TusTextos

El Número 307


Aquella tarde, cuando el joven Alexander Hawkins partió de excursión al bosque, hacía un día espléndido. Le había pedido a su cochero, John Peck, que lo llevase hasta allí y aunque en un principio se había mostrado reacio a que el joven abandonase la mansión, sin el consentimiento de sus padres, finalmente se mostró condescendiente. Después de todo, Alexander era un buen muchacho. Su padre el capitán Arthur Hawkins estaba combatiendo en algún país vecino y había dejado al joven bajo la tutela de su bella madrastra, Paige Hawkins. Ésta no le permitía hacer nada. Ni siquiera se molestaba en disimular su aversión y odio al muchacho. Procuraba hacer lo imposible por amargarle la existencia y no perdía cualquier oportunidad para poner a su padre, Arthur, en contra de aquel que heredaría toda su fortuna… Si les hubiese dicho que quería ir al bosque a tratar de dar caza a algún animal, su madrastra se lo habría prohibido tajantemente. Pero hoy no estaba. Había asistido a algún acto social, en el que nobles y burgueses se reunían. No volvería hasta bien entrada la noche.


John azuzó los caballos y estos avivaron la marcha. Se adentraron en el denso bosque, mientras Alexander contemplaba el paisaje. No solía salir de la mansión. Era un chico demasiado tímido e introvertido como para tener amigos. Generalmente parecía estar absorto en sus pensamientos. Solía pasarse tardes enteras en la biblioteca que tenían, leyendo libros que hablaban de lugares desconocidos, paisajes exóticos, mundos fantásticos, héroes legendarios… No obstante, John le tenía aprecio al muchacho y le gustaba mostrarle y enseñarle cosas, tan a menudo como le era posible…


- Joven Alex – Así le llamaba, le dijo John tratando de comenzar una conversación. El chico era tan callado, que muchas veces le costaba arrancarle las palabras -, esta usted muy silencioso. Cuénteme, ¿Cómo tiene pensado cazar animales salvajes? Supongo que habrá trazado algún plan…
Alexander le miró pensativo:
- Había pensado utilizar el arco que me construyó el viejo Tod. He estado practicando y mejorando mi puntería desde entonces… Creo que podré cazar alguna liebre o algún jabalí… ¿Me cree usted capaz?
John le mostró una sonrisa cálida:
- Quien sabe… quizá me sorprenda usted con alguna habilidad oculta.
El camino que surcaban les condujo hasta un descampado, en él, John detuvo el carruaje. Sacó un reloj de bolsillo, un enorme reloj que siempre llevaba consigo. Antes de que anocheciese deberían regresar. Alex se apeó del carruaje, provisto de su arco de madera y su carcaj de flechas. Los caballos, incitados por algún motivo desconocido o por algún olor, que sólo ellos percibían, se mostraron inquietos y nerviosos.
El joven se adelantó un poco y distinguió una angosta senda, casi oculta por la crecida maleza, que descendía hasta perderse en la espesura del bosque.
- John, ¿A donde conduce esta senda? No parece que nadie la haya transitado en mucho tiempo…
En ese momento, el sol quedó oculto por unas enormes nubes, cubriendo en unos instantes todo el cielo. Los animales relincharon y parecían aumentar su nerviosismo. John los observó con recelo.
- Posiblemente tengamos tormenta, joven Alex… Deberíamos regresar pronto. Quizá hoy no sea un buen día para cazar liebres. – John observó como el chico bajaba su mirada, que ahora se mostraba entristecida, luego a la senda a la que se refería. Recordó una leyenda popular que le habían contado cuando era niño, a cerca del lugar al que conducía. Y un escalofrío le recorrió la espalda. – Esa senda no conduce a ningún lugar, venga, volvamos… - Alex le miró fijamente, percibiendo temor en su cochero al preguntarle por la senda. Trató de persuadirle para que la atravesasen juntos, pues la reacción de su cochero había despertado su curiosidad y le hizo numerosas preguntas. A las que John respondió con evasivas y protestas.
- Bien, nos iremos. Pero antes ayúdame a buscar mi monedero. Paige me regañará si se entera de que lo he perdido…
John volvió a observar su reloj de bolsillo y los nubarrones negros que encapotaban el cielo.
- ¡Cómo puedes ser tan despistado! ¿Dónde lo has perdido?
- Por favor, John, ayúdame a buscarlo. No sé si se me ha caído por aquí o en el interior del carruaje… ¿Puedes ir a ver?
John, le miró unos instantes como interrogándole y después accedió y fue a ver en el carruaje… Pero allí dentro no estaba. Fuera podía oír como el viento comenzaba a batir, paulatinamente con más fuerza el carruaje, los árboles… salvo ese siseo, el bosque estaba sumido en un silencio total. Se acercó a sus caballos, les acarició para tratar de apaciguarlos.
- Joven Alex, ¿ha encontrado ya su monedero? – Levantó la voz para que Alex pudiera oírlo, pero este no contestó. Rodeó el carruaje para ver qué andaba haciendo el muchacho, pues hacía tiempo que no lo oía. Tras bordearlo, se detuvo en seco. Alex había desaparecido. Él chico lo había engañado. Mientras el había ido a buscar su monedero, había aprovechado para internarse en aquella senda.

