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Ser Peter Pan


En un mundo sin ausencias Peter Pan sería el rey, pero a su manera, a la manera de un niño, con lógica ilógica, y mandatos de pequeñez absolutista, y una forma muy noble de aceptar los descalabros de este descabezado mundo (“la infancia tiene sus propias maneras de ver, pensar y sentir; nada hay más insensato que pretender sustituirlas por las nuestras”). Pero ser niño no es tarea fácil, ya que los adultos siempre te sitian con sus manos de certidumbre cáustica para moldearte a su gusto. A su vez, ser niño es tan difícil que solamente sucede una vez en la vida, sobre todo porque te ves limitado por normas maduras, y también es algo que dura muy poco, ya que ser niño es ser alguien sin experiencia, sin un ápice de profunda maldad. Peter Pan no sabía la edad que tenía realmente, ni falta que le hacía, pero aclaraba que él era un niño, con orgullo lo precisaba, y también aseguraba que no quería crecer, que crecer era algo así como hallarse rodeado de hecatombes, vivir cercado por el temor a la muerte, sin fantasía, subsistir feneciendo, por motivos de pérdida de inocencia o, incluso, por motivos de seriedad desarrollada, que viene siendo seriedad majadera. Un niño es un conformista sobradamente solidario: a un niño le das una golosina y lo conviertes en un ser plenamente feliz. Un adulto, no obstante, no es feliz si su ambición no tiene algo que devorar cada día, si no adquiere el último y mejor de los teléfonos móviles con conexión inmediata “a la otra realidad”, o el televisor a color de 49 y pico pulgadas, o el piso frente a la playa valorado en sabe Dios cuántos cientos de miles de euros…, y así pasar por la vida, al parecer, prósperamente, con el amor de tu vida, una vez casados, y habiendo firmado los correspondientes papeles ante notario, por si la cosa se tuerce y hay que hacer una nada romántica repartición de bienes (“ser adulto es estar solo”). Adultez… ¡Maldita y sobrevalorada adultez! ¿Por dónde queda el País de Nunca Jamás? ¿Está cerca o lejos? ¿O acaso se encuentre en uno mismo? Lo que ocurre es que ese País lo hemos dejado abandonado tras el mordaz muro de la sobrevalorada lucidez, tras el muro que todo te lo ofrece, tras la realista y formidable educación de una sociedad que flaquea cada día más a causa de un malestar áspero llamado impureza. Lo cierto es que si aún fuésemos niños no tendríamos que valorar tanto a la gente, a los políticos, por ejemplo, no tendríamos que apreciarlos por su talante, ya que todos tendríamos talante de sobra, y seríamos más sinceros, y más humildes, y muy ingenuos a la hora de solucionar las trabas del día a día. ¿Se imaginan al Sr. Rajoy y al Sr. Rubalcaba arreglando sus riñas jugando una partidita de canicas, y luego, al ganar uno u otro, o incluso al empatar, ver como ambos se dan la mano para enseguida comentar la partida mientras se meriendan un bocadillo de mortadela, eso sí, apurando los bocados, para volver al juego y disfrutar con ello? No, estoy segurísimo de que no se lo pueden imaginar, ya que ustedes hace tiempo que sobreviven bajo el yugo de la adultez.
Alexandervortice17 de noviembre de 2012

1 Comentarios

  • Neogrekosay2012

    Peter Pan sufría la inevitable aparición de la conciencia: somos y no podemos escapar a ese "somos". Un hermoso texto. Ese comienzo, que nos conduce hacia un icono "clásico", es una forma inteligente de descubrir que cada momento esencial tiene sus aristas. Un gran saludo.

    17/11/12 07:11

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