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Mientras Llega MaÑana 12

La semana que pasé en el hospital estuvo llena de altos y bajos. En ocasiones, sobre todo cuando Diego estaba conmigo, veía el porvenir de manera optimista y hacíamos planes para cuando ya estuviese curada. Pero cuando me quedaba sola y por las noches, un manto negro se cernía sobre mí y me imaginaba todo lo desagradable que me esperaba. Estuve tentada de pedirle a Diego pastillas para dormir, pero temía demasiado convertirme en una adicta a los somníferos, y decidí que yo sola tendría que enfrentarme con mis fantasmas y mis monstruos.

Y por fin llegó el día en que me daban el alta. Aunque pueda parecer extraño, no quería irme de la clínica. Allí estaba protegida, encerrada en un cascarón que me alejaba del mundo exterior; donde no tenía más que tocar el timbre y una eficiente enfermera llegaba y ponía remedio al mal que en aquel momento me aquejase: una pastilla para el dolor de la herida, otra almohada para estar más cómoda, un vaso de agua, una palabra amable. Habíamos acordado que me quedaría unos días en casa de Diego, pero él trabajaba muchas horas al día y yo no quería ser un estorbo. Por lo tanto, mi última palabra había sido que me quedaría solo hasta que me quitase los puntos, es decir, tres o cuatro días más, y luego me iría a mi casa. Debería aprender a vivir de una manera un poco menos independiente que antes, al menos hasta que no hubiese recuperado del todo las fuerzas.
Llegamos a la casa de mi hermano cuando ya anochecía. La señora que se ocupaba de su casa había dejado la cena en el horno y sólo había que calentarla. Diego colocó mis cosas en el que sería mi cuarto durante unos días. Me ayudó a quitarme el abrigo y me preguntó si no me apetecería darme un baño antes de cenar. Me pareció buena idea, pero solo hasta el momento en que tomándome del brazo, entró conmigo en el baño de la habitación.
-¿Adonde crees que vas?-le dije
-Pues a ayudarte, todavía no lo puedes hacer sola.
-Claro que puedo. Lo que no puedo es permitir que tú me ayudes a bañarme-Quizá fuese una bobada, pero notaba perfectamente que la cara me ardía de vergüenza.
-Elena, eres la persona más terca y pesada que he conocido nunca. Soy tu hermano, y por si esto no fuera suficiente, soy médico. Acabo de operarte hace unos días. ¿Crees que puede haber alguna parte de tu cuerpo que no conozca o que me vaya a dejar boquiabierto?
Seguía sin aceptarlo, pero al final no me quedó otro remedio que ceder, porque además me daba cuenta de que todavía no tenía la suficiente movilidad en el brazo para hacerlo yo sola. Fue tan tierno y cariñoso que no supe de qué manera darle las gracias. Cuando ya estábamos cenando, le apreté la mano, y creo que en ese apretón supo interpretar, aún sin ninguna palabra por mi parte, todo lo que le quería decir.
-Tendrás que contárselo a tu compañero de casa-me dijo cuando tomábamos el postre.
-¿Te refieres a lo de la operación? ¿Contárselo a Daniel?
-Si, claro. Durante un tiempo no vas a ser la misma, y cuando empieces la quimioterapia, será raro que no sufras alguno de sus efectos secundarios. Vivís en la misma casa, por fuerza tiene que saberlo. Algún día podrías encontrarte mal y necesita estar informado, aunque sólo sea para avisarme a mí.
-No, no se lo diré. No necesito su pena ni su conmiseración. No quiero que me mire como a un bicho raro.
-Es que la única que habla de bichos raros eres tú. Tu enfermedad no te convierte en un ser extraño, ni es algo vergonzante que haya que ocultar. Cualquiera diría que estamos en el siglo XV y tienes la lepra. Si no se lo cuentas, tendré que replantear mi permiso para que vuelvas a casa.
-Diego, no eres mi dueño.
-No, y no lo pretendo. Ya te he dicho antes que soy tu hermano y tu médico, y tanto en una función como en la otra, quiero lo mejor para ti. Así que en cuanto llegues a casa, te doy dos días para que se lo digas, sino, lo haré yo. Tengo su teléfono.
-¿Cómo qué tienes su teléfono?
-Si, se lo pedí el día que le conocí. ¿Te acuerdas?
-De lo que no me acuerdo es de que antes fueses tan ladino. Me has engañado.
-No, he tomado precauciones. Ya sabes, dos días-dijo, señalándome con la cucharilla de postre, como si fuera una espada.

