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Unos Días Tarde

Aquella noche volví a creer. El suave roce de sus labios. El delicado tacto de sus senos. La piel, blanca como la nieve, era casi tan pura como mi amor. El cabello, negro como el azabache o el carbón, casi tan oscuro como mi existencia. En resumen, la mujer perfecta para el alma imperfecta. Pero esa opaca esencia que reinaba en mi interior se clarificó durante las pocas horas que pasamos juntos.

Fuimos amantes apasionados. Yo su Romeo, ella mi Julieta. Yo su Marco Antonio, ella mi Cleopatra. Yo su Adán, ella mi Eva. Y me remonto tanto en la historia porque nosotros nos despojamos de toda ropa, de toda civilización, para volver al estado de Naturaleza: parecíamos Locke (o, mejor aún, Nietzsche) buscando el origen. Investigándolo con la fricción de nuestros cuerpos sin pudor.

Ni una palabra salió de nuestras bocas. No era necesario. Porque, claro, ella llevaba tres días muerta.
Vukmir01 de mayo de 2016

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