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El Secreto de Las Olas

Aquella tarde llovía. Llovía como otras tantas tardes en las que la lluvia, era fina pero compuesta de muchísimas gotas diminutas. No tenía nada de especial pero ella, se sentía bien. Los recuerdos la embriagaban con su fabulosa esencia de felicidad, haciendo que se le escapara una sonrisa. Una sonrisa, que se asomó para desvanecerse a los pocos segundos. Abrió la ventana y aspiró el aire de afuera. Se apoyó en el alfeizar y contempló la inmensidad del mundo. Los edificios, gigantes monumentos de la capacidad de construcción del hombre, se alzaban majestuosos hasta donde la vista no alcanzaba. Los arboles, los pájaros… todo estaba como siempre. No había nada de especial. Decidió cerrar de nuevo y, se dispuso a entrar al baño. Se miró en el espejo y se peinó. Avanzó de nuevo por el pasillo y se calzó. Acto seguido, se puso el abrigo y abrió la puerta. Descendió los cuatro pisos por las escaleras, le cansaban los ascensores. Abrió el portal y salió. No había cogido el paraguas, pero, ¿qué importaba? Caminó bajo la lluvia con la cabeza baja, pensando sobre aquella pequeña sonrisa. Llevaba días sin sonreír aunque lo intentaba y tan sólo recordando, se le había escapado. Mientras descendía por las calles esquivando a la gente con paraguas, su único deseo era desaparecer. No quería que esos recuerdos fueran los únicos causantes de su felicidad; buscaba otras metas, otros motivos para sonreír. La lluvia comenzaba a caer con más fuerza, ya no era tan fina. Siguió recorriendo las calles ¿A dónde iba? No tenía ni idea pero algo le decía que tenía que seguir andando. Todo se movía veloz a su alrededor y le daba la sensación de que ella iba muy lenta. Le agobiaba esa prisa de la gente por llegar a ninguna parte y la rutina, la cansaba. Inmersa en una mezcla confusa de pensamientos llegó al puerto. El mar estaba agitado y las olas rompían contra los muros. Se situó frente a uno y, se asomó para observar. Su mirada se fijó en un punto y empezó a reflexionar sobre todo: sobre su sonrisa, sobre sus recuerdos, sobre la rutina, sobre la gente… Le daba la sensación de que se estaba volviendo loca. ¿Por qué todo aquello tan de repente? ¡Nunca le había pasado! De repente, oyó una voz a sus espaldas. No se había percatado de que había alguien sentado en un banco detrás de ella. La voz, era una voz grave y rota por el paso del tiempo. Una voz gastada, consumida por el tabaco y el alcohol. Una voz, que había llevado una dura vida. La persona portadora de esa voz, cumplía perfectamente con las cualidades de ésta. Era un hombre viejo, de piel curtida y pelo canoso, de un color gris brillante y se cubría con un paraguas negro al que se le salía alguna que otra varilla.
-Chica, no te comas la cabeza así. Eso que te sucede es tan antiguo y común como lo es el Sol.
-¿Disculpe…? –le preguntó sorprendida.
-Sí,… me has oído bien. Deja de preocuparte, no es nada extraño. No te morirás por ello, es más, te ayudará a madurar. La vida se compone de dudas muy semejantes a esa que tú tienes ahora. Vistas desde fuera son muy simples pero, vivirlas es distinto ¿verdad?
- Perdone pero, usted, ¿qué sabe?
-He vivido lo suficiente para saber que, en este tipo de cuestiones, lo sé todo. Me encanta sentarme cerca del mar todos los días y no es la primera vez que veo a alguien venir aquí para aclararse las ideas. También he vivido y visto demasiado, como para poder diferenciar cuando una persona está preocupada por si se ha enamorado o no. Porque, eso es lo que sucede ¿no es así?
-Me niego a responder- estaba empezando a enfadarse. ¿Qué se creía aquel vejestorio? ¿Cómo se atrevía a hablarle así, sin conocerla de nada?
