Instantes.

Y teníais que haber visto aquella mirada. Era como si por un segundo todo en cuanto estaba a nuestro alrededor; se detenía y vacilaba por un momento. No tenía sensaciones, y su piel era el vivo reflejo de su alma. Juré que nunca pagaría por esa presencia, desconté hasta el último de mis días y seguramente empeñaría cientos y miles de promesas y dibujaría con mi dedo instantes maravillosos. Pero había algo más. Siempre se habló de la magia, algo que nos separaba en el tiempo y juntaba en nuestras cabezas. Más fuerte y más constante que cualquier perjuicio; y situado mediante clavos ardientes a su pecho. No la olvidaba, quizás había pasado demasiado tiempo para hacerlo. Muchas veces la vida nos pone a prueba, dejándonos ver si el paso de la vida nos hace madurar ante las experiencias que nos vuelven más débiles, o al contrario, nos va hundiendo poco a poco en la retina de unos ojos que ya no miran porque creen que se aprecia más el tacto de los dedos con los ojos bien cerrados.