- Necio.- Esa senda, recordó John, conducía a un lugar prohibido: antaño había sido un poblado pequeño y, hoy en día, no era más que una tumba. Sus habitantes sucumbieron uno tras otro a la tragedia. Aunque nadie sabía con certeza lo que había ocurrido, pues no se conocieron supervivientes, eran muchos los trovadores y bardos los que se atrevían a contar diferentes historias sobre lo sucedido. Relatos para asustar a los niños y para alejar a los curiosos. Finalmente el lugar se consideró mancillado, maldito… y la gente decidió olvidarlo, como si la tragedia que devoró al pueblo nunca hubiera ocurrido. El pueblo cayó en el olvido y su nombre se dejó de pronunciar. No creo que quede nada en ese lugar que pueda interesarle a un crío. Al menos, nada bueno.
La estrecha senda parecía no tener fin. Alex bajó por ella tan rápido como le permitían sus piernas. Escaparse de su cochero había sido una estupidez, un pequeño acto de rebeldía. John posiblemente se enojaría con él cuando se percatase de su ausencia. No obstante, esperaba hallarse lejos entonces. Se sentía contento. Su vida era bastante monótona y aburrida en comparación con la que tenían los personajes de sus libros, inmersos en un sin fin de aventuras… Alex les envidiaba. En su mansión se sentía confinado, solo, se aburría tanto…
Descendía por el sendero, sin ser consciente del paso del tiempo, procurando no tropezar con la maleza, piedras o cualquier otro obstáculo. Caminó a paso ligero sin pararse ni un momento. Finalmente, alcanzó un valle, en el que se detuvo a contemplar lo que le ofrecía el paisaje. El cielo había oscurecido bastante, los nubarrones negros lo cubrían todo. Se avecinaba una tormenta. Allí abajo una ligera neblina bañaba la pradera.
Había estado caminando durante mucho tiempo. Temía que John lo alcanzase, le regañase y, lo peor de todo, que no lo acompañase nunca más cuando quisiera salir de la mansión. Sin embargo, John no apareció.
Pese a que el tiempo se mostraba desfavorable y la temperatura había descendido, estar en aquel valle le pareció muy emocionante. Además, mirase donde mirase, todo parecía desprender una belleza inmensurable. El verde valle estaba rodeado de laderas repletas de árboles. Reanudó su paso, apresurando su marcha, temiendo que comenzase a llover de un momento a otro. Sus pies se hundían en una especie de musgo y lodo. El camino se hizo más malo. Caminó más despacio, temiendo resbalar y caerse.
El día se tornaba oscuro y la niebla más densa. Conforme avanzaba un sonido se hacía más latente: El murmullo del agua al discurrir en algún lugar cercano. Finalmente, divisó un pequeño río, que atravesaba el sendero, que le cercaba el paso. Se detuvo y miró a ambos lados, un poco contrariado. Giró a la derecha franqueando el río, esperando encontrar un puente que le permitiese atravesarlo. En su lugar halló un grueso tronco, cuyos extremos estaban colocados a ambos lados del río.