-El que calla, otorga –se dispuso a encender un cigarro con su mano temblorosa y huesuda- Yo también fui joven ¿sabes? Los jóvenes de hoy, os pensáis que el mundo ya estaba así cuando nacisteis y que os ha estado esperando. Pues para tu información, debo de decirte que ha cambiado, y mucho. No ha esperado para hacerlo y seguirá cambiando–Dio una calada al cigarro y siguió hablando mientras soltaba todo el humo- ¿O es que te crees que el suelo que estás pisando estaba así hace mil años?
-Oiga pero yo no he…
-Os creéis que nosotros no hemos querido a nadie –respondió cortándola- que no entendemos de esas cosas. Que todo se nos presentó fácil. Que vuestro mundo de sentimientos no existía antes. Pues debo de decirte que los jóvenes, fueron siempre jóvenes y lo serán. Y espero que sigan siendo así de inconformistas como lo eres tú, al no querer hacerte con la idea de estar enamorada.
- Pero… pero oiga…
La lluvia era cada vez más y más fuerte. Estaba empezando a tronar.
-Mira muchacha te voy a decir una cosa. Estar enamorado es una cosa hermosa, única. Puede llegar a convertirse en un algo indispensable en tu día a día; puede llegar a ser el motivo, por el cual te levantas. No entiendo muy bien porque quieres evitarlo pero no podrás hacerlo porque, lo mejor de todo esto y escúchame bien, es que no puedes controlarlo. Nunca lo harás. Así que, no pretendo romper tus ilusiones de chica inaccesible la cual sólo se enamoraría de un piloto de aviación y no de cualquier paleto de pueblo pero, no intentes engañarte porque eso que sientes va para largo y está siendo completamente cierto. Si no te gusta por quien es o porque no te conviene pues mira, lo siento muchísimo pero es lo que hay. ¡A resignarse! Te lo dice la voz de la experiencia ¡Cuántas veces no me habrá pasado!
-¡Mire! ¡Sinceramente, no entiendo porque me ha soltado todo este rollo si yo no le he contado nada y no me he quejado! ¡Y sí, ha acertado sin saberse la historia! ¡Estoy perdida y asquerosamente enamorada y no, no quiero aceptarlo! ¿Qué cómo lo ha sabido? ¡No tengo ni idea! Pero ha fallado en una cosa, lo que me pasa no tiene nada que ver con las clases sociales, ni mucho menos. Es simplemente que no quiero ser una loca que se pasa el día llorando por las esquinas buscando a su amorcito. No, no me gusta ese juego. ¡No me va esa horrible sensación de los celos ni tampoco esa, de tener la necesidad de poseer a esa persona!
Las olas chocaron contra los muros del puerto mientras la lluvia caía con fuerza y los truenos retumbaban. Estaba totalmente empapada y temblorosa. No se sabía si por la rabia o por el frío. El hombre, la miraba fijamente, casi sin expresión en su rostro. De repente dijo:
-¡Qué olas tan inmensas! ¡Serían capaces de hacer que cualquier cosa se derrumbe!
Y justo en ese momento, una ola impactó en el muro frente al cual se encontraba ella, haciéndola caer al suelo. Se levantó, más mojada de lo que ya estaba. Tenía los ojos rojos, no sabía si por el salitre o por las lágrimas. Miró en la dirección del banco, pero ya no había nadie. Miro a ambos lados del paseo pero, no pudo ver a ninguna persona. ¿Cómo había conseguido irse tan rápido? Optó por regresar a casa pero antes de salir del puerto, pensando en voz alta, dijo:
-Sí, tiene toda la razón… Esas olas son capaces de hacer que cualquier cosa se derrumbe…
Y una presencia extraña en el mar, pareció alegrarse.
Aeram24 de abril de 2011

2 Comentarios

  • Aeram

    muchisimas gracias, lo tendre en cuenta

    25/04/11 02:04

  • Nusky

    Increíble. (L)

    28/04/11 03:04

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