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El Tiempo y la Sangre

Los recuerdos aparecieron como una súbita explosión en medio de la noche, afuera la luna se mantenía errática en su altivo pedestal inundando con su luz valles y praderas en pleno silencio. La juventud bien podría haber sido un cáncer o algo hermoso, cada uno elije su camino, el destino no está establecido de antemano, no es infinito pero si variable; esa retahíla de argumentos son los que hacen del abrupto mármol la mayor de las obras escultóricas. Y la noche ahí fuera seguía cayendo, la oscuridad seguía ahí, nunca se había ido, nunca se iría, todos los sabían pero la esperanza mantiene de pie a los hombres y los aferra, a donde quiera que los aferre. Y los recuerdos volvían, tampoco se habían ido para siempre; no hay ningún lugar para huir, rezaba la canción. Se movió inquieto dentro de la cama, no quería soñar, pero tampoco quería despertarse, hay veces que es mejor una pesadilla que la desoladora realidad. La soledad era esa realidad, ella se había convertido, aunque parezca paradójico, en su compañera de viaje, un viaje que había iniciado tiempo atrás y del que no había manera de escapar; era joven e incauto y la vida no le importaba de esa manera había forjado su viaje y de esa manera sería su final.
Con los primero rayos del sol, pudo por fin salir de aquellas pesadillas que le absorbían y no dejaban respirar, para olisquear el olor a muerte y destrucción que emanaba el establo donde había intentado huir para no quedarse en lugares peores. Animales que iban y venían, pero ahora ninguno resistía el verano: todos morimos algún día, es ley de vida. Y es que el verano poseía un inmenso poder de destrucción que utilizaba para acabar con todas las cosas ricas en vitalidad que caminaban desnudas por los inmensos valles y praderas. Estuvo unos minutos tumbado, observando el techo, esta carcomido por Dios sabe que animales salvajes y la madera tenía un aspecto frágil como el cristal.
Ya estaba de pie, el establo era inmenso y aún lo parecía más ya que apenas quedaba algo en pie, algo que opusiera resistencia a la inmensidad. Con movimiento ágiles fue recogiendo las finas sábanas de la cama y las guardó en lo que antaño había sido una mochila, recogió un par de cazuelas, aún sucias por los días pasados y los que están por pasar, y comprobó el tambor de su revólver, echo esto se lo enfundó a la cintura, sujetados por un viejo cinturón de granjero y salió por la puerta. Nada más salir del refugio convertido en establo, es sol puso toda su artillería descargando su iracunda rabia matutina y su cólera contra nuestro joven caminante. La planicie ofrecía su aspecto menos favorecedor, el inmenso trigal que se extendía más allá del horizonte, llegando a rozar el infinito del ojo humano, estaba arrasado, calcinado y agonizando en el suelo, deshaciéndose poco a poco a medida que las fuerzas no resistían el calor. El suelo quemaba, y a medida que avanzaba por la planicie, sus pies se resentían a cada paso de no poder gozar del confortable tacto de una buena suela. Y no había señales de vida en esa planicie, ni en el lecho del río casi reseco, ni en el álamo escondido entre árboles fuertes y resistentes. Todos habían huido tiempo atrás, maldiciendo la tierra y arrastrando consigo toda vitalidad que unos hombres, en su condición de seres humanos imperfectos, pudieran aportar a una tierra maldita por las clemencias del tiempo y sesgada con el trabajo del hombre. No había tiempo para héroes en aquella tierra, no ahora que la cobardía se había extendido muy lejos, demasiado para unos pies jóvenes destrozados por la tierra y el olor a muerte que le acechaba cada noche, con el miedo de no despertar y poder seguir el camino finito.
Dos días de viaje habían dado sus frutos, un halo de vitalidad podía hallarse en un pequeño pueblo, escondido entre árboles que ofrecían sombra a sus habitantes y custodiado por una extensión de flores silvestres, marchitadas y resecas que añadían un toque grotesco al paisaje. El pueblo estaba compuesto por diez pequeñas casas, todas iguales en cuanto a color y estructura, perfectamente alineadas y orientadas para contrarrestar los potentes rayos del sol y ubicadas cerca de un riachuelo del cual poder abastecerse. El joven llegó de día, agotado y sediento fue a beber al río prohibido, bebió hasta reventar y luego se lavo el pelo y la ropa como supo.
-Muchacho, ¿qué haces?
El joven no contestó, tampoco se inmutó, no le gustaba que le llamaran muchacho, ya no.
-¿Es que no me oyes? ¿Hablas otro idioma chico?
-Déjalo Philip, no ves que el pobre esta sediento.
-Las normas están para cumplirlas y no entienden de favores, Marie.
Eran cinco viejos, solo que el chico no lo sabía, contabilizaba a dos que eran los que llevaban la voz cantante, se dio la vuelta descubriendo su rostro sucio, con sus ojos grandes y verdes, observándolos a todos.
El hombre nació primitivo, un animal fiero al que le gusta matar, todo el mundo piensa en el asesinato, da igual contra quien, es un sentimiento fiero que se encuentra en lo más hondo.
Sacó de un bolsillo de sus jeans una fotografía vieja, en blanco y negro, gastada por los bordes y con algo escrito detrás.
-Estoy perdido y busco a esta mujer, mi madre.
Los viejos observaron la foto con detenimiento, detrás estaba escrita una dirección, apenas se podía descifrar, se necesitaban algunos minutos para poder verla bien. “Megiddown 16/16” rezaba la escritura.
-Aquí no es muchacho, tendrás que seguir buscando.
-Philip, pobre chico a perdido a su madre, debe de estar desesperado. Tenemos un pequeño mapa de las comarcas en casa, te lo enseñaré.
La mujer huyó al desierto, donde tenía un lugar preparado por Dios para ser sustentada allí por mil doscientos sesenta días.
Vincent00222 de marzo de 2009

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