Me di cuenta de que era difícil luchar contra Diego, porque bajo su apariencia amable y tranquila se escondía una voluntad de hierro que no se doblegaba ante nada ni ante nadie cuando creía que llevaba razón. Los cuatro días que estuve con él seguí estando protegida, porque aunque estuviese en la clínica, me llamaba varias veces al día, y además Ana, la señora que trabajaba en su casa, también estaba pendiente de mí. Ya me habían quitado el drenaje y el día antes de marcharme me sacaron los puntos. Pero las heridas seguían doliéndome algo, tanto la del pecho como la de la axila. Diego me había ordenado que bajo ningún concepto levantase pesos, al menos de momento. Tendría que pasar al menos un mes antes de empezar el tratamiento.
Aquella mañana de sábado salimos sobre las diez y un poco más tarde Diego aparcaba delante de mi casa. Daniel no estaba y lo agradecí, porque sería más fácil enfrentarme a él más tarde, cuando mi hermano ya se hubiese marchado. A pesar de que él quería quedarse un rato le dije que prefería que se fuese ya a descansar; a él también le hacía falta y puesto que algún día tendría que quedarme sola, mejor empezar ahora. Después de darme un abrazo y miles de recomendaciones, se marchó. En cierto modo estaba aliviada de hallarme de nuevo en mi casa, pero también tenía miedo. Las últimas dos semanas había estado tan protegida que ahora temía enfrentar de nuevo la realidad. Poco a poco, porque me cansaba con facilidad, fui colgando la ropa en el armario, y cuando ya era la hora de comer, me acerqué a la cocina y eché un vistazo al congelador. Todavía quedaban algunos de los platos cocinados que había dejado para Daniel, y saqué una lasaña para descongelarla. Era bastante grande para los dos, porque además últimamente yo estaba bastante desganada. Cuando ya la lasaña estaba descongelada y a punto, entró Daniel y se quedó sorprendido al verme. No le había avisado. Se acercó a darme un abrazo y no pude evitar dar un pequeño grito, porque justo me había apretado demasiado en la zona de la herida. Se apartó, asustado.
-¿Te he hecho daño?
-No, no pasa nada. Es que…me he caído y estoy dolorida-le mentí. Aunque había hecho una promesa a Diego, de momento no me veía capaz de decirle la verdad.
-¿Por qué no me has avisado? Te hubiera ido a buscar.
-Diego me ha traído a casa.
Nos sentamos a comer y me contó que había hecho mucho frío después de Navidad, y que la cantidad de leña apilada había bajado considerablemente.
-El lunes tendré que dedicar la mañana a cortar más.
-Yo quería pedirte, si no te importa, que me acompañases a la compra. No puedo conducir, por la caída que te he comentado.
-No hay ningún problema, podemos ir el lunes o incluso esta tarde, como quieras.
-El lunes, mejor. Hoy estoy muy cansada. Creo que cuando acabe de comer dormiré la siesta.
El se me quedó mirando fijamente, y yo aparté la vista, sacando una hebra imaginaria de mi pantalón.
-¿Ha ido todo bien en tu casa?-me preguntó.
-Mi casa es esta-le dije.
-Ya me entiendes. Aunque no tienes que contarme nada, por supuesto.
-No, perdona, no hay nada que ocultar y poco que contar, en realidad. He dejado la demanda de divorcio ya presentada, espero que en menos de cinco meses todo haya terminado. Arturo será libre de casarse con su novia y yo de vivir mi vida.
-Y de rehacerla, tal vez.
-Si por rehacerla entiendes salir a buscar un amante, o amigo, o como quieras llamarle, no es mi prioridad en este momento.
-Eso no se busca, Elena. A veces surge.
-Puede ser, pero en este justo momento me importa más intentar que la relación con mi hija no empeore demasiado.
-¿Habéis tenido problemas?
-Por decirlo de forma suave. Me considera la culpable.
Se levantó a servir café, y cuando volvió a sentarse me preguntó si no le habíamos contado todo lo ocurrido.
-Verás, no era yo quien tenía que decírselo. Simplemente le conté que su padre y yo habíamos dejado de querernos y nos separábamos. Lo demás es cosa de Arturo y él no ha movido ficha. Yo no puedo entrar en un campo que no es el mío.
-Si, supongo que tienes razón. Pero haces mal en preocuparte, tu hija al final entenderá. Ya no es una niña y tiene que saber que los amores eternos solo existen en las películas.
-Espero que tengas razón.
-Pero, ¿no ha sucedido nada más?
-¿Qué quieres decir?
-Que te encuentro rara, como si hubieses pasado por una enfermedad. Tienes ojeras, has adelgazado.
-Vaya, qué poco galante. Me estas diciendo de manera fina que estoy horrible.
Se quedó callado, creo que un poco avergonzado.
-Perdóname, soy muy bruto, la delicadeza está visto que no es lo mío. Pero me has interpretado mal; no he dicho ni he pensado que estuvieses fea. Es más, te diría que estás más hermosa que cuando te marchaste, pero con esa clase de belleza que da el sufrimiento. Si no te burlases de mi, te diría algo.
-Te prometo que no me burlaré. Dímelo
-Cuanto te ví, al entrar en la cocina, me recordaste a la imagen que sacan en Semana Santa de la Virgen. No recuerdo el nombre, no soy demasiado aficionado a las procesiones. ¿Puede ser la Dolorosa? Es una cara preciosa, con mucho significado, pero que da sensación de sufrimiento, de dolor. Eso es lo que veo en tu cara. ¿Qué te ha pasado?





