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Llamarme Ismael

Situado delante de la ventana de mí consulta no veo nada mas allá de la persiana veneciana que se balancea y corta los rayos del sol de la mañana. La luz va dibujando sobre mi cuerpo sombras chinescas que imitan las olas del mar y por donde pasa descubre las motas de polvo que atraviesan la habitación como diminutas naves espaciales.
El zumbido del aire acondicionado entra en mí sin permiso, me posee, se apodera de mi ser. Su sonido monótono me enajena y me deja paralizado como una figura de cera.
El cuadro se rompe por el movimiento inconsciente de mi cuerpo que esclavo de la necesidad lleva un cigarro a mi boca, tomo una calada y expiro el humo. Una acción tantas veces repetidas que se ejecuta sin pasión, sin ningún placer.
El humo asciende se retuerce y se trasforma y un segundo antes de desaparecer el caprichoso azar lo convierte en una figura que me rescata del trance. Mis ojos creen ver en esa bocanada un rostro conocido.
Mi madre murió tras una larga y dura enfermedad, recuerdo que la inocencia me llevaba a pensar que solo se morían los viejos. Y en realidad no fui consciente de su muerte hasta pasado cierto tiempo, nadie se preocupo en decirme cuando había fallecido, quizás con la intención de protegerme de la muerte o sencillamente no sabían como decirle a un niño de cinco años que se quedaba solo. Transcurrido los años, de la memoria se fueron desprendiendo los velos del olvido y he podido reconstruir la única escena que recuerdo con claridad de esos días. El día que al salir de la escuela no me esperaba mi madre sino su amiga que con una dulce sonrisa me dijo con un profundo acento extremeño:
Hoy comerás en mi casa, Ismael, te he preparado tu comida preferida.
Me miro a los ojos y me acaricio la mejilla. Yo afirme con la cabeza y no dije nada mas, la mujer me agarro de la mano y nos dirigimos a su casa. Yo era un niño muy hablador pero estuve callado todo el camino, y en la comida solo respondí a lo que me preguntaban, todo el mundo era muy amable conmigo, fue la primera vez que tenia esa angustiosa sensación en la que uno no se atreve a preguntar, por que percibe que la respuesta no le va a gustar.
Me veo, en una habitación iluminada con la luz que se colaba a través de una persiana igual que hoy en mi consulta, agarrado a un balón, en silencio con la intuición que pasaba algo malo, que a partir de ese momento las cosas no iban a ser igual. Ahora se que fue el día en que murió mi madre.
Después vino el orfanato, curas como cuervos, siembra de crucifijos, concierto de padres nuestros y la letra con sangre entra Tras sus muros acepte mi destino como la condena de un pecado desconocido, pero los años despertaron dentro de mi las dudas, las inquietudes y la rebeldía a todo lo impuesto, mi mirada se torno en odio a mis tutores y en repulsa todo lo que trataban de imponerme. Yo contra ellos, una lucha de orgullo adolescente, tantas veces repetida y que solo finalizo con mi llegada a la mayoría de edad y mi salida del centro.
Un telón se abría ante mis ojos y descubrí un mundo que durante tantos años solo pude intuir. No tenia donde ir ni nada que perder, al principio desubicado, desconcertado, dando tumbos de un lado a otro, iba buscando mi sitio. Y no tarde en encontrarlo, con la satisfacción de comprobar que me manejaba con habilidad en ese lugar donde todo vale para salir adelante, donde se impone la ley del más fuerte y el ojo por ojo es el primer mandamiento. Sin ataduras no me preocupaba nada ni nadie solo mi propio provecho y no dudaba en pasar por encima de los demás si era necesario Me sentía bien, vivo, rodeado de gente sin pasado, parias como yo, por primera vez era el dueño de mi destino…

