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¿también Hemos Apagado la Música?

Hace dos semanas tuve una sensación curiosa, que pasó de la grandeza a la pura mierda en dos escasos minutos.
Estaba en el comedor elegante de un hotel al que no le haré publicidad, en una mesa grande con toda mi familia, cerca de nosotros, se encontraba una pareja con dos velas, en ese momento entró un violinista joven, de unos diecinueve años, y comenzó a tocar, primero poco a poco, calentando con algo melodioso y agradable al oído que habría tocado mil veces para otras mil parejas, tiri... tiririri... Y más o menos a la mitad de la canción ocurrió, la música, no el sonido, sino ese algo mas grande que hay detrás, ese sentimiento, comenzó a subirle por las piernas, comenzando por un ligero movimiento rítmico de los pies al son de la música, siguiendo por unos movimientos más pronunciados en las caderas y hombros, luego llegando a su cabeza, haciéndole cerrar los ojos, pero cuando llegó a sus manos comenzó la verdadera explosión, las corcheas se convirtieron en caricias y las blancas en plegarias, los silencios precedían a la tempestad, las frases se intercedían en una conversación intrascendente entre dos personas que se quieren, y todo ello formaba un aura de Música alrededor del violinista que convertía los escasos errores en bromas pícaras entre los dos enamorados que sonaban en la canción. El violín se convirtió en Stradivarius y el violinista en concertino de la sinfónica que nació en mi cabeza, que completaba los sentimientos del violinista y la canción con los míos propios, con notas graves en la tonalidad menor de la nostalgia. La canción terminó pero la magia consiguió enlazarla con otra, en ese momento el mago abrió los ojos y brillaban añadiendo un acompañamiento en allegro de orgullo y felicidad hasta que acabó la canción, y siguió con otra sin mostrar cansancio alguno. En algún momento de entonces levanté la mirada de sus ojos y de sus cuerdas, en ese momento vi una de las cosas mas horrorosas de mi mundo, nadie lo escuchaba, nadie veía la misma luz que yo, nadie disfrutaba de la magia, todos ellos estaban en sus conversaciones que ahora quizá tuvieran banda sonora además del murmullo existente. Mi alma se agrietó, se abrieron nuevas heridas dentro de mí, volvieron la inseguridad, el miedo y la realidad que la mágica música había alejado de mí. Comprendí mi dolor, y recé a todos los dioses en los que no creo para que el violinista no levantara la mirada, para que nunca saliera de su magia, pero lo hizo, y vió lo mismo que yo. Entonces se apagó, la música déjó de ser un sentimiento para volver a ser simples matemáticas, sus ojos dejaron de brillar para volver a ver, la magia dejó paso a la realidad, y yo volví a morir un poco por dentro.
Yodyastorga03 de noviembre de 2009

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