Alex se agachó para comprobar la consistencia del tronco. El río era poco profundo y el agua discurría lentamente. Aunque no parecía peligroso, no quería caerse en él. Gateó por el tronco y sin mayores dificultades alcanzó la otra orilla. Se arrodilló y asomó su rostro, viendo su reflejo algo distorsionado sobre la superficie del río. Unió sus manos a modo de recipiente, las introdujo en el agua y las sacó para después beberse su contenido en dos largos sorbos. El agua de allí tenía un sabor extraño. Pero había caminado mucho, se sentía algo cansado y beber un poco de agua le reconfortaba. Se sentó sobre el extremo del tronco y observó nuevamente su alrededor. Junto al río había un cartel que rezaba:


NO BEBER. AGUA ENVENENADA.


Alex se asustó. Lamentándose por no haber reparado antes en el cartel. Le entró el pánico. La tarde tocaba su fin y unas primeras gotas comenzaron a caer. Estaba muy lejos de John y de su mansión. Allí se sentía vulnerable. Después de todo sólo tenía trece años. Con un arco y unas flechas no podría defenderse de todos los peligros que podrían acecharle durante la noche. Y había bebido agua envenenada. Debía encontrar a John para que le llevase a que le atendiese su médico. Decidió regresar, tan deprisa como pudiese. Un sudor frío recorría su espalda.

Trepó por el tronco y corrió por el valle en sentido opuesto. Oscurecía rápidamente y era consciente de que pronto no vería nada. Oía chapotear sus botas en el barro, la lluvia lo empapaba. Cuando regresase, posiblemente le castigarían por haberse escapado. Pero sin duda era mejor que pasar la noche en aquel bosque y que el veneno lo matase… De cuando en cuando comenzó a oír un sonido entrecortado, como un débil suspiro, un mugido ahogado… creyó que su imaginación le jugaba malas pasadas. Siguió corriendo hasta alcanzar el extremo del valle, en el que comenzaba la ladera de árboles, que debía atravesar tomando aquella senda. Se detuvo, presa del pánico.

- No veo la senda. Está demasiado oscuro… cómo voy a encontrarla si casi no veo nada…- Sollozó Alex. Mientras notaba como se mareaba. Se sentía desorientado. Se acercó como pudo al primer árbol que encontró y se agarró a él firmemente. Temía caerse si lo soltaba. Se sentía mal. El veneno empezaba a sentarle mal. Creyó que empezaba a delirar, cuando vislumbró a lo lejos una figura blanca que se le acercaba lentamente. Avanzando por la pradera.
-John, por qué no has acudido a buscarme… yo… yo tengo miedo. Algo se me acerca y yo no puedo moverme. John, tienes que ayudarme… De hecho, creo que me desvaneceré en cualquier momento… - Lloriqueó en voz alta, esperando que su cochero pudiera escucharle. De pronto, se acordó del arco que le había fabricado el viejo Tod. Cogió el arco y una flecha, mientras apoyaba su espalda contra el tronco. Le temblaban las piernas. Apuntó a la figura. Estaba asustadísimo. Quería escapar, pero no tenía fuerzas. Así que sólo podía esperar. La figura se aproximaba, era un lobo blanco. Cuando vio como el chico lo apuntaba con su flecha, retrocedió y emitió un gruñido. A lo lejos, Alex, creyó oír un aullido desconocido, casi sobrenatural… como un gemido o un lamento.

- John, ¿Qué hago? Yo sólo quería cazar liebres, ¿recuerdas? Por aquí, hay una manada de lobos. Uno me ha visto, John. El veneno… John. Mi cuerpo tiembla… John. Si me caigo… si me desplomo… ¿Qué me hará el lobo, John?... Si le lanzo una flecha y fallo… ¿Qué me hará el lobo? Dime John… ¿Qué me hará? – Alex deliraba, el lobo comenzaba a moverse nuevamente, de un lado a otro… Esperando.
- ¡John! ¿Por qué no me contestas? Sólo quiero que me digas que los lobos no se comen a los niños indefensos… Miénteme…. John… John…

Cuando el niño se cayó inconsciente, el lobo blanco aún tardó unos instantes en aproximarse.
Arianne26 de septiembre de 2008

2 Comentarios

  • Arianne

    Este relato es otro prologo de lo que podr?a ser una historia. Es bastante posterior al anterior que publiqu?. Personalmente me siento m?s satisfecha con ?l.
    Espero que os guste...
    Un saludo.

    26/09/08 07:09

  • Purple

    gua.. este est? muy bien??? si vas a seguir escribiendo, porfis avisa.... k la verdad ta genial, chaosss

    27/09/08 05:09

Más de Arianne

Chat