Algo Sin Cara
Algo de naturaleza onírica apareció frente a ella, oscuro, fatal, sin cara. Un espasmo de terror le llevó al suelo, que le robó la voz y el grito. Cuando pudo levantarse se arrinconó, mirando fijamente al espectro sin rostro, balbuceando un rezo que no recordaba. Esperaba que en cerrar y luego abrir los ojos la escena recuperara su circunstancia cotidiana, pero el objeto irregular no se iba. Se esgrimía del suelo como una figura humana, conferida aquí y allá de orificios por donde la luz hacía camino. Halló contra su espalda la mujer la puerta al cuarto contiguo y se dejó caer torpemente a lo que sería prisión o resguardo. Cerró deprisa. Gritó tontamente. Cuestionó sin respuesta al ente maligno, nombre, voluntad y todo lo que se puede preguntar con dos o tres peyorativos, luego abrió los pulmones al llanto lobuno que no practicaba desde niña. Nada ocurrió por un rato. Solo el miedo frío y el llanto fatigado, el ansia de hallarse a la mitad de un evento impredecible. Cuando vio que había calma comenzó a buscar un objetivo. Abrir despacio la puerta y asomar la mirada o bruscamente y salir con violencia contra el enemigo. Tenía la musculatura contraída, temblaba, pero venció la curiosidad primitiva y finalmente abrió. La bestia seguía erguida a la mitad de su sala, solemnemente en pie, apenas comunicando que vivía con el paciente subir y bajar de su espalda que respiraba. Ni rostro ni boca le adornaban con los cuales expresar el oculto designio que le tenía estúpidamente alzado junto a la mesita de su sala, pero dijo de cualquier manera,
Soy breve y antiguo, no debo estar aquí presente pero me llevas atado del alma, libérame, entrégame la calma.
Algo pronunció ella para sí misma, una orden que le diera a un niño o a un general de batalla o a cualquier fauna domesticada, y partió la bestia a su confín esotérico del que nadie habla, le abandonó para siempre el sortilegio extraño de figura inhumana, luciendo humanamente agradecido.
