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Highlander 7

De todos modos, me costó mucho disimular mi estado de ánimo delante del resto de la familia para que no se diesen cuenta de que me pasaba algo. Para mi madre era evidente que mi relación con Malcom no pasaba por buenos momentos, pero lo atribuyó a que él siempre estaba dispuesto a discutir mis decisiones en cuanto al manejo de la finca y de los asuntos de la casa en general. Pero a Douglas era más difícil engañarle, sobre todo porque me parece que había oído algún rumor sobre mi hermano. Aunque él ya no salía de casa, mucha gente venía a verle, y sospecho que alguien hizo algún comentario. Una tarde de domingo, ya cerca del verano, hacía tan buen tiempo que me animé a bajarle en brazos hasta el jardín y allí mi madre le preparó una mecedora cómoda, y tapado con una manta, pudo disfrutar de un rato de sol. Yo me quedé a su lado, y estuvo un buen rato en silencio, supongo que contemplando la hermosa vista, pues desde donde estábamos, se veía perfectamente el lago, a lo lejos. Habló en voz baja, sin mirarme.

-¿Cuándo me vas a contar lo que ha pasado? Puede que esté viejo, enfermo y a punto de morirme, pero todavía tengo ojos en la cara. Y te conozco muy bien.
-No se te escapa una, ¿verdad? Ahora entiendo porque me llevé tantos pescozones, siempre acababas descubriendo mis maldades.
-Venga, desembucha. ¿Qué ha pasado? ¿Tiene algo que ver con tu hermano?
-Antes de nada, Douglas, dime la verdad. ¿Has oído algo? Quiero saber si se comentan cosas por el pueblo o entre los arrendatarios. Sobre todo, para evitar que llegue a los oídos de mi madre.
-Se habla algo, se rumorea, pero no abiertamente. Al fin y al cabo, es el hermano del Laird. Quédate tranquilo, a tu madre nadie se atrevería a decirle nada. La respetan demasiado.
-Bien, pues si ya has oído algo, no tiene sentido esconder lo que se. Cuando vi el cadáver de la chica, me di cuenta de que su cara me era familiar; y después de mucho pensar, recordé donde la había visto. La Navidad pasada les sorprendí a mi hermano y a ella en el pajar; ya te imaginas que no estaban jugando a las cartas, precisamente. Así que hablé con Malcom, y aunque al principio me lo negó, acabó confesando que había tenido algo que ver con ella.
-Pero, ¿era el responsable de lo que le pasó?
-Estoy completamente seguro; por más que él se puso a insultar la memoria de la muerta, diciendo que se iba con cualquiera, que él no estaba seguro de que el niño fuese suyo. Sinceramente, Douglas, creo que mi hermano es tan culpable de la muerte de esa muchacha como si le hubiese puesto él mismo la soga al cuello. Pero me faltó valor para hacer justicia. Y no porque sea de mi sangre, que eso es lo de menos.
-Ya. ¿Por tu madre?
-Si, por ella precisamente. Recuerdo el disgusto que se llevó cuando me pilló, y bien que me avergüenzo ahora, espiando a una de las criadas. No podría soportar enterarse del comportamiento de Malcom. Eso la mataría. Y la vida de mi madre ya ha sido bastante difícil. ¿Crees que soy un egoísta?

Se quedó callado, y luego dejó caer su mano sobre mi hombro.

-No, hijo. No lo creo. Lo que pienso es que eres un buen hijo, y que proteges a tu madre. Y aunque no lo quieras confesar ni ante ti mismo, también a tu hermano. El no lo merece, sin duda, pero tu madre tampoco se merece pasar por el dolor y la vergüenza.
-Pero tampoco esa niña inocente merecía lo que le pasó.
-Desde luego que no. Pero la vida no es justa, y menos para los que son más débiles. Sin embargo, de todo esto debes sacar una conclusión, una enseñanza: no fiarte de Malcom. Hay algo torcido en él, y ojala me equivoque, pero creo que no cambiará. Será bueno que dentro de poco tome posesión de la parte de la herencia que le corresponde, y se vaya. Es hora de que vuestros caminos se separen; no sea que vivas para lamentarlo.

