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Aneurisma

Horizontales ya estaban, con el cuerpo a gusto, la fatiga en cura y la casa en calma. Dormidos como quien dice, el viejo Don Ernesto y su esposa Juliana. Dioles por visitar el arenoso limbo de los sueños. En la pesadilla de Don Ernesto, su vieja le provocaba y le convertía en una bestia irracional que le daba muerte por la vía del ahorcamiento. El viejo, que era ducho en distinguir lo onírico de lo material, ni se inmutaba, ni se acobardaba. Juliana soñaba lo mismo, en su respectivo rol de provocadora y asesinada. La cosa cambiaba con ella en la percepción de la falsedad del universo soñado. Gritó Juliana del susto, de imaginar que le mataban, tres veces y en crescendo. Ernesto escuchó, donde quiera que estuviera, y el órgano cerebral, ahora sí, le dictó espantarse. Fue la tragedia que, tan viejo como era el viejo, el golpe químico de alarma que le vino a su desgastado corazón, tan de repente y de la nada, le reventó la aorta, el sueño y le dejó muerto en la cama. Terrible instinto heredado de los antepasados perseguidos y depredados. Profecía por ningún oráculo jamás adivinada.
Abrahamsaucedocepeda24 de abril de 2009

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