Un dolor abrasivo incendia las imágenes que navegan por mi mente, durante este viaje a mi pasado, el cigarro se ha consumido y el fuego de la colilla, al contacto con mis dedos me devuelve a mi consulta. Arrojo la colilla en un acto reflejo y cae en el suelo esparciendo toda la ceniza, durante unos segundos me quedo quieto, confundido, la palma de mi mano se pasea por los surcos de mi frente y respiro profundamente dos... o tres veces.
Recojo la ceniza y cuidadosamente intento que no quede nada en el suelo, la arrojo a la papelera, no me gusta la suciedad, me pone nervioso, me inquieta, no deja que me concentre. Y dentro de poco tengo que atender a mi próxima paciente.
Me dirijo al archivador y busco su ficha, y cuando la observo algo me perturba, no encuentro ningún dato, la hoja esta en blanco, debe haber algún error, todas mis pacientes deben completar estos datos antes de su primera visita . Confuso, no me doy cuenta como la presión de mis dedos sobre el papel comienza a arrugarlo, mis ojos se pasean inquietos de nuevo por la ficha y descubro algo que antes no había observado. Tres iniciales encabezando el documento, el hallazgo no me devuelve la tranquilidad, L. M. D., L. M. D. L.M.D....Las iniciales se repiten constantemente en mi cabeza formando una espiral descendente a lo mas recóndito de mi memoria, desenterrando recuerdos que me resisto a revivir.
Tocan a la puerta, levanto la mirada y lo veo todo borroso, mi consulta se ha convertido en mi prisión, mi mente esta confusa y no puedo pensar con claridad.. Un escalofrió recorre toda mi espalda, me encuentro paralizado y a mi alrededor la realidad se derrumba, mi visión se clarifica y descubro con asombro como el color de las paredes, de los muebles, de los cuadros, empiezan a fundirse, a derretirse y al llegar al suelo a desaparecer sin dejar rastro. De repente vivo en blanco y negro. Aquí hay algo que no cuadra. La puerta de mi consulta se abre y mis ojos no dan crédito a lo que ven. Una joven aparece por la puerta, vestida con un traje de baile de presentación decimonónico, un vestido que a pesar de la ausencia de color, siento el rojo sanguinolento y pecaminoso de su tela. Deslizándose, con la mirada titilante y el rostro compungido se dirige hacia a mi con la ansiedad del encuentro con una persona que creíamos perdida. A pesar de la palidez de su piel y la mascarada de época, reconozco en este espectro a L., trasfigurada en una Jezabel desencadenada.
Mis labios balbuceantes se encuentran con su indice y con un susurro me silencia, el envés de su mano recorre mi rostro y el contacto frió y sedoso de su piel me retrotrae a otra época a otro lugar.
Una fiesta de la alta sociedad quince años atrás, disfrazados y al acecho mis compinches y yo nos encontrábamos dispuestos a desplumar algún despistado, rondando por el salón mi ocasión se presento en forma de pequeña muchacha , tímida y despistada,no pude ver mas allá de sus gafas de pasta y mientras charlábamos dentro de mi cabeza no dejaba de crecer la idea de como me podía servir de su condición para dejar de ser un pobre ratero y que la vida me empezara a devolver todo lo que me debía.
Estaba acostumbrado a engañar a ocultar mis verdaderos sentimientos y pretensiones, pero yo mismo me sorprendí al comprobar lo fácil que me resulto formar parte de su mundo y embaucar a esa pobre muchacha, construí un personaje a la medida, me mostraba cariñoso y atento, le regalaba halagos y me adorne con pretensiones de futuro de doctor en medicina en memoria de mi difunta madre. Incluso ironías de la vida llegue a matricularme en primero de medicina, adquiriendo como único conocimiento las dimensiones del bar de la facultad. De su mano entre en su vida, conocí a su familia, sus amistades y fingí interesarme por su trabajo y aficiones. Ella me adoraba, se desvivía por hacerme feliz, no se avergonzaba de mi procedencia e imbuida en su amor me trataba como alguien único. A ratos me encontraba confuso, nadie desde la muerte de mi madre me había tratado así,¿podría enamorarme de ella?. Entonces cuando L. me decía que me quería, la miraba y le susurraba que yo también y continuaba con mi papel. Mi vida se convirtió en una obra de teatro sin fin. El recuerdo posterior de mi comportamiento me hacia sufrir y provocaba ligeros tics en mi cuerpo como movimientos rápidos e inconscientes de mi cabeza o tener los puños apretados de forma inconsciente .
No podía vivir con ellos así que aprendí a desterrarlos y a ocultarlos, pero la mirada hipnótica de esta presencia sirve como catalizador para sin mi permiso traerlos de vuelta. Gotas de sudor se empiezan a acumular en mi frente y mi respiración se vuelve entrecortada.
Me digo a mi mismo que esto no puede estar sucediendo, pero las lagrimas que empiezan a descender por su rostro son tan reales.
Tan reales como las que descendieron de los ojos de L., la mañana que algo cambio dentro de mi, y descubrí la farsa. No podía continuar estaba exhausto de fingir día tras día, pero el agotamiento no vino por la obligación de ocultar mis sentimientos, no, sino por que ya no podía utilizar a L. un segundo mas. Su forma de amarme consiguió traspasar la costra que formaba mi piel e inutilizar mi disfraz, quizás no la amaba pero algo me impedía seguir engañándola.
En verdad cambio algo, después de abandonar a L. deje atrás mi anterior vida , busque un trabajo y volví a matricularme en medicina, después de todo la farsa no era completa, por la mañanas trabajaba y por las noches estudiaba, en esa época adquirí este malicioso vicio, el tabaco. Con los años conseguí doctorarme y abrir mi propia consulta. Después de todo llegare a ser un anciano respetable.
Algunas noches un poco antes de dormir, la angustia me invadía al saber que cada logro que obtenía se lo debía a ella....
De repente todo vuelve a la normalidad, el fantasma de mi pasado a desaparecido, la consulta ha vuelto a recuperar su color y yo solo me encuentro un poco mareado, debería hacerme un chequeo, estas alucinaciones no son normales. Las iniciales que encabezaban la ficha han desaparecido. Sonrió con una mueca. En ese momento, alguien llama a la puerta.



FIN
Bomarzo25 de septiembre de 2008

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