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La Encerrona

Llevábamos unos cuántos años juntos, cargándolos a la espalda. Dónde crecía una amistad fuerte, sincera y desinteresada.
Acostumbraba a enseñame todo aquello que él ya conocía. A esperarme cuando me quedaba atrás, y a enseñarme a empujar por mi mismo.
Después de la primavera, a pesar de ese buen tiempo. Que invitaba a tumbarse bajo los olmos, en las plácidas sombras.
Él no podía dejar de sentir conjoga y soledad. Ni el tiempo cura las heridas más profundas...
Corríamos desiorentados por estrechas calles, dónde el único rumbo era el itinerario marcado por un destino.
Asustado, mirada al norte, hacia impulsos por coger velocidad, con fuerza, con persitencia. Por sólo salir de ahí. Observaba con tristeza, algunos caídos en la carrera. Inútil sería ya rezar por ellos.
Y llegada al destino. ¿ Afortunados?
Muchos se lo preguntaban hacia sus adentros, en la espera eterna. Impacientes, almas en vilo, cuerpos presentes, y mentes que deseaban estar en cualquier otro lugar. Oscuridad plena, debilitaban nuestros músculos. Nos sentíamos desorientados, desamparados, sólo buscábamos una salida.
Él fué el primero, mi gran amigo. Fuerte e inteligente, noble...
Arrancó entre jaurías que asomaban por gradas de piedra. Que alardaban hacia el centro de atención para todo espectador.
Y yo le miraba entre las rejillas de la puerta grande de madera bloqueada.
Mi respiración era ensordocedora, cuando más aumentaba la tensión. Leía en sus ojos la humillación, la pena, el dolor de la verdadera pena que nacía de actos injustificados y crueles. Frutos de mentes primitivas y perversas, ausentes de almas que removiesen conciencias. Era ahí cuando te dabas cuenta de que ya todo se daba por perdido.
Observaba como daba vueltas a la plaza, buscando una salida, un lugar por donde escapar de allí.
Aquella lanza fue como si me la dieran a mí. Cuando brotaban la sangre de los vasos sanguíneos, destrozando músculos y nervios. Que agudizaba con cada giro de las banderrillas, cuyo gancho rasgaba en la herida agravando el dolor. Él se debilitaba cada vez más, fatigado, confundido, herido, humillado...
Y lanzas más grandes que derrotaban cualquier ansias de lucha. No había limite en tal tortura, dónde un público cómplice e inhumano no cedía clemencia.
Veía sostener en aquellos órganos de manipulación física su oreja.
Él, fatigado, respiraba con dificultad, para que ya el aire no sólo llegara a sus pulmones, sino a todas sus extremidades, a todos los rincones, para mantenerse en pie sólo un poco más. Mientras chorreaba la sangre por toda su cara, que no llamaba más la atención, que el brillo de sus ojos. Que te hacían sentir por un momento toda ese sufrimiento y tristeza.
Y le toreaban una vez más, él ,cabizbajo, abatido, sólo avanzaba a la espera de que aquel humano le ayudase.
Él ya lo sabía, conocía el final, sólo quedaba el coraje por una defensa hacia lo que es, la misma vida.
Bajo los cohetes que festejaban el comienzo de unas fiestas populares un año más, se consumía entre agonías, ahogado en su propia sangre, la misma que ayer le daba la vida.

Violeta02 de junio de 2009

1 Comentarios

  • Voltereta

    Bella, muy bella tu visi?n antitaurina, vista desde la mirada de unos ojos que no carecen de sensibilidad, y que tienen todo el derecho a disfrutar de una vida en paz.

    Me ha gustado esta visi?n desde los ojos de un animal.

    Un estupendo texto.

    Un saludo Violeta.

    02/06/09 08:06

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