Una día cualquiera apareció sin previo aviso,
cuando al sol aún no le había dado tiempo
de dar la bienvenida a la luna más llena.
Y de repente, dejaste que su presencia
llenara todos los rincones de aquella
casa que tanto te costo alcanzar.
Con suma delicadeza le ofreciste
tus mejores palabras y sonrisas,
mientras en sus manos sostenía
aquel té que tanto te costo encontrar.
A continuación, cambio tus libros,
tus paredes, tus cuadros, tus sábanas
y hasta los retratos que no querías sacar aún.
Y una vez que hizo todo esto
y sin dejar una nota de agradecimiento,
tomo su presencia en el más absoluto silencio.
Tras ver semejante desorden y sin saber
que hacer en aquella casa
a la que habías empezado a odiar;
cambiaste las paredes, los cuadros,
las sábanas e incluso hasta el té.
Sacaste los retratos que estaban
en el cajón de los olvidos
e iniciaste un nuevo comienzo.