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La Vereda y El Olivo

Porque cruje la piedra cuando el zapato la pisa
igual que un secreto de amor al oído,
me gusta ir despacio
por la vereda que cruza el olivar
en la hora primera de la tarde. Es mayo.
Atrapado por el silencio de la soledad y sin prisa
entrego al velo sereno del aire
el murmullo de la pena que en busca de consuelo
trepa por mi mirada
para desparramarse por el campo
ajedrezado de olivos.
Estoy cansado.
Me detengo y el crepitar en el oído cesa
así como cesa de pronto cualquier sordo lamento
por tu ausencia.
Porque lo deseo
la carne se hace leño,
se entierra en el suelo
y en un dolor de ramas y hojas
se retuerce hasta hacerme árbol.
Porque lo deseo
la pena que destila esta alma desarmada
se espesa hasta convertirse en aceite y savia.
La noche adorna con su pedrería de estrellas
la bóveda del cielo, y abajo clavado en el áspero suelo
un nuevo olivo custodia la vereda.
Soy yo que espera oír crujir
con tu paso las piedras,
que espera sentir
que buscas cobijo bajo mi sombra
y que enredas tus raíces a las mías
para estar juntos de nuevo
amarrados a la tierra.
Te espero.

Alberto06 de marzo de 2008

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