Me pareció que Douglas exageraba algo. Yo todavía tenía esperanzas de que Malcom cambiase y entras en razón. El tiempo me demostraría que no es bueno hacer oídos sordos a los consejos de la gente experimentada que nos quiere. Pero la juventud, entre muchas cosas malas, tiene que a los jóvenes siempre les parece que lo malo le ocurre siempre a los demás.

Empezaba a refrescar, así que me llevé adentro a Douglas, que además ya estaba empezando a cansarse. Cada vez estaba más débil y dormía más tiempo. Cuando le dejé en su sillón orejero frente al fuego, ya estaba dormitando. Ahora que no me veía, pude observarle tranquilamente, y lo que vi, me asustó; estaba en los puros huesos y su nariz se había afilado en los últimos días. Así, con los ojos cerrados, y tan quieto, parecía que ya estaba muerto.

A partir de esa tarde, la salud de Douglas empeoró cada vez más. Dejó de levantarse de la cama, y estaba tan débil que mi madre o yo mismo, teníamos que darle de comer, como si fuese un niño pequeño. Se que esto le humillaba y varias veces, cuando mejoraba algo, me dijo que le gustaría estar muerto para no ser un estorbo. Por más que yo le tranquilizase y le jurase que no era ningún estorbo y que estábamos encantados de cuidarle como se merecía, creo que en definitiva, a su precario estado de salud, se sumó que había perdido las ganas de vivir. Se murió entrando el mes de octubre, cuando ya empezaban los primeros fríos. Las últimas noches las había pasado muy mal, y por lo tanto yo subí una mecedora de la sala y dormía allí, a su lado, por si necesitaba algo por la noche. De día era mi madre quien le vigilaba. Murió de madrugada, cuando faltaba poco para que amaneciese. Me di cuenta de que respiraba cada vez con mayor dificultad y se agitaba buscando aire. Giró la vista hacia donde yo estaba, y me senté a su lado, en la cama. No se si me veía, pero en todo caso, no quise que pensase que estaba solo, así que tomé sus manos en las mías, para hacerle sentir que estaba con él. No sufrió demasiado; más bien se fue apagando lentamente, como una vela que se va consumiendo. Poco a poco, iba sintiendo como la mano que sostenía se volvía más laxa y débil. Era la primera vez en mi vida que veía morir a alguien, y además a una persona muy importante para mi. No me di cuenta de que estaba llorando hasta que las lágrimas me mojaron las manos. Con Douglas se iba alguien muy importante en mi vida; que me había enseñado mucho, pero sobre todo, que me había transmitido honradez, responsabilidad, sentido de la justicia. Siempre estaría en deuda con él.

Le enterramos al día siguiente, en el cementerio reservado a la familia; puesto que él era parte de ella. Quise que su entierro fuese a la manera escocesa, por más que estuviese prohibido desde el Levantamiento. Douglas no se merecía otra cosa. Le envolvimos en un tartán con los colores de nuestro clan, y todos los hombres llevábamos el kilt tradicional. Dos gaiteros tocaron mientras el cura rezaba los responsos. No me imaginaba que Douglas partiese hacia su última morada sin que le acompañase el son de una gaita. Mi madre se mostró reticente al principio, pero por fin entendió que era lo justo, y sobre todo lo que aquel hombre, enormemente bueno y desinteresado, se merecía. Nadie pudo contener las lágrimas cuando el cuerpo de Douglas fue introducido en la tumba, al mismo tiempo que los gaiteros le despedían con las canciones que se suelen tocar en los funerales.

