…
- Parada, soy el doctor parada, y este es…. – el súbito movimiento de la Sra. X había silenciado las palabras del Doctor en ese momento, ella había tapado su boca con la mano izquierda con tanta fuerza que incluso el recién nacido despertó, comenzando a llorar precipitadamente, propio de un bebe de escasos meses de nacido
- Estas bien querida? – decía el Sr. Fausto.
- S-si… es solo que…
- Sra. X. recuerda muy bien al Sr. Y, no es así? El trato que hizo con la señora Antonia, para cambiarle al Joven Laureano por el Sr. Y?

Esas palabras fueron la fórmula correcta para crear el silencio correcto en esa habitación. Incluso al Sr. Fausto le pareció incomodo el cual tuvo que interrumpir.

- Si, si señores, no es por ser un mal anfitrión pero son altas horas de la noche y me incomoda perdiles que se retiren…
- Si, si, en efecto es hora de retirarnos, vamos Y el camino es largo y amenaza tormenta.

Y sin palabras se puso de pie mientras miraba con determinación a la Sra. X y a su primogénito. Ella lo veía con fiereza, como si hubiera cometido un crimen al haber llegado a su casa en un mal momento. El Sr. Fausto los acompaño a la puerta y se despidió de ellos mientras se desvanecían en la oscuridad de la noche.

En los siguientes tres días, Y no logró conciliar el sueño, su sorpresa había sido tan grande que su corazón que recién había descubierto un sentimiento nuevo para él, fue completamente herido, durante esos días en sus palabras no se limitaba a decir solo “Si señor, No señora” pero en sus ojos se lograba divisar su dolor. Había cometido una falta? Porqué lo miraba así la Sra. X? Qué hubiera pasado si no hubiera ido a esa casa esa noche?, o si jamás se hubiera ido nunca de W? El Doctor se limitaba también a cruzar palabras con Y, sentía que era su culpa que tuviera tan mal aspecto. Comprendía su corazón.

En la tarde del tercer día, justo cuando se despedían de la Sra. Antonia en las orillas del muelle, comenzaba a embarcarse la multitud se despedían de la familia Parada lo que se entendía era el Sequito del Alcalde Parada junto a los lacayos de la tía de la sra. Antonieta. Aún cuando la multitud en el muelle gritaba y cantaba canciones de despedida, se lograba notar la presencia del Alcalde Parada.

Y aunque no lograba distinguir Y unos de otros, incluyendo los mas sobresalientes, pudo encontrar entre la gentuza una cara tan familiar como el aire mismo. Era ella, la Sra. X, abriéndose camino entre la multitud, empujando a tres caballeros que sostenían un cartel. Y aunque era extraño ver a Y perdiendo compostura en sus tareas, camino abriéndose camino entre la banda de música que obstruía la entrada de la escalera para abordar el barco. Y cuando por fin se lograron encontrar de frente el Sr. Y y la Sra. X justo en medio de todo el mundo, ella metió su mano a su bolsillo y saco de ella una pequeña piedra y dijo…

- Se te cayó esto cuando te fuiste…




Viajero30 de marzo de 2010

1 Comentarios

  • Viajero

    lo sé, la idea original era un cuento corto, pero se extendió, al parecer sera otra cosa. mañana subo otra parte... gracias por comentar...

    30/03/10 09:03

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