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Tempus Fugit (1/3)

Todo empezó hacía ya tiempo, ¿Cuánto? Es difícil precisarlo, aunque la mayoría de gente coincidiría en decir que todo empezó hace 27 años. En aquella época nuestro protagonista tenía veintinueve años, era un brillante físico y también había completado la carrera de telecomunicaciones, ambas con la máxima calificación. Le esperaba un brillante futuro y tras especializarse en aeronaves y satélites se puede decir que ya estaba preparado para cumplir su sueño, ser astronauta.

Ya des de muy pequeño el bueno de Oliver había sentido una extraña fascinación, una fascinación que rozaba la obsesión, por todo lo que había allí fuera. Des de muy pequeño tenía recuerdos pasando largas noches de verano tumbado en el tejado de su casa contemplando las estrellas e imaginándose estando allí fuera, un poco más cerca de ellas, sabía que nunca podría alcanzarlas, que eso era una fantasía imposible, pero se conformaba con pensar que algún día podría estar sólo un poquito más cerca de ellas, que algún día podría observarlas con mayor claridad, que algún día la tupida atmósfera no sería un inconveniente para poder observar la cúpula celeste en todo su esplendor.

Pasaron los años, Oliver centró todos sus esfuerzos en este objetivo, fue un estudiante brillante, modélico, tenaz y perseverante, y tras prácticamente veintinueve años de duro trabajo por fin llegó su oportunidad, y que oportunidad, formaría parte de la primera misión tripulada que orbitaría alrededor de Júpiter. Sería el encargado de establecer y mantener las comunicaciones con la tierra durante el mayor tiempo posible. Estaba emocionado, su sueño se haría realidad, una vez le confirmaron la feliz noticia corrió hacia el calendario y marcó en rojo el 23 de abril de 2026, el ansiado día en que por fin abandonaría este pedrusco, termino con el que cariñosamente calificaba a la Tierra. Abrazó y acarició a su reciente, primera y feliz esposa y besó la barriga donde se gestaba su primer hijo, hijo que era consciente que no vería nacer y el único motivo porel que su felicidad no era completa.

Llegó el gran día, todo estaba listo, el tiempo había sido clemente y ese día lucía un sol de justicia en Cabo Cañaveral, el enorme cohete que debía propulsar la nave autosuficiente hacia la ruta espacial que les llevaría a interceptar la órbita alrededor de Júpiter mediante una precisa transferencia de Hofmann fue considerado en aquel momento la obra de ingeniería más importante de la historia. Un cohete de una masa veinticinco veces superior a la de los primeros Apolo, dotado de un sistema de despegue de 4 fases capaz de proporcionar el impulso suficiente para que semejante mastodonte alcanzase primero la velocidad de 9Km/s que les llevaría a una orbita geoestacionaria alrededor de la tierra y que más tarde le proporcionaría el impulso definitivo que le llevaría hacia su destino. Una auténtica estación espacial de una sola pieza capaz de reciclar el oxigeno mediante la disociación del dióxido de carbono y que en sus almacenes disponía de suficiente comida deshidratada como para alimentar equilibradamente a los cinco miembros de la tripulación durante el largo periodo que duraría la misión.

Oliver estaba en su sitio, sentado, nervioso, en menos de diez minutos iniciaría la aventura más grande de su vida, tres años en el espacio, tres años junto a las estrellas. Los nervios le hicieron un nudo en el estómago que atenazó sus lágrimas de emoción al iniciar la cuenta atrás. Diez, nueve, ocho, cada número que oía le daba un vuelco al corazón, tres, dos, uno... ignición. El fuerte impulso del cohete le pegó contra el asiento con fuerza y desató su euforia, nunca se había sentido tan vivo, nunca antes había experimentado semejante felicidad, sabía que esa era una de las fases más delicadas de la misión, que aún todo podía irse al garete, pero el sólo podía experimentar una sensación de júbilo y triunfo desmesurado.

Pasaron los tres primeros meses en la nave, las noticias des de la tierra se sucedían, algunas le sorprendían, como que los Grizzlies por primera vez en la historia hubiesen ganado el anillo de campeones, otras le hacían sentir cierta nostalgia, como el día en que nació su hijo y él se lo perdió.

Lo cierto es que la vida en la nave era dura, las comodidades pocas y las responsabilidades excesivas para los ajetreados cinco tripulantes. A pesar de todo nuestro protagonista no se arrepentía de su decisión, disfrutaba de cada momento y estaba ya impaciente por ver la cara oculta de Júpiter, pero hasta que ese momento llegase tendría que conformarse con observar los más recónditos lugares del universo des de la claridad única que le ofrecía la ausencia de atmosfera a través del magnífico telescopio instalado en la estación espacial.

El relato ya está completo en:

arte-llano.blogspot.com
Xavi8614 de febrero de 2009

1 Comentarios

  • Migue

    esto es interesante...
    cuidate y suerte

    14/02/09 08:02

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