No se como se enteraron, pero no había pasado una semana desde el entierro, cuando la brigada inglesa que desde el Levantamiento estaba siempre en Inverness, llegaron al castillo, muy de mañana, preguntando por el Laird. Casualmente, yo me encontraba en el molino, que quedaba justo en la entrada de las tierras. Me acerqué a ellos y sin mayores miramientos me obligaron a acompañarles al pueblo. Sabía muy bien lo que aquello significaba, así que le ordené al chico del molino que avisase a mi madre. Sabía que se preocuparía, pero era preferible que supiese adonde me llevaban. Me tuvieron dos días en el calabozo; y salvo un poco de agua y un pedazo de pan seco, no me dieron nada de comer. Hacía frío allí dentro, pero quizá lo que peor llevaba era la completa soledad, la oscuridad casi absoluta, y el no saber lo que me esperaba. He de confesar que tuve miedo; sería bastante tonto si no lo tuviese. Pero como no dependía de mi la suerte que me estuviera reservada, intenté mantenerme tranquilo. Para no pensar demasiado, me entretenía recordando fragmentos de “La guerra de las Galias”, que mi tío me había obligado a aprenderme de memoria. Al amanecer del tercer día, la puerta de la celda se abrió y entró el capitán. Era un hombre de mediana estatura, de aspecto taimado. Me miró de arriba abajo, y me ordenó que saliese de la celda. Me condujo a una especie de patio al aire libre, y allí los soldados me ataron con los brazos en alto a unas anillas clavadas en la pared de piedra. Podía imaginarme lo que me esperaba; pero de todos modos el capitán se dio el gusto de informarme: por haber contravenido las órdenes de no usar kilt ni tocar gaitas, me condenaban a diez latigazos; pero considerando que yo era el Laird, y quien lo había ordenado, los latigazos serían veinte. Y considerando que me negaba a pedir perdón por haberlo hecho, me darían diez más. Treinta latigazos; y cada uno de ellos me arrancó jirones de piel y de carne de la espalda. Por desgracia para mi, no me desmayé. Podría describir perfectamente el dolor que sentí con cada golpe; porque lo recuerdo a pesar de los muchos años transcurridos; pero no ganaría nada con ello; y por tanto solo diré que cuando acabaron conmigo y me desataron, aunque me dijeron que podía irme; era incapaz de mantenerme en pie.
Beth14 de mayo de 2010

7 Comentarios

  • Nemo

    Que bien Beth!.... Un capítulo intenso y atrapante.
    Sigo y sigo...
    Saludos muchos!

    14/05/10 09:05

  • Beth

    Veremos a ver si sobrevive a la paliza este pobre hombre

    14/05/10 09:05

  • Mary

    Que barbaridad... pobre chico, que castigo tan cruel. La vida en
    esos tiempos era bastante dura, si.
    Como cada dia, experando el proximo cap.
    Besoss.

    15/05/10 01:05

  • Aroint

    La verdad es que me fascinais los escritores con dones literarios tan desarrollados. En el caso de tu historia, poder escribir algo tan largo y que todo esté atado de manera impecable me fascina. Tal vez mi caótica mente necesita de relatos breves, hoy por hoy no podría hacer algo extenso.

    He de confesar, y quiero recalcar que es una cuestión de gustos personales, que tu relato no es de los del tipo que me atrapan; de verdad que quiero recalcar que no tiene ningún problema tu historia, es cuestión de gustos personales. Lo mio es la densidad, lo asbtracto y lo fantasioso.

    De todas formas quería dejarte unas palabras, pues es raro que en esta página aparezcan relatos, y hay que apoyarse unos a otros; es más, tienes una gran calidad literaria.

    Espero que se entienda bien el sentido de mis palabras.

    Cuídate Beth

    PD: No es una pérdida de tiempo escribir; más pérdida de tiempo es consumir la vida solo en obligaciones y quitarse placeres que alimentan el alma. No dejes de escribir.

    18/05/10 10:05

  • Beth

    Tus palabras, lejos de molestarme, me complacen, pues a pesar de que este tipo de relatos no sean "lo tuyo" te has molestado en leerlo. Y yo te lo agradezco en lo que vale. Estos, me consta, son relatos más bien femeninos; por aquello de cada uno de los sexos desarrollamos una parte del cerebro más que la otra. A mi los que tienen demasiada acción, reconozco que me marean. Y, esto es un secreto, estoy construyéndome un hombre a mi gusto y estilo. Es la ventaja de imaginar. Encima, me obedece, y es escocés. ¿Qué más se puede pedir?

    18/05/10 12:05

  • Voltereta

    Es mejor verse con la piel desollada, a ser simple marioneta de los demás, jamás hay que perder la autoestima y es mejor sobrevivir despreciado, a vivir como adulador sin memoria.

    Siempre hay que mantener la dignidad.

    Tu relato va increscendo.

    Un placer leerte.

    Saludos.

    26/05/10 11:05

  • Beth

    Gracias, Voltereta. Bueno, los latigazos deben de doler lo suyo, me imagino. Pero han sido por una buena causa. Algo parecido a aquello de "prefiero morir de pie que vivir arrodillado", ¿no?

    26/05/10 11:05

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