¿Por qué en una pesadilla horripilante, justo cuando empezamos a hiperventilar y a taquicardizarnos, despertamos en medio de todo y consideramos que aquello, ya pasado, fue la nada?
Inmersos en nuestros ensueños buceamos hasta la zona abisal de nuestros pensamientos. Apenas la luz del día esclarece tal reprimido apartado. Los rayos de luz parecen penetrar bruscamente cuando se intuye que la penumbra que nos regala la noche está de camino.
Por aquellos habitados lares divisas nuevos parajes con criaturas que creías inexistentes, afloramientos incoherentes, aspavientos indecentes, acurrucamientos depravados. Pareces trastornado de la mente, divagando.
Una vez absuelto del entuerto extravagante, inquietante, que atrapa a tu razón, te desplomas sobre una cama almohadillada, caliente, acogedora. En definitiva un colchón cómodo sobre el que reposar las idas de olla pasadas y sobre el que maquinar tus supuestas aspiraciones de futuro.
¡Qué delicadeza con la que me abraza la suavidad de mis sábanas! Tan blancas, tan transparentes de nuevo.
Olvidada la sombra proyectada sin necesidad de luminosidad que me alentaba, caigo como siempre en la indagación de mi chip repleto de gigabites. Ya discernida fantasía y veracidad me formateo. Lista para torear de nuevo.
La realidad nos desborda, nos abruma, nos dificulta ahondar en nuestras enredaderas más profundas, ya milenarias. A las que sólo riegas entrada la madrugada.
Una vez finalizado tu día te sientes pletórico por haber satisfecho tus obligaciones y deberes, a los que consideras todo, para entonces entrar en la nada...
