En el Metro de Bilbao, una joven va sentada en frente de mí, sin levantar la vista de su Smartfhone, la joven va whatsappeando en todo su trayecto. Como una autómata se ha levantado al escuchar su final de destino, ¨Indautxu¨ sin mirar a su alrededor va hacia la puerta tropieza con otro joven que espera para poder entrar, éste lleva un aparatoso paquete que el resto de pasajeros y transeúntes han podido esquivar.
La joven ha ido a parar con sus carnes al suelo, recoge su terminal electrónico y sin mirar porqué se ha caído y tropezado, sigue su camino, es una zombi.
Cuando voy a caminar por los senderos de Bermeo y Sukarrieta, me cruzo con paseantes y corredores, de éstos, una gran mayoria lleva sus oídos tapados con auriculares, escuchan música o la radio a un volumen considerablemente alto.
Que triste es el decidir vivir aislado.
Viajar sin querer escuchar las ocurrencias de unos niños, sin ver para poder responder a la sonrisa amable de una anciana.
Caminar o pasear sin poder escuchar los sonidos y trinos de los pájaros en el campo. Estamos rodeados de hombres y mujeres aisladas, gente que decide vivir así, no se relacionan con su espacio y entorno. No escuchan, no miran, no sienten, son zombis. Van por el mundo aislados por decisión propia, son zombis, bultos.