Beth24 de febrero de 2011

10 Comentarios

  • Serge

    Beth:
    "y puesto que algún día tendría que quedarme sola, mejor empezar ahora. Después de darme un abrazo y miles de recomendaciones, se marchó".

    Amita como reza un dicho por allí "nacemos solos y morimos solos", tenemos que aprender a estar bien en la compañia así como en la soledad.
    Es un trabajo difícil llegar a aprender esa lección.

    Un gusto leerte.

    Sergei.

    24/02/11 02:02

  • Beth

    Si, gatito, y tan difícil que resulta. Pero yo pienso que Elena lo conseguirá. Además, no se por qué me digo a mi misma que sola, sola, lo que se dice sola del todo no creo que se encuentre. ¿Tú que opinas?

    24/02/11 02:02

  • Vocesdelibertad

    Voy por partes, Diego es una lindura de persona, espero que pronto encuentre pareja. Daniel es un caballero!!! y Elena está ruda jaja pero estas páginas me robaron pensamientos y sentimientos, especialmente el primer párrafo y la frase "esa clase de belleza que da el sufrimiento".

    Todito mi cariño para ti

    24/02/11 02:02

  • Beth

    Voces, tengo que reconocer que cuando creé el personaje de Diego estaba vertiendo en el papel la idea que yo tengo de lo que debe ser un hermano mayor, quizá porque no tengo hermanos: tierno y protector, pero también duro cuando hay que serlo.

    Y Daniel es Daniel. No diré nada de él, de momento. Quiero que por si mismo se de a conocer, poco a poco.

    Gracias por leerlo. Besos

    24/02/11 05:02

  • Norah

    me recordaste a la imagen que sacan en Semana Santa de la Virgen. No recuerdo el nombre, no soy demasiado aficionado a las procesiones. ¿Puede ser la Dolorosa? vata que ese hombre si sabe , no solo mirar, sino ver, beso inmenso.

    24/02/11 08:02

  • Beth

    Y eso querida Norah, hay mucha gente, tanto hombres como mujeres, pero quizá más hombres, que no saben hacerlo

    24/02/11 09:02

  • Norah

    Es cierto amiga, pero no se trata de instalar alguna supuesta superioridad de mujeres versus hombres, es un don y se lo tiene o no se lo tiene, simple, como decis vos, el agua clara y el chocolate espeso, beso.

    25/02/11 02:02

  • Norah

    Es cierto amiga, pero no se trata de instalar alguna supuesta superioridad de mujeres versus hombres, es un don y se lo tiene o no se lo tiene, simple, como decis vos, el agua clara y el chocolate espeso, beso.

    25/02/11 02:02

  • Endlesslove

    ¿Ay no que es esto? daniel es una hermosura ... que tal el piropo , y eso que dice que es un bruto. Es un tierno!!

    08/09/11 08:09

  • Beth

    Y tan tierno. Tanto que hasta hace poco pensé que los hombres así no existían más que en mi imaginación

    08/09/11 08:09

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