Caminábamos sin prisa mientras ambos inclinábamos la cabeza para contemplar el desfile de colores en un arcoíris posado en medio del cielo, la llovizna menudita aun caía sobre nosotros pero no nos importaba, era como el maná, nos alimentaba y rebosábamos de vida como el pasto, como las flores, como los árboles que inclusive parecían elevar los ramales con sus hojas a manera de alabanza u oda ante tal esplendor al igual que los niños celebraban chapoteando en los charcos formados en los adoquines alrededor de una fuente ubicada al centro del parque, le veía sonreír y ello me confortaba el alma de una forma sumamente especial, era otra cuando las nubes grises y el petricor esbozaban el día, su tristeza innata, su desesperación, todo su dolor humano desaparecía y se volvía etérea como un ángel. Perdidos en el magistral concierto de la naturaleza nos detuvimos junto a una de las bancas que estaban esparcidas por todo el lugar y justo cuando estaba por sentarse la detuve y le recordé que obviamente la banca estaba mojada, me miró tiernamente y enseguida se lanzó hacia mí en un cálido abrazo, puro, noble, como el abrazo de una madre.
Seguimos avanzando y disfrutando de todo cuanto se nos ofrecía, el relámpago a lo lejos, los rayos de sol que lograban colarse de entre las nubes muy difuminados en lo alto de los edificios, las aves que volaban para socorrerse en algún lugar secreto, las reconfortantes bocanadas de aire fresco y, sin embargo, en medio aquel milagro me vino a la mente un pensamiento que logró ciertamente consternarme hasta regresarme de golpe a mi prisión, a la locura de mi racionalidad
¿Cuánto duraría todo aquello? ¿Cuánto tiempo su enfermedad nos permitiría salir en lugar de confinarnos a cuatro paredes? Los retazos de existencia que recordamos están hechos de mezquinos instantes de dicha y épocas completas de tormento, lo medité por un momento pero rápido terminé convenciéndome a mí mismo de que en realidad no importaba el cúanto sino el cómo y sobre todo el por qué, porque mientras ella conservara ese gesto de felicidad nacido desde el corazón, el tiempo, la vida misma nos duraría no los días que dicta el calendario o los momentos fabricados y medidos por los engranes del reloj, sino que se compondría y perduraría lo que nosotros decidiéramos. Y decidimos ser eternos.Ω
Y si sueño acaso es porque el sueño es realidad y la vida la sombra de mi paso sobre la eternidad.
Rafael Lasso de la Vega