Tras el primer encuentro, el segundo acto fue más íntimo. Él, en el momento menos inoportuno, soltó esa frase. Siguieron donde lo habían dejado, pero ya no fue lo mismo. Ella tuvo que aguantar las lágrimas. Pensó qué hacía allí, por qué otra vez había hecho el ridículo. Cuando terminaron, él tomó una ducha. Ella se vistió con el corazón en un puño.
“No te enamores de mí” dijo él con frialdad, cuando en sus palabras escondían